Frank D. Drake fue el primer hombre que pensó en calcular matemáticamente el número de planetas habitados en la galaxia. Drake formó parte de la Orden del Delfín, junto con el Dr Melvin Calvin –premio Novel de Química -, Barney Oliver –vicepresidente de Investigaciones de la Hewlett Packard-, Cocconi, Morrison, Otto Struve y los astrónomos Su-Shu Huang y Carl Sagan.
Cuando el joven Drake reveló su fórmula, esta se convirtió en el manifiesto de la Orden. La ecuación, de una sencillez prodigiosa, permite calcular por aproximación cuantas civilizaciones tecnológicamente avanzadas y en condiciones de comunicarse por radio-antenas existen en la Vía Láctea, es decir nuestra galaxia, o en cualquier galaxia semejante.
La fórmula es el producto de cierto factores, cada uno de ellos actuando a la vez como un filtro aritmético. Estos factores son: N(e), el número de estrellas en la Vía Láctea (unas 300.000 millones), F(p), el número de estas estrellas que tienen sistemas planetarios (aproximadamente un tercio), N(a), el número de planetas en cada sistema que resultan ecológicamente adecuados para la vida (dos por cada sistema planetario por lo menos), f(v), el número de estos planetas ecológicamente aptos en los que la vida se desarrolla realmente (un tercio para ser conservadores) y f(i), el número de estos planetas en los que además de desarrollarse la vida, evoluciona la inteligencia racional en alguna de sus especies (un tercio). La ecuación hasta aquí, da como resultado algo asombroso, aunque estadísticamente cierto. Durante la larga existencia de la galaxia se han desarrollado un centenar de miles de millones de mundos habitados por seres inteligentes.
Drake toma en cuenta entonces otros dos factores, f(c) y f(s) el número de planetas habitados en los que se desarrolla la radioastronomía y la intención de comunicarse con otros mundos, y el número de estos planetas que logran evitar la autodestrucción.
Ambos factores según Drake, dan que el uno por ciento de estos cien mil millones de mundos habitados estuvieron, están o han de estar en condiciones de comunicarse por medio de radio-antenas o de viajar en naves espaciales a grandes distancias. Es decir mil millones.
Pero estas mil millones de civilizaciones inteligentes y comunicativas distribuidas a lo largo de toda la historia de la galaxia da como resultado que en la actualidad–hoy, ahora- habría entre 10 y 1.000 civilizaciones capaces de comunicarse con nosotros. O de viajar por las estrellas.
Si multiplicamos la cifra más modesta (10) por tan solo un tercio de las cien mil millones de galaxias que existen en el universo conocido, el resultado es trescientos mil millones de mundos habitados y comunicativos en los que alguien puede estar preguntándose, en este preciso instante, por la vida extraterrestre y los OVNIs. Un número igual al de las estrellas en la Vía Láctea, nuestra casa.
Más posibilidades de vida extraterrestre:
Las posibilidades de vida en otros planetas podrían ser muy superiores a la que se creía hasta el momento, según el conocido astrónomo Frank Drake.
Medio siglo después de que estableciese la fórmula que lleva su nombre, que estima el número de civilizaciones inteligentes en nuestra galaxia, Drake ha admitido que a la luz de los nuevos conocimientos se quedó corto en la apreciación del número de planetas susceptibles de soportar formas superiores de vida. La fórmula original establece una estrecha franja en torno a la estrella en la cual un planeta podría tener las condiciones
ambientales necesarias para la vida, pero Drake apunta ahora a que no tuvo en cuenta el posible efecto invernadero, por lo que planetas situados mucho más lejos de su estrella podrían tener unas condiciones ambientales compatibles con la vida. Éste podría ser el caso de Europa, la luna de Júpiter que está envuelta en una espesa atmósfera. Los llamados planetas errantes, que no orbitan ninguna estrella, también podrían albergar formas de vida, si en su corteza hay suficientes elementos radioactivos para calentarlos. Hasta el momento Drake sólo había considerado las estrella de tipo R como nuestro sol, descartando para la vida las M, conocidas como enanas rojas, que son el ochenta por ciento de las de la galaxia. La causa es que los planetas deberían estar tan cerca de su tibio sol que acabarían siempre con la misma cara hacia la estrella, como pasa con nuestra Luna. En una cara de ese planeta sería siempre de día, con temperatura abrasadoras, y la otra permanecería en una helada noche eterna. Pero el científico apunta ahora que en la zona intermedia, con un permanente crepúsculo, se podría encontrar lo que denomina zona Camelot, con un clima idóneo para la vida.
Fuente DESCUBRIR Setiembre 1991 MÁS ALLÁ Febrero 2005
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