lunes, 1 de octubre de 2012

Presencia ET en el pasado:

Hablamos de la presencia extraterrestre, en la Biblia por que es el texto sagrado que más se conoce en esta región del planeta, pero la presencia de estos seres, su contacto con nuestros antepasados, desde los comienzos de la civilización está presente en la literatura sagrada de todos los pueblos antiguos. Y también hablamos de este tema para entender nuestra historia, nuestros orígenes, para respondernos, quienes somos, de donde venimos, realmente, para poder vislumbrar hacia donde vamos. Para entender nuestra existencia tenemos que saber nuestra procedencia, nuestra historia, y para comprenderla nos sería imposible si omitimos la presencia de estos seres, que han venido desde diversos rincones del universo, a propagar la vida en la Tierra, nos hicieron a su imagen y semejanza, a través de la ingeniería genética, y han sido desde entonces guardianes, vigilantes de este proyecto cósmico, que sin duda proviene de Dios. Las religiones siempre nos transmitieron que Dios creo la vida solamente aquí en la Tierra, y que entre Él y nosotros, entre el cielo y la Tierra no había nada más, crecimos como civilización creyéndonos el centro del Universo y lo más importante de la creación. Pero Dios mismo no se ocupa directamente de las tareas, digamos “menores”, tiene sus ángeles, o mensajeros, intermediarios entre Dios y su creación, que velan por el destino del proyecto, y nos han transmitido un legado, una instrucción, y que sin duda su accionar ha quedado plasmado a través de la historia, en la herencia cultural de los pueblos antiguos, escrita en los textos sagrados, y que ha dado base para las grandes religiones. Pero aceptar esto no hace a nuestras creencias menos sagradas, el que seres extraterrestres hayan intervenido aquí, y su presencia haya quedado impresa en textos sagrados como la Biblia, no desmerece nuestra fé, por el contrario más bien la confirma, ya que como les dijimos, ellos cumplen con su función, con su destino, que sin duda proviene del propio Dios, como así ellos mimos nos lo han transmitido. Pero nuestros antepasados, los protagonistas de las historias contadas en los textos de las religiones, que fueron testigos directos de la presencia y el accionar de estos seres, con los que tuvieron contacto los antiguos profetas, en su ignorancia y su inocencia, con una mentalidad como la de los niños, aún inmadura porque recién comenzaba la civilización a dar sus primeros pasos, vieron a estos seres como “Divinios”, como si fueran Dios mismo, o sus ángeles, que venían del Cielo, de lo alto, volando, en Carros de fuego, en gigantescas ruedas voladoras, una tecnología para ellos incomprensible... que llamaban la “Gloria de Dios”. Entonces los adoraron, y erigieron templos que marcaron los sitios donde se produjeron los contactos, e instituyeron rituales para obtener nuevamente los favores de los visitantes, invocar su presencia y su regreso. Ya que estos seres para no alentar dependencias, se marcharon para dejar que el hombre creciera y madurara por sí sólo, hasta que llegara el momento en que pudieran retornar sin que los viéramos como superiores, sino más bien como Hermanos Mayores, que no son mejores que nosotros, sino que solamente empezaron antes. Y desde entonces hemos confundido a estos Hermanos Mayores, Guías e Instructores de la Humanidad, con Dios mismo, y creamos nuestras religiones, no basadas en la adoración a Dios y sí a sus mensajeros. Luego nosotros mismos, al dejar de ver aquí las manifestaciones físicas de la presencia de Dios, como se dio antiguamente, creamos ante su ausencia, a un Dios a nuestra imagen y semejanza, dándole características muy humanas, hasta incluso un cuerpo de hombre, con barba y pelo blanco, sentado en un trono encima de las nubes, y lo hicimos celoso, con ira, castigador, al que debíamos temer, en vez de amar. Tratemos de leer la Biblia, y en cada versículo donde diga temor a Dios, cambiemos la palabra y coloquemos Amor a Dios, y veremos la diferencia claramente. Ya que el Dios que predicó el Maestro, Jesús, fue un Dios de Amor, de Perdón de misericordia, no de castigo ni de ira. Hemos estado milenios en la oscura confusión de la ignorancia, que no nos ha permitido ver la luz de la verdad, esa verdad que nos hace libres.

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