martes, 1 de agosto de 2017

Menhires para dominar el clima

Los menhires son monumentos megalíticos consistentes en una piedra alargada y erecta con su base enterrada. Su nombre tiene origen francés y quiere decir «piedra larga». Solo en Europa los arqueólogos han catalogado decenas de miles, aunque se encuentran también en América, Asia, África y Oceanía. Algunos miden escasamente un metro de altura, pero otros superan los siete. Los hay rústicos, sin tallar, y grabados con distintos motivos, como figuras de dioses.
Bajo algunos de estos monumentos pétreos se han encontrado restos de enterramientos humanos, pero de momento su verdadera función sigue siendo un enigma. Lo que parece claro es que diferentes pueblos asociaron su forma fálica con la fertilidad. Es así que en el sur de Francia algunos menhires eran utilizados para diferentes rituales relacionados con la capacidad de tener descendencia. No obstante, determinados autores sospechan que en realidad nuestros antepasados los empleaban a modo de elementos dominadores del clima en su entorno. Por ejemplo, el periodista francés Louis Charpentier sugiere en su libro Los gigantes y el misterio de los orígenes que los menhires son una suerte de agujas de acupuntura del planeta, colocadas por una antigua civilización para mantener la estabilidad telúrica y cuya presencia todavía hoy beneficia a los campos donde se encuentran esta clase de monumentos pétreos.
Para apoyar su teoría, cita dos testimonios de campesinos, uno de Marruecos y otro el centro de Francia, que conservaban las piedras en sus terrenos. «No sé si es por la piedra; sea como fuere, lo cierto es que constituye mi mejor prado, y los que más se benefician de él son los animales –cita Charpentier a un campesino galo–. Si yo supiera hacerlo, colocaría otras en los demás prados. A despecho de lo que se diga, los que pusieron ahí esa piedra, tuvieron una idea original. Quizás eran más listos de lo que creemos…». Asimismo, Charpentier destaca que un labrador marroquí estaba convencido de que los menhires de su campo «los colocó Alá», y que si los retiraba, «la tierra se quedaría seca».
Para defender su teoría, el periodista alude al Mont Saint-Michel, una pequeña comuna en el oeste de Francia, situada sobre un promontorio rocoso de una isla mareal. Según Charpentier, la retirada de los megalitos de la isla habría afectado a las mareas. Llegados a este punto, cabe preguntarse si los megalitos fueron erigidos por  capricho o por azar, o si su construcción responde a un saber perdido.  De hecho, estos conocimientos todavía continúan vivos en las tradiciones populares.

EN LA PENÍNSULA IBÉRICA
En infinidad de lugares del noroeste español se conservan aún ritos en los que los menhires se utilizan para cambiar el clima. Así, en el monte lucense de Santa Mariña, en Formigueiros (Lugo), junto a una desaparecida ermita dedicada a esta santa, se realizaba hasta hace poco una ceremonia para manipular las condiciones atmosféricas, según cuenta Tomé Martínez en su obra Galicia secreta. Si la comunidad necesitaba que luciese el sol, se levantaba el menhir; mientras que para que lloviese se tumbaba Según la creencia popular, una función similar tiene un conjunto pétreo situado en la sierra de Avión (Ourense), conocido como O Touzo y A Touza. Se trata de dos piedras –«macho» y «hembra»-, situadas a casi un kilómetro de distancia una de otra. Ambas debían erguirse si lo que se buscaba era sol, y se tumbaban en caso de que los oficiantes pretendiesen lluvias para los campos. A Touza y O Touzo, de metro y medio de altura, se encuentran rotas, ya que buscadores de tesoros las partieron hace unos años, pues se decía que contenían oro en su interior.
En todo caso, los moradores de la sierra de Avión estaban tan convencidos de su efectividad, que incluso hubo disputas importantes entre vecinos que se dedicaban a la agricultura o al pastoreo, pues diferían sobre las condiciones climáticas más adecuadas y, por tanto, no se ponían de acuerdo sobre cómo manejar A Touza y O Touzo. En otras zonas de la Europa Atlántica existían tradiciones similares. En la isla de Boreray, en Escocia, se celebraba un rito muy parecido. Junto a la iglesia de Santa María había una piedra con forma de cruz y metro y medio de altura que los pobladores erguían cuando querían que lloviese, y acostaban si ya no necesitaban el líquido vital para los campos.

LOS «SANTOS» MENHIRES DESMONTABLES
En Saubusse, Gascuña (Francia), los moradores que necesitaban lluvia ponían de pie un miliario romano para que luciese el sol y lo tumbaban para que lloviese. Ceremonias similares se realizaban en diferentes localidades de la península Ibérica. En Bot (Tarragona) existía antiguamente una «piedra de la lluvia» que tenía dos posiciones, una de reposo y otra que proporcionaba abundantes precipitaciones.
El pedrusco en cuestión desapareció durante una riada. En Galicia existían otras piedras a las que se les atribuía la propiedad de cambiar el clima, como las del Sol y del Agua de O Incio (Lugo), utilizadas con la misma finalidad que las de la sierra de Avión. También las Piedras del Sol y la Lluvia del Monte Aloia, en la frontera de Galicia con Portugal, servían para este propósito. Según la conveniencia, a uno u otro monumento pétreo se acercaba en procesión una imagen de San Julián para atraer el buen tiempo o acabar con la sequía.
Pero los más llamativos son quizá unos menhires desmontables que aún se conservan en algunos montes gallegos, levantados con la misma intención de atraer el sol o la lluvia. En Tomonde (Cerdedo-Pontevedra), junto a una pista forestal de difícil acceso, son visibles dos curiosas construcciones conocidas como los «santos»: una especie de menhires hechos con pequeñas piedras que, según la tradición, servían para atraer el sol o la lluvia y ahuyentar las temidas tormentas. Al igual que las piedras situadas en la sierra de Avión, se trata de un «macho» y una «hembra », aunque en este caso están una al lado de la otra. El «macho» tiene ligera forma de cruz, mientras que la «hembra» luce un aspecto más o menos cónico y es de un tamaño algo menor.
En cuanto a su funcionalidad, cuando se deseaba tiempo seco, se disminuía su estatura retirando algunos guijarros, y si era al contrario, se aumentaba la altura de ambos. En todo caso, protegían a Tomonde de las tormentas y podían alcanzar hasta los tres metros de altura. De más está decir que, a pesar de su nombre, no se trata de ninguna advocación cristiana. Seguramente, el nombre de «santos» se debe a la cristianización de una práctica pagana anterior. De hecho, monte abajo existe una gran cruz que es mucho más visible que los «santos», construida a mediados del siglo pasado por recomendación eclesiástica.

UNA TRADICIÓN MUY VIVA
Según la investigación realizada por Carlos Solla, autor de Carta arqueolóxica do concello de Cerdedo, la última vez que se modificaron los «santos» de Tomonde fue en los años sesenta. Lo hizo un emigrante retornado que, durante algún tiempo, rescató la tradición. Aunque estos menhires desmontables no son demasiado conocidos, también existen en otras localidades de la provincia de Pontevedra, como en Esperiña, en el municipio de Cotobade. Más recientemente, fueron levantadas varias construcciones similares en Outeiro Grande, en la parte interior de la ría de Vigo. Allí se han erigido en los últimos años varias de estas construcciones ante la sorpresa de algunos vecinos y de la prensa local. Y es que la tradición, más allá de su efectividad, continúa muy viva.
Los «santos» de Tomonde también protegían al pueblo de las tormentas. Esa misma función tenían los «pilones», monumentos pétreos de gran altura que levantaban los pastores de la sierra de Erata, en Huesca, utilizando guijarros apilados con el fin de ahuyentar a las temidas tempestades. Sin duda, estos ritos esconden un saber milenario que, por fortuna, aún no se ha perdido del todo.
(de Año Cero)

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