He presenciado noches hermosas pero ninguna como ésta. La luz de las farolas brilla tenue y misteriosa creando un ambiente de intimidad que invita a la reflexión. El melancólico llanto de la quena envuelve la majestuosa plaza, trayendo con sus notas, himnos que en otro tiempo sonaron acompañados de imponentes tambores. Mil curiosos y turistas de las más variadas nacionalidades deambulaban por las calles, creando un paisaje aún más desconcertante. Todo el mundo camina disperso sin saber qué busca, con los nervios típicos que sólo tiene el que va a comenzar una fabulosa aventura. Y es que no hace mucho tiempo, desde este mismo sitio, ya partieron otros que incluso fueron capaces de encontrar ciudades perdidas como la mítica Machu Picchu.
El lugar que piso en este momento es la Plaza de Armas de Cuzco. La oscuridad envuelve a esta hora sus barrocos rincones, y la Luna, abriéndose paso entre negras nubes, impone un brillo que la hace aún más misteriosa. Voy al lado de la fuente; hasta ahí me desplazo. Desde el centro de la plaza alzo los ojos al cielo y contemplo el espectáculo que supone ver la luz de las estrellas a más de tres mil metros de altura. Sí, era cierto. El que construyó esta ciudad lo hizo alineándola en la Tierra con la Vía Láctea, un camino de estrellas. Las mismas que hace ya casi mil años alumbraron el paso de los Hijos del Sol por las escarpadas cordilleras andinas. Los incas, cuyo oscuro origen es todavía una incógnita, surgieron de la nada y en sólo dos siglos gestaron un imperio de dos millones de kilómetros cuadrados, el más grande que jamás haya conocido la América precolombina. Hoy, la plaza que contemplo, sigue teniendo el encanto colonial de antaño aderezado por el hervidero humano de miles de turistas; sin embargo, el esplendor de esta ciudad hay que buscarlo en otro tiempo.
Cuzco significa en quechua “ombligo”, y su centro neurálgico estaba justo donde hoy se alza la Plaza de Armas. Conocida como Wakaipata –que significa “lugar del llanto”–, en ella se realizaban multitudinarias ceremonias que congregaban a los diferentes estratos sociales. Su nombre se debía a que, en determinadas fechas, el inca y toda su corte salían a llorar a la vista de sus súbditos pidiendo de esta manera a la naturaleza que fuera pródiga en las cosechas y que la lluvia fuera abundante. Una de las más importantes ceremonias que aquí se realizaban era en la que se mezclaba, de forma periódica, tierra de la propia ciudad con la de las cuatro provincias del imperio que representaban los cuatro puntos cardinales del mundo, simbolizando de esta manera la unión de todo el reino. Las victorias militares también se celebraban en esta urbe, tocando tambores que se confeccionaban con la piel de los enemigos mientras que, para aporrearlos, se utilizaban las manos cortadas de los vencidos en la batalla. Posiblemente uno de los momentos más especiales que tenía lugar todos los años, era cuando se paseaba en solemne procesión las mallqui, las momias de los reyes incas fallecidos tiempo atrás, para que fueran aclamadas por su pueblo. Y es que la muerte no era motivo para que se dejara de venerar a los Inti Raimi, los Hijos del Sol.
Cuentan las leyendas que desde el lago Titicaca surgieron cuatro parejas de hermanos con sus respectivas hermanas y comenzaron un largo periplo hasta encontrar su tierra prometida. El viaje fue duro y la mitad de ellos perecieron. Pero el más valiente de todos lanzó su jabalina de oro y fue capaz de encontrar una tierra fértil que le proporcionara bienestar a su pueblo. Este personaje no fue otro que Manco Capac, “el glorioso”, y su lanza de metal precioso dicen que se clavó aquí, en Cuzco, que a la postre sería la capital del Tahuantinsuyu, el imperio de los cuatro puntos cardinales del planeta. A su llegada, los españoles dijeron que era la ciudad más bella del Nuevo Mundo, lo que no fue impedimento para que, guiados por oscuras sombras, la destruyeran. Desde aquel momento la luz de los Hijos del Sol ya no brilló de la misma forma. Pero aún así, a pesar de su destrucción, Cuzco sigue manteniendo su embrujo. Por ello, cuando seducido por el sonido de la quena camines durante la noche por sus calles y plazas, piensa que las notas de esta melancólica flauta traen en sus melodías la voz de los que un día construyeron esta tierra…
AÑO CERO
jueves, 9 de mayo de 2019
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