miércoles, 4 de abril de 2012
La Décima Revelación:
Seguimos observando mientras las escenas se aceleraban y vimos que los individuos recordaban sus misiones espirituales a edades cada vez más tempranas. Aquí vimos la comprensión precisa que pronto adquiriría la nueva visión espiritual del mundo. Los individuos crecían y se recordaban a sí mismos como almas nacidas en una dimensión de existencia y trasladadas a otra. Si bien se producía una pérdida de memoria durante la transición, recapturar la memoria previa a la vida pasaba a ser un objetivo importante de la primera educación.
De jóvenes nuestros maestros y profesores nos guiaban a través de la experiencia temprana de la sincronicidad; nos exhortaban a identificar nuestras intuiciones para estudiar ciertas materias, a visitar lugares particulares buscando siempre respuestas más elevadas respecto de la manera de recorrer esos caminos singulares.
Al emerger la memoria plena de revelaciones, nos veíamos involucrados en ciertos grupos, trabajando en proyectos especiales y alcanzando la visión global de lo que queríamos hacer. Y por último descubríamos que veníamos aquí para elevar el nivel vibratorio del planeta, para admirar y proteger la belleza y la energía de los lugares naturales y garantizar que todos los seres humanos tuvieran acceso a esos sitios especiales para poder seguir aumentando nuestra energía, implantando a la larga la cultura de la otra vida aquí, en la dimensión física.
Esa visión del mundo cambiaba en particular nuestra forma de considerar a las demás personas. Ya no veíamos a los seres humanos meramente por su tinte racial o su origen nacional en un tiempo de vida determinado. Los veíamos, en cambio, como almas hermanas, embarcadas, al igual que nosotros, en el proceso de despertar y espiritualizar el planeta. De hecho, cada nación constituía un enclave de información espiritual específica, compartida y modelada por sus ciudadanos, información que esperaba ser aprendida e integrada.
Extracto de “La Décima Revelación” de James Redfield.
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