martes, 11 de septiembre de 2018

El santuario de las nubes

Monte Albán es una metrópoli que se concibió como un sofisticado marcador astronómico. Esta ciudad-estado impuso un aplastante dominio político y religioso durante más de mil años. Edificada por un pueblo llegado de las nubes, los zapotecas, que convirtieron esta ciudad en legendaria. Paco González.
A vista de pájaro, la contemplación de Monte Albán causa tanto asombro como observar las pirámides egipcias a bordo de un globo aerostático. Hay algo desasosegante en estos enormes centros ceremoniales de la antigüedad, ajenos a su entorno actual. O ésa es la impresión que provocan en la mayoría de espectadores occidentales e incluso en muchos de quienes hoy siguen viviendo junto a ellos.
Y eso que se trata de «ruinas». Cuesta imaginar el aspecto original de los monumentos de Monte Albán, aunque sabemos que estaban pintados con brillantes y llamativos colores, nada que ver con el tono grisáceo y apagado que presentan en la actualidad. No obstante, se ignora mucho más de lo se conoce acerca de este inquietante sitio arqueológico. Para empezar, ¿por qué el nombre de Monte Albán?…

ORIGEN MISTERIOSO
Obviamente, por lo «hispanizada», ésta no fue su denominación original. Pero, de hecho, difícilmente podríamos deducirla, pues no sabemos quiénes pusieron las primeras piedras de este santuario mesoamericano, se supone que allá por el año 800 a. C. Si acaso, nos han llegado los nombres por los cuales lo conocieron zapotecas y mixtecos, dos de las etnias que contribuyeron a su esplendor. En el caso de los primeros, el lugar pudo llamarse Dani Baá, algo así como «Montaña Sagrada». Por su parte, los mixtecos lo habrían conocido como Yucu Cúi (Cerro Verde). Se supone que lo de Monte Albán vino de traducir muy libremente alguna de estas denominaciones –o ambas–, aunque también se especula con que el autor de la «ocurrencia» fuese de origen italiano o conociera los relatos sobre el legendario Monte Albano (por Albanus Mons, enclave sagrado del Lacio en cuya cumbre se erigía un santuario a Júpiter). O, más sencillo, que el calificativo Albán tuviera que ver con la blancura de las flores que cubren este promontorio en primavera…
Para enredar aún más esta cuestión, que no nos parece menor –los nombres dicen mucho sobre la esencia de los lugares–, los actuales zapotecas continúan autodenominándose Ben’Zaa (Pueblo de las Nubes). Según la interpretación más prosaica, dicha atribución provendría de la situación elevada de este complejo ceremonial, levantado sobre un cerro desde el que se domina un gran valle. No obstante, los propios zapotecas de los Valles Centrales no se reconocen en esta asociación, por simplista; si bien no aclaran de dónde procede tan evocadora imagen, que algunos investigadores han interpretado como «evidencia» de una conexión estelar, extraterrestre. Ellos ni lo niegan ni lo asumen. Son «el pueblo de las nubes» porque sus antepasados «descendieron de las nubes», insisten…
Lo mismo reclaman para sí los mixtecos, cuyos remotos predecesores también ocuparon Monte Albán e igualmente se autoproclaman Ñuu Savi, «pueblo de la lluvia» o «de las nubes»… va en gusto del traductor. Polémicas etimológicas aparte, el carácter pluriétnico de Monte Albán –rasgo compartido con otras urbes mesoamericanas– no ayuda a descifrar qué secretos ocultan sus muros milenarios. Pese a todo, las piedras hablan, aunque sea en susurros…

CIUDAD SACRALIZADA
Como hemos mencionado, Monte Albán se erigió sobre un cerro, en un enclave elevado unos 400 metros por encima del Valle de Oaxaca. Así, desde el centro ceremonial debió resultar fácil controlar las incursiones de posibles enemigos o, mejor, estudiar los movimientos de los astros y detectar ciertos eventos celestes.
Aunque es probable que su etapa de máximo esplendor coincidiera con su «explotación» por parte de los zapotecas (ci. 500 a. C. a 900 d. C.), la fundación del primer centro ritual seguro fue muy anterior.
Cuestión distinta, insistimos, resulta identificar quiénes fueron aquellos primeros «hombres de las estrellas» y qué vieron en este enclave amén de su privilegiada situación estratégica. En cualquier caso, la tarea de construir sobre este promontorio de difícil acceso debió suponer un esfuerzo inimaginable, dado el volumen de mineral y otros recursos necesarios para levantar sus impresionantes edificios… Los arquitectos de Monte Albán no construyeron al azar.
Existió un plan premeditado que comenzó con el allanamiento y nivelado del terreno, lo que confiere a la explanada donde se asientan sus monumentos la apariencia de una gran pista de aterrizaje. Con aproximadamente 300 metros de largo por 200 de ancho, en dicha plataforma se dispusieron cuidadosamente decenas de elementos arquitectónicos, ocupando un inmenso rectángulo casi perfecto. Es probable que tales precauciones se debieran a que Monte Albán, en realidad, fue un sofisticado complejo ceremonial de marcado carácter astronómico.
Revista Año Cero

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