Lo que exotéricamente fue llamado reaparición de Cristo ya es una realidad. No obstante, hasta que la purificadora fase planetaria alcance un grado más avanzado que el actual, esa reaparición no será exteriorizada, pues esa energía debe expresarse a través de toda la vida en la Tierra, y no solo por medio de un ser, como ocurrió varias veces en el pasado. Aunque entre los hombres haya quienes la manifiestan con mayor pureza, en esta época debe revelarse a todo el planeta.
¿Y que señales traerá esa energía? ¿Cómo identificarla? Quienes la busquen fuera de sí quedarán confundidos pues, en estos tiempos, las fuerzas disuasivas se disfrazan y se expresan con bellas palabras, aparentemente espiritualizadas. Es del centro del ser de donde debe revelarse esa esencia, inconfundible, pura, como un potente manantial que trae el impulso al servicio, a la donación, a la unión con la vida, a la integración en ámbitos mayores, a la fusión con lo profundo y divino al cual pertenece.
La reaparición de esa energía, anunciada ya de diferentes maneras, inclusive por las religiones del mundo, corresponde a la aproximación del ser humano a la Jerarquía planetaria de modo irreversible y a la adhesión de la humanidad al propósito evolutivo. Y ese es uno de los motivos del proceso que ahora se lleva a cabo en el planeta, en todos los reinos.
Que los individuos y los grupos de servicio no se confundan en el juego de las apariencias, pues, en medio de la destrucción del mundo fenoménico, esa energía resurgirá triunfante y se irá haciendo cada vez más plena en el transcurso del ciclo venidero. Sin embargo, no será percibida, excepto por aquellos que se hayan unido a ella en los planos interiores.
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