miércoles, 2 de junio de 2010
Las Profecías de los indios hopi (2° parte)
El segundo signo: El Gran Abuelo despertó nuevamente a la entrada de la Caverna. Al mirar a su alrededor todo había cambiado. Los campos se veían secos, sin vegetación y los campos moribundos. Un mortal calor se levanta de la Tierra y el polvo es grueso y pesado, el calor intenso y opresivo. Al mirar el cielo, el sol aparece más grande y más intenso. No se ven pájaros ni nubes y el aire parece ser más grueso. Entonces el cielo se agita y aparecen grandes agujeros en el cielo. Los agujeros se abren con gran estruendo, que resuena como el trueno, y la Tierra, las rocas y el suelo se estremecen.
La piel del cielo parece abrirse en heridas, como las heridas de una peste, un gran mar flotante de pestilencia, aceite y peces muertos. Fue a través de uno de estos agujeros que el Gran Abuelo vio los cuerpos de delfines muertos, junto con grandes levantamientos de la Tierra y violentas tormentas. Al sostenerse el temblor de tierra, sus ojos bajaron del cielo, y todo alrededor era un desastre. Montones de desechos se elevan hacía el cielo, los bosques yacen arrancados y moribundos, las costas inundadas y las tormentas crecen más violentas y estruendosas. A cada momento, la Tierra se sacude más fuertemente, amenazando con partirse y tragar al Gran Abuelo.
De pronto la Tierra deja de temblar y el cielo se despeja. El Gran Espíritu Guerrero aparece caminando entre el aire polvoriento y se detiene a corta distancia del Gran Abuelo. Al contemplar su rostro, el Gran Abuelo ve que lágrimas caen de los ojos del Gran Espíritu Guerrero, y que cada lágrima cae sobre la Tierra con un sonido cristalino. El Gran Espíritu contempla al Gran Abuelo por largo tiempo, y finalmente dice: “Agujeros en el Cielo”. El Gran Abuelo piensa, de manera incrédula: “Agujeros en el cielo...” Y el Gran Espíritu responde: “Estos serán el segundo signo de destrucción del hombre. Los agujeros en el cielo y todo lo que has visto podrán ser realidad. Es a partir de este momento que el hombre ya no podrá curar a la Tierra por ninguna acción física. Es entonces que el hombre deberá trabajar más duro para cambiar el futuro. Pero no sólo por la invocación puede el hombre curar la Tierra y a sí mismo.
El Gran Abuelo vacila en creer en los agujeros en el cielo. Hay una larga pausa. Entonces el Gran Espíritu Guerrero se le acerca susurrando: “Estos agujeros son el directo resultado de la vida del hombre, sus viajes, y los pecados de sus Abuelos y Abuelas, y serán el legado de sus vidas alejadas de la naturaleza. El signo de estos agujeros marcan el momento de una gran transición en el pensamiento de la humanidad. Quedarán entonces librados a una elección, elección entre continuar su sendero de destrucción o regresar a la sabiduría de la Tierra y una existencia más sencilla. Es entonces cuando se debe elegir, o todo está perdido”. Entonces el Espíritu se volvió y desapareció caminando entre el polvo.
El tercer signo: En los días siguientes el Gran Abuelo pasó a la entrada de la Caverna, para nada le habló, ni siquiera a la Tierra. El Gran Abuelo dice que se fueron días de gran tristeza y soledad, días para digerir lo que había visto. Supo que estos signos no aparecerían durante su vida, pero que debían ser trasmitidos a la gente del futuro con la misma fuerza y sentido de urgencia que le habían sido trasmitidos a él. Pero no sabía como hacerlo. Seguramente los chamanes y ancianos comprenderían, pero no así la sociedad, y menos alguien que esté alejado de la Tierra y el Espíritu.
Estuvo sentado por cuatro días, inmóvil como hecho de piedra, con su corazón pesado por la pesada carga que había contraído. Al final del cuarto día llegó la tercera visión. Contemplando los campos hacia la puesta del Sol, de pronto el cielo se tornó líquido y de color rojo sangre. Hasta donde sus ojos podían contemplar, el cielo era color rojo intenso, sin sombra ni nube ni variación alguna ni textura diferente. Toda la Creación parecía haberse detenido, como en espera de una orden superior. El tiempo, el lugar, el destino, parecen suspendidos en el cielo de sangre. Contempló largo tiempo el cielo, presa de la angustia y el terror, porque nada era como lo que había visto en toda su vida, ni en la salida ni en la puesta del sol. Era un color humano, no natural y tenía un aspecto siniestro y acechante. Parecía quemar la Tierra dondequiera que la tocara. Cuando se hizo la noche, las estrellas brillaron en rojo vivo, rojo que nunca abandonaba el cielo, y se escuchaban gritos de miedo y de dolor por todas partes.
Nuevamente el Gran Espíritu Guerrero se presentó al Gran Abuelo, pero ahora como una voz en los cielos. Como un trueno, la voz estremeció los campos: “Este es el tercer signo, la noche de las estrellas de sangre. Será conocido en todo el mundo, porque el cielo en todas partes será rojo con la sangre de los cielos, día y noche. Es entonces, con el tercer signo, que ya no habrá esperanza en lo material y en lo espiritual, será entonces que el hombre no ha cambiado en los signos anteriores, que el hombre sabrá que ha llegado la destrucción de la Tierra. Porque cuando el cielo sangre fuego no habrá refugio en el mundo del hombre.
El Gran Abuelo tembló de terror mientras la voz hablaba: “A partir de este momento, desde que las estrellas sangren, hasta la aparición del cuarto signo, habrá cuatro estaciones de tranquilidad. Durante estas estaciones los hijos de la Tierra deben internarse en las profundidades de lugares remotos y encontrar una nueva residencia, cerca de la Tierra y del Creador. Sólo los hijos de la Tierra sobrevivirán y deberán vivir la sabiduría de la Tierra, sin nunca regresar a los pensamientos del hombre. Y la supervivencia no será suficiente, porque los hijos de la Tierra deberán vivir cerca del Espíritu. Diles que no vacilen, cuando vean el tercer signo en las estrellas, porque sólo habrá cuatro estaciones para escapar”. El Gran Abuelo sostuvo esta visión por una semana y luego desapareció tan rápido como llegó.
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