Hace mucho que se han apagado los ladridos de la jauría y las trompetas de los cazadores de esclavos.
El fugitivo atraviesa el pajonal, pajas bravas más altas que él, y corre hacia el río.
Se arroja en el pasto, boca abajo, brazos abiertos, piernas abiertas. Escucha voces cómplices de grillos y cigarras y ranitas. “No soy una cosa. Mi historia no es la historia de las cosas”. Besa la tierra, la muerde. “He sacado el pie de la trampa. No soy una cosa”. Pega su cuerpo desnudo a la tierra mojada por el relente y escucha el rumor de las plantitas que atraviesan la tierra, ganosas de nacer. Está loco de hambre y por primera vez el hambre le da alegría. Tiene el cuerpo todo atravesado de tajos y no los siente. Se vuelve hacia el cielo, como abrazándolo. La luna se remonta y fulgura y lo golpea, violentos golpes de luz, ramalazos de luz de la luna llena y las estrellas jugosas; y él se alza y busca rumbo.
Ahora, hacia la selva. Ahora, hacia los grandes abanicos verdes.
¿Tú también vas a Palmares? Pregunta el fugitivo a la hormiga que le anda por la mano y le pide: guíame.
De “Memorias del Fuego I “ Eduardo Galeano
sábado, 15 de noviembre de 2008
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