Fue un día de San Juan de 1947 cuando un piloto privado estadounidense divisó en las inmediaciones del monte Rainier, en la frontera con Canadá, nueve extraños “aviones sin timón de cola”, de aspecto discoidal, a los que bautizó con el término de “platillos volantes”. Sin quererlo, Kenneth Arnold, el piloto en cuestión, había acuñado un mito que enseguida dio pie a toda una industria del misterio. Y es que, pocos meses más tarde, en 1948, nacía en Estados Unidos la primera revista dedicada a las anomalías científicas e históricas. Se llamó (Destino), y en su primera portada emergían dos impresionantes “platillos volantes” cerniéndose sobre la indefensa avioneta del señor Arnold.
martes, 23 de junio de 2020
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