lunes, 6 de octubre de 2008
Los muchos y los pocos
Una vez, allá en el tiempo olvidado, todos los pájaros tenían el mismo color, oscuros, marrones, como el gorrión que picotea en los patios, o la calandria, que con su canto pregona al Mundo su historia.
Vivian en libertad, en un inmenso Monte de cualquier lugar. Cantaban, volaban, hacían nidos y admiraban los mil asombros que da la naturaleza. El Sol, la lluvia, una flor, una gota de rocío, el ruido de un arroyo, el infinito de un cielo estrellado, lo magnifico de un Arco Iris.
El Arco Iris...una mañana temprano, luego de una noche de dura tormenta, la lluvia terminó
Y el Arco Iris tembló en el cielo. Pero más, mucho más palpitaron los corazones de aquellos miles de pájaros. El Arco Iris se apagaba, languidecía, se opacaba; estaba enfermo, atacado por millones de pequeños bichitos. Y entonces, por primera vez, los pájaros se vieron enfrentados a un problema que debían resolver juntos.
Se reunieron en Asamblea, los árboles no lo comprendían, estaban tapados de patitas que se aferraban a ellos. Cada rama, cada tallo, cada piedra, cada nido, los sostenía. Miles y miles trinando su preocupación, su miedo, y muchos valientes, decididos, cantaban su decisión de volar hasta el cielo y salvar al colorido amigo. Eran elocuentes, resueltos a todo, a enfrentar lo que fuera. Debían marchar ya, todos juntos, apoyándose unos a otros.
Algunos descreídos, los observaban indiferentes. “Tontos, pensaban, ¿Qué importa si el Arco Iris está enfermo? ¿Por qué sacrificarnos por él si no nos importa?, Tontos, más que tontos”.
Otros movían sus cabecitas. Eran indecisos, los que no tenían personalidad...”Si todos van yo voy”, se decían unos a otros. Y eran incoherentes al expresarse. Al fin se resolvió acatar la decisión de la mayoría. Alas que se elevaban al cielo mostraron la verdad, lucharían. El momento de la partida llegó, los indiferentes quedaron sobre las ramas; sonreían felices de la seguridad que la tierra les brindaba.
El camino al cielo se abría luminoso, pero pleno de misterios. Los pájaros se elevaban. Apenas las copas de los árboles quedaron atrás comenzaron los abandonos. Pero la nube de pájaros aún era densa. Continuaron. Comenzó el cansancio y muchos regresaron. Pero siempre había quien cantaba: “Adelante, sigan, no abandonen ahora, ya nos hemos fijado nuestra meta, hay que cumplir, fuerza”. Y el viento los azotaba, los convertía en puntitos bailarines del espacio. Muchos seguían regresando. La nube ya no era densa...El granizo lastimó sus cuerpitos, congeló sus patitas, golpeo sus cabezas. Otros abandonos, otros regresos, otros vencidos. Pero al fin llegaron, y la gran batalla comenzó...y eran tan pocos.
El cardenal, enardecido, metía la cabeza en la línea roja del Arco Iris y luchaba. El jilguero y el canario se hundían en el amarillo y la pelea era dura. El picaflor, tan pequeñito, saltaba de color en color, se revolvía, se desesperaba y no dejaba de pelear. Era tal vez el más valiente, siendo el más pequeño había prometido, en su alma, salvar el Arco Iris y lo haría. Cada uno dio de si mismo por el otro, y se ayudaban, no desmayaban. Al fin, los colores radiantes volvieron a brillar. El Arco Iris se había salvado.
Y los pájaros, agotados, mudos en la inmensa felicidad que vivían, emprendieron el regreso. La tierra se acercaba, los árboles los aguardaban, y uno a uno entreabrían su pico en un trinar dichoso: Triunfo.
Cuando se posaron sobre las ramas vieron por primera vez que eran muy pocos. Muchos más habían sido los indiferentes, los indecisos, los cobardes, los vencidos antes de luchar. Los oscuros pájaros miraban a los recién llegados en el colmo de su asombro. Sus plumas brillaban. Rojo el copete del cardenal, siete colores el valiente picaflor, amarillo el dulce canario. Cada uno bañado en un color. Es que aquellos que todo lo habían dado sin pedir nada, recibían el regalo inigualable: su plumaje era un canto al colorido.
Los pocos se sentían incrédulos, ellos tan pequeños, habían traído el Arco Iris a la tierra. Los muchos bajaban la cabeza y pensaban en sí mismos.
Sean siempre, parte de los pocos, no se dejen vencer, fíjense metas, aprieten los dientes y peleen, luchen, no desmayen, no abandonen. En todos los ordenes de la vida, como seres humanos, como ciudadanos, como padres o madres, como profesionales, sean siempre parte de los pocos.
Y cuando lleguen al Arco Iris, sabrán que no han defraudado las esperanzas que en ustedes se depositaron, y que, fundamentalmente, no se habrán defraudado a ustedes mismos.
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