miércoles, 22 de agosto de 2012
Reglas del sendero:
El camino se recorre a la plana luz del día, proyectada por aquellos que saben y guían. Nada puede ocultarse, y en cada vuelta el hombre debe enfrentarse a sí mismo. En el camino lo oculto es revelado. Cada uno ve y conoce la villanía del otro. Sin embargo, a pesar de esa gran revelación, no es posible volver atrás, despreciar a los demás ni vacilar en el camino. El camino va hacía el día.
Ese camino no se recorre solo. No hay prisa ni apremio. No hay tiempo que perder. Cada peregrino, sabiéndolo, apresura sus pasos y se encuentra rodeado por sus semejantes. Algunos logran pasar adelante, él los sigue. Otros caminan detrás, él marca el paso. No camina solo.
Cada peregrino en el camino debe llevar consigo lo necesario: un brasero para dar calor a sus semejantes; una lámpara para iluminar su corazón y mostrar a sus semejantes la naturaleza de su vida oculta; una talega con oro que no ha de esparcir por el camino, sino compartirlo con los demás; una vasija cerrada donde guarda todas sus aspiraciones para arrojarla a los pies de Aquel que espera en el portal para darle la bienvenida.
A medida que el peregrino recorre el camino debe tener el oído atento, la mano dadivosa, la lengua silenciosa, el corazón casto, la voz áurea, el pie ligero y el ojo, que ve en la luz, abierto. El sabe que no camina solo.
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