martes, 18 de septiembre de 2018

La máquina del tiempo (1ª parte)

Supongamos que hoy decidimos enviarnos a nosotros mismos, dentro de una semana, un mensaje que remontara el tiempo seis días atrás. Por tanto, lo recibiríamos mañana. Pero llegado el momento de enviarlo, olvidamos hacerlo. O, peor aun: justo antes de ese día, morimos. ¿Cómo hemos podido recibir un mensaje que nadie ha mandado?
Resulta evidente que hemos caído en una contradicción de tipo lógico. No podemos enviar mensajes hacia atrás en el tiempo. Otra cosa es ver el pasado pero sin interaccionar con él. Esto es perfectamente posible. De hecho, lo hacemos constantemente: vemos la Luna como era hace algo más de un segundo –recordemos que la velocidad de la luz en el vacío es de casi 300.000 kms por segundo y la Luna se encuentra a una distancia media de la tierra de 380.000 kms–; el Sol como era hace 8 minutos; Marte, cuando está en cuadratura con la Tierra, como era veinte minutos antes; Plutón, como hace seis horas… Y si miramos en dirección a la galaxia de Andrómeda, la más cercana a la nuestra, la observamos como era hace 2,5 millones de años.
También podríamos ver el pasado en nuestro propio planeta si imaginásemos –algo teóricamente posible, aunque técnicamente impracticable– que unos científicos extraterrestres de una galaxia lejana nos han obsequiado con unos espejos gigantescos orientados hacia la Tierra y, enfocando hacia ellos dichos artefactos, podríamos ver el pasado de nuestro planeta, aunque nuevamente tendríamos prohibido interactuar con él. Mas no nos desanimemos. Intentémoslo con el futuro: ¿Podríamos viajar algún día al futuro? La respuesta es un sí rotundo. De hecho, todos viajamos al futuro a razón de un día cada 24 horas. Esto es obvio, pero, ¿lograríamos hacerlo más deprisa? La respuesta a esta pregunta también es afirmativa.
Si viajáramos durante un año –según nuestro reloj– al 90% de la velocidad de la luz, cuando la nave espacial nos trajera de regreso, en la Tierra habrían pasado dos años. Y si el trayecto lo hubiéramos hecho a una fracción de la velocidad de la luz aún mayor, en ese año podríamos adentrarnos en el futuro 100, 200, 1.000 años o, literalmente, lo que quisiéramos. Aunque hay un problema: el turista del futuro sólo puede sacar billete de ida. Nunca podrá regresar al presente del que partió, porque ahora ese presente es su pasado. No hay vuelta atrás. El viaje al futuro es un viaje sin retorno. El viajero quedará para siempre atrapado en un tiempo que no es el suyo.

SIN MATERIA NI ENERGÍA
Con los viajes en el tiempo parece que estamos en un callejón sin salida, pero quizás no sea del todo así. Veamos por qué. Cuando era niño, le hice a mi padre una pregunta sobre un tema que me tenía intrigado. Era ésta: ¿Qué había antes de que existiera el universo? Yo daba por supuesto que mi padre –que era profesor de investigación del CSIC– saciaría mi curiosidad, pero no ocurrió así. Su respuesta fue la siguiente:
«Hijo, el propio tiempo se creó a la vez que el universo, por tanto no tiene sentido preguntar qué había antes del universo, porque ni siquiera existía el concepto ‘antes’». Su argumento me dejó sorprendido, insatisfecho y, por qué no decirlo, un tanto decepcionado.
En cualquier caso, intenté arreglarlo volviendo a preguntar: «Bueno, pero ¿qué había en lugar del universo?». Su respuesta me resultó aun más decepcionante que la anterior:
«El propio espacio se creó a la vez que el universo, por tanto tampoco tiene sentido preguntar qué había en lugar del universo, ya que ni siquiera había ‘lugar’».

Han pasado muchos años desde aquella charla. Ya no soy un niño. Tampoco cursé finalmente los estudios de Física. Pero mi afición a la Física permaneció intacta y mi deseo de conocer la respuesta a aquella pregunta, también.
Ahora tal cosa es posible, pero para ello debemos reconducir la pregunta. Sería así: ¿Conoce la ciencia algo cuya existencia esté al margen del tiempo y también al margen del espacio? Ahora la Física puede responder a esta pregunta y, sorprendentemente, la respuesta es afirmativa: se trata de un ente que no posee ni materia ni energía, sólo contiene información. Es información pura, sin vehículo material de transporte. Va de un punto a otro del universo instantáneamente, a velocidad infinita. Literalmente en tiempo cero. Además, no pasa a través del espacio tiempo. Lo hace, si se me permite la expresión, «por detrás del espacio y del tiempo». Virtualmente, «por detrás» del universo. Sin embargo, esta información, que se conoce como variables ocultas no locales u ondas de información de De Broglie, no es manipulable precisamente por ser híperlumínica.

Es muy fácil demostrar que si pudiéramos manipular un ente supralumínico, estaríamos en condiciones de enviar mensajes al pasado, cayendo en las contradicciones de tipo lógico ya explicitadas anteriormente. Por tanto, queda claro que este ente no se puede manipular, y es una pena, porque si pudiéramos hacerlo (siendo algo que trasciende al espacio y al tiempo), estaríamos en condiciones de crear una «máquina del tiempo». No nos serviría para viajar al pasado, pero sí para adivinar el futuro. Desgraciadamente, como ya hemos visto, tal cosa no es posible. ¿O tal vez sí? ¿Hemos pasado algo por alto? ¿Habrá algún resquicio por el que podamos penetrar y conseguir nuestro objetivo? ¿Podremos construir esa máquina del tiempo que se nos resiste?
La respuesta es sí, hay un resquicio, y ésta es mi pequeña y humilde aportación a la Física. A continuación les resumiré brevemente mi argumento:
Este ente supralúminico es el responsable de uno de los fenómenos más extraños de la Física Cuántica, conocido como entrelazamiento cuántico o paradoja EPR (por las iniciales de Einstein, Podolski y Rosen, que lo estudiaron en la década de los 30 del siglo pasado). El mismo consiste en que cuando dos partículas subatómicas tienen un origen común, por ejemplo dos fotones procedentes de la desintegración de un mesón Pi neutro, éstos saldrán disparados en la misma dirección pero en sentidos opuestos y quedarán hermanados de tal forma que, cuando uno de ellos (llamémosle «proximal») sea sometido a un experimento genuinamente aleatorio, por ejemplo el paso o no a través de un espejo semitransparente (semitransparente, como es obvio, para fotones de una determinada longitud de onda), el otro fotón (llamémosle «distal»), cuando con él se realice el mismo experimento, se comportará de la misma forma que el que hemos llamado proximal, a pesar de que ambos experimentos son completamente aleatorios e independientes el uno del otro, y aunque el experimento sobre el fotón distal se haga mucho más tarde (no importa cuánto) o éste se encuentre tan lejos como queramos imaginar (a años luz de distancia o incluso en los confines del Universo), el resultado será siempre el mismo: ambos fotones colaborarán independientemente del tiempo y del espacio que los separe.(Revista Año Cero)

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