jueves, 10 de junio de 2010
Para Pensar: La plegaria
“Maestro; íbamos, mi familia y yo, hacia la ciudad para orar en comunidad. Pero recordé que me había olvidado de cerrar la bodega del almacén, di media vuelta en tanto mi familia continuaba el viaje.
Apenas había entrado a la casa cuando un mensajero se presentó para pedirme algunas botellas que precisaba decía, para una fiesta en su casa. Le di, pues, lo que quería. Entre tanto, otros clientes habían llegado. Como aún era de día, todavía pensaba poder llegar a la ciudad antes del atardecer. Pero los clientes se sucedían sin interrupción. Cuando por fin ya no hubo nadie en la posada, y quise cerrar la bodega, percibí, con terror, que la noche había caído y que por tanto ya no me era posible partir. ¿Qué hacer? Me retiré entonces a un pequeño cuarto de la casa, a fin de abrir mi corazón ante Dios. Porque Él todo lo sabe y perdonará mi pecado. No obstante, no conseguí hallar un libro de oraciones. Mi mujer y mis hijos se los habían llevado a todos. Entonces me eché a llorar y me dirigí a Dios:
“Señor del universo, Tú ves cómo mi corazón está agobiado pues no pude unirme a la comunidad para la oración. ¡Ni siquiera tengo un ritual del que servirme! ¡Y tampoco conozco las oraciones de memoria! Pero ahora sé lo que voy a hacer, la única cosa que está en mis manos: voy a ponerme a repetir el alfabeto con cuerpo y alma, como el niño que aún no sabe leer. ¡Y Tú, oh Dios! Tú te encargarás de reunir las letras para componer con ellas las palabras de mis plegarias”.
Yo os pregunto, maestro, ¿qué otra cosa podía hacer?
Entonces, el maestro, posó su mano en el hombro del mortificado posadero, y le dijo:
“¡Desde hace mucho tiempo no había subido al cielo una plegaria tan santa y ferviente! Puedes estar seguro de ello: ¡Dios se ha regocijado con tu plegaria!”.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario