lunes, 1 de diciembre de 2008

Un poco de historia:



El Legado de los Dioses (2° Parte)

Hijos del cielo.

En las culturas de Asia, Próximo Oriente, Europa y América, también observamos la figura del enviado celeste. Un hombre-Dios, a quien se atribuye un papel civilizador, una enseñanza espiritual y a menudo la función de salvador. Su objetivo es mostrar al ser humano la vía a seguir para transformarse en inmortal. En América son Viracocha y Quetzalcoaltl; en el antiguo Egipto, Osiris; entre los iranios, Mitra, pero sus nombres son innumerables y esa figura tiene un perfil característico:
Es el hijo de Dios, concebido milagrosamente por una Madre humana virgen.
A menudo nace en una cueva o en un lugar asociado al símbolo de la piedra o del árbol (como Buda)
Realiza prodigios en el marco de un ministerio característico.
En sus enseñanzas destaca su invitación al desapego de lo material, la superación de los deseos de la carne, la fraternidad entre los hombres, la vivencia y la práctica del Amor hacia todas las criaturas.
También aparece íntimamente asociado al símbolo del pez: su madre es fecundada por un pez o éste le anuncia la procreación milagrosa.
Enseña a buscar la verdad dentro de uno mismo
Promueve la abolición de los sacrificios y el respeto a toda forma de vida
Realiza prodigios y actividades milagrosas
Hace una promesa de vida eterna a quienes culminen la evolución espiritual
Afirma la existencia de un Mundo superior (espiritual) y otro inferior (Material)
Sufre una muerte definitiva en este mundo a manos de sus enemigos que representan el Mal; y después de muerto resucita y asciende al cielo
Su magisterio incluye la promesa de volver al final del tiempo

También en todos los casos hallamos esta llamativa coincidencia al definir el sentido de la existencia humana:”El objetivo de todo lo que vive es divinizarse”, dice un famoso papiro egipcio. “Seréis como dioses”, afirma la Biblia. Esta inmortalidad potencial del ser humano aparece ya en el Génesis, cuando Dios destierra a la pareja primordial del Eden, porque habiendo comido del “Árbol del conocimiento” les bastaba comer del “Árbol de la vida” para convertirse en Dioses.
La inmortalidad aparece así unida al conocimiento; en todos los sistemas religiosos encontramos la figura del inmortal o superhombre divinizado, incluyendo en el monoteísmo judeo-cristiano, en el cual destacan Enoch, Elías y Moisés, aparte de los apóstoles a los cuales Jesús les concedió no morir.
La vida eterna se presenta como una “escuela” de aprendizaje y crecimiento espiritual que conduce a la divinización.El cristianismo en los primeros siglos creía en la reencarnación, que sólo fue descalificada por “errónea” en el s. VI, después que el Emperador Justiniano la consideró una creencia políticamente peligrosa en el Concilio de Constantinopla.
La Metempsicosis (ciclo de transmigración de las Almas) es muy común en Oriente, y esta doctrina también aparece en La República de Platón. A su vez en el antiguo Egipto se creía que si era cierto que “viviremos para siempre”, también debía ser verdad que “siempre hemos vivido”, pasando por infinidad de existencias “y no sólo en este mundo”.
¿Quién reveló estas verdades eternas a todas las culturas? ¿Quién se ha encargado de volver a revelarlas una y otra vez en los más diversos lugares y lenguajes a través de los tiempos? Para unos, estas verdades son la respuesta que Dios integró en el diseño de su creación y podemos alcanzarlas intuitivamente para darle sentido a nuestra aventura cósmica. Para otros, estaríamos condicionados por nuestra propia configuración para atribuirle al Universo un sentido humano.
(Para los Rahma la creencia en una ley de correspondencia, según la cual los elementos de cada plano o dimensión se encuentran relacionados con los elementos análogos del resto de los planos; el Cosmos aparece siempre como una estructura jerarquizada en la cual la función de lo superior es redimir a lo inferior, favoreciendo su evolución espiritual y su acceso a ámbitos superiores de creación).

Extracto de Revista Año Cero

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