La ciencia de vanguardia promueve revolucionarias ideas que cuestionan las caducas creencias respecto a cómo funciona el mundo. Los nuevos hallazgos demuestran que somos algo mucho más misterioso que un simple ensamblaje de carne y huesos. Estos estudios ofrecen información fidedigna acerca de una fuerza central o «campo», que gobierna tanto nuestros cuerpos como el resto del universo que nos rodea. Éste es el apasionante punto de partida de El Campo (Sirio), best-seller de la escritora y periodista Lynne McTaggart, algunos de cuyos conceptos centrales resumimos a continuación.
Durante varias décadas, en todo el mundo, respetados científicos de muy diversas disciplinas han llevado a cabo experimentos bien diseñados cuyos resultados dejan perplejos a los biólogos y a los físicos. En conjunto, estos estudios nos ofrecen abundante información respecto a la fuerza central organizadora que gobierna nuestros cuerpos y el resto del cosmos.
Sus descubrimientos sólo pueden clasificarse como asombrosos. En nuestro aspecto más elemental, no somos una reacción química, sino una carga energética. Los seres humanos y todos los seres vivos son una configuración energética dentro de un campo de energía conectado con todas las demás cosas del mundo. Este campo de energía pulsante es el motor central de nuestro ser y de nuestra conciencia, el alfa y el omega de nuestra existencia.
ANTEPROYECTO DEL MUNDO
No existe una relación dual «yo»/«no yo» entre nuestros cuerpos y el resto del universo, sólo hay un campo energético subyacente. Este campo es responsable de las funciones más elevadas de nuestra mente, y es la fuente de información que guía el crecimiento de nuestros cuerpos. Es nuestro cerebro, nuestro corazón, nuestra memoria: es en todo momento un anteproyecto del mundo. Más que los gérmenes o los genes, el Campo es la fuerza que determina finalmente si estamos sanos o enfermos, y es la fuerza con la que debemos contactar para curarnos. Estamos vinculados e involucrados, somos inseparables de nuestro mundo y nuestra única verdad fundamental es nuestra relación con él. «El campo», como dijo Albert Einstein sucintamente en una ocasión, «es la única realidad».
Hasta hoy, la biología y la física han sido sirvientas de los puntos de vista expuestos por Isaac Newton, el padre de la física moderna. Todo lo que creemos sobre nuestro mundo y el lugar que ocupamos dentro de él se deriva de ideas formuladas en el siglo XVII, que aún siguen formando la columna vertebral de la ciencia moderna; teorías que presentan los elementos del universo como si fueran divisibles, como si estuvieran aislados unos de otros y completamente autocontenidos.
UNA VIDA PREDADORA
Dichas ideas, en esencia, han creado una visión del mundo basada en la separación. Newton describió un mundo material en el que las partículas individuales de materia seguían ciertas leyes de movimiento a través del espacio y del tiempo: pensó en el universo como si fuera una gran máquina. Antes de que Newton formulara sus leyes del movimiento, el filósofo francés René Descartes enunció la que en su tiempo era una noción revolucionaria, que nosotros –representados por nuestras mentes– estábamos separados de esta materia inerte y sin vida de nuestros cuerpos, que no eran sino otra máquina bien engrasada. El mundo estaba compuesto por una serie de pequeños objetos discretos que se comportaban previsiblemente. El más separado de ellos era el ser humano. Estábamos fuera del universo y lo observábamos. Hasta nuestros cuerpos estaban separados de algún modo y eran otra cosa que nosotros mismos, las mentes conscientes que realizaban la observación. (AÑO/CERO ).
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