martes, 30 de agosto de 2016

TRILATERAL: EL GOBIERNO INVISIBLE DEL MUNDO

"El viernes 17 de mayo de 2007 tuvo lugar en Bruselas la cita que más hombres y mujeres poderosos ha reunido en toda la historia de la humanidad. Y no es una exageración. En total, entre empresarios, ideólogos y políticos había 350 invitados, de los que destacaban varios ex presidentes europeos y norteamericanos, ex directores de la CIA y miembros de los think-tank mejor situados en las esferas del poder. Eso sí, pese a la lista de ilustres que se «fugaron» de sus países para ocupar al completo el hotel que se había reservado al efecto, en los medios de comunicación apenas se supo nada, aunque en el plan de trabajo se planteaban asuntos de interés mundial. Y es que el secreto —y las extremas medidas de seguridad para proteger a los asistentes— es una de las señas de identidad de los encuentros anuales de la Comisión Trilateral.
Entre otros temas, uno de los directores de la reunión propuso a los asistentes tomar medidas para paliar los efectos del cambio climático, sin que ello supusiera penalizar los beneficios de las grandes empresas. Fue de los pocos temas que merecieron alguna nota informativa, pese a que muy pocos medios de comunicación decidieron dar luz verde a la nota distribuida por la agencia Associated Press. Quien hizo aquellas propuestas fue John Deutch, que había sido director de CIA entre 1995 y 1996, además de ser un respetado químico que ocupa el cargo de preboste del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) y forma parte del equipo de directores de la empresa armamentística Raytheon y del banco Citigroup.
La propuesta del ex director de la CIA consistía en enfrentarse al cambio climático partiendo de la idea de que el daño ya estaba hecho, por lo que era necesario adaptarse al nuevo escenario. Por ello, planteó contaminar la atmósfera con aerosoles y situar en la estratosfera globos y espejos que retuvieran las temperaturas sin modificación, para así equilibrar el calentamiento con elementos propios del efecto invernadero. Además, abogó por provocar explosiones nucleares en las capas altas de la atmósfera, con objeto de generar una serie de resortes que estabilizaran la situación. También estableció la necesidad de obligar a los estados a aplicar un nuevo impuesto sobre los carburantes de un cuarto de euro por cada litro de gasolina. Por supuesto, el montante de dicha contribución de los usuarios debería ir a las arcas de la industria petrolera —la más contaminante— para que lo invirtieran en las medidas necesarias para hacer frente al calentamiento. Tal propuesta, no caben dudas, se hará realidad dentro de no muchos años.
EL HOMBRE MÁS PODEROSO DEL MUNDO
Pese a tener 91 años, aquel contubernio fue dirigido y liderado por David Rockefeller, el máximo representante vivo de la saga familiar más poderosa del siglo XX, además de fundador y líder de la Comisión Trilateral desde 1973. Se trata, sin lugar a dudas, de la multinacional de ideólogos más poderosa que existe en el mundo. No obstante, más de uno y de dos han llegado a considerar al grupo como el auténtico gobierno del mundo globalizado. Y hasta cierto punto no les falta razón, porque el propio Rockefeller dejó claro su principal objetivo al crear el grupo: «Sustituir la soberanía de los pueblos por una élite mundial de técnicos y financieros».
Todo empezó durante una reunión de dos días —23 y 24 de julio de 1972— en Pocantico Hills, una mansión propiedad de la familia Rockefeller que se encuentra a cuarenta kilómetros al norte de Nueva York. Por aquellas fechas, el magnate se había convencido de que empezaban nuevos tiempos, por lo que era necesario adaptarse a ellos para poder mantener el poder de las multinacionales. El entonces presidente de Estados Unidos, Richard Nixon, era un personaje incómodo para Rockefeller, especialmente tras la decisión de imponer la Nueva Política Económica en 1971. Aquella norma ataba de pies y manos a las empresas, al tiempo que el Gobierno se reservaba mayor poder, por ejemplo, para imponer topvo encuentros con veintitrés presidentes de diferentes países del mundo para presentarles la idea. El objetivo era facilitar los lazos económicos y políticos entre los tres bloques en torno a los cuales debería erigirse un mercado financiero mundial: América del Norte, Europa y Japón. Por supuesto, había una agenda secreta. El planteamiento era que esos tres bloques formaran un eje, pero siempre bajo el control de EE UU. Del mismo modo, el apoyo a los países subdesarrollados se fundamentaba en convertirlos en títeres de los más avanzados, es decir, en «democracias gobernables». De hecho, en una de las primeras reuniones de la Trilateral, Brzezinski, ya nombrado director del grupo en Estados Unidos, predijo que el conflicto futuro ya no sería entre los países comunistas y el mundo occidental, sino entre los países desarrollados y los que no lo están. Así lo afirmó en la reunión mundial de la Comisión Trilateral de 1975 en Tokio. Y es que el pensador polaco había señalado que una de las misiones de la sociedad discreta era manejar los chantajes al Tercer Mundo.
Lo que la Comisión Trilateral preparó —con veinticinco años de adelanto— fue la llegada de la globalización. Sin embargo, sus planteamientos sirvieron para dibujar la globalización en sentido opuesto a cómo todos lo interpretamos en un primer momento. No buscaban un mundo sin fronteras, sino un mundo en el cual todos los países pudieran convertirse en un mercado natural para las empresas de los más poderosos. Después de la reunión de 1972 en la mansión Rockefeller y antes de que el grupo se presentara a la opinión pública en julio de 1973, el millonario y el «sabio» se reunieron en numerosas ocasiones —otra vez en el silencio de Pocantico Hills— para buscar a un candidato que se pudiera convertir en presidente de EE UU. Efectuaron varios informes y entrevistaron a numerosos candidatos hasta que dieron con el casi desconocido Jimmy Carter, que por aquel entonces había manifestado su deseo de ser candidato por el Partido Demócrata pero que, en realidad, apenas tenía apoyos. Todo cambió tras la decisión del contubernio trilateral y, de pronto, empezó a caer sobre la candidatura de Carter una lluvia de millones para financiar su campaña. Se había puesto en marcha la agenda secreta de los conspiradores… Ganó las elecciones y poco después el «Cartergate» estalló —aunque de forma controlada y sin estridencias—, cuando los medios de comunicación descubrieron que hasta veintiséis miembros de su equipo pertenecían a la Trilateral.
Durante el gobierno de Carter, el vicepresidente Walter Mondale, el secretario de Estado Cyrus Vance, el secretario de Defensa Harold Brown y el secretario del Tesoro Michael Blumenthal fueron miembros de la multinacional de ideas creada en la mansión del millonario. Es decir, cinco de los seis cargos más importantes del gobierno estaban en manos del poderoso think-tank. El que falta en la lista es el puesto de secretario de Seguridad Nacional. El sexto más importante y, en no pocas ocasiones, el auténtico motor de la política internacional. Durante la época de Carter ese cargo fue a parar a Zbigniew Brzezinski. ¿Alguien puede dudar de la influencia de este grupo en el poder políticoes en los precios de las cosas. «Ha llegado el momento de romper el asedio al que están sometidas las empresas multinacionales para poder movilizar la economía mundial», afirmó Rockefeller, quien, en cierto modo, se planteaba la necesidad de iniciar un proceso de liberalización de la economía.
Treinta años después, el mismo David Rockefeller se planteó la necesidad de fortalecer el gobierno discreto que pagaba de su bolsillo. Mandó a sus emisarios en busca de gente con unas ideas concretas que creía fundamentales para el mundo que se iba a enfrentar al fin del siglo XX. Fue entonces cuando supo de Zbigniew Brzezinski, un intelectual polaco nacido en 1928 que se fue a vivir a Estados Unidos con 25 años. Le contaron —tras conocerse el contenido de unas charlas suyas en un think-tank, la Brookings Institution — que era el hombre ideal, puesto que gran parte de su planteamiento encajaba con el que Rockefeller pretendía para su sociedad discreta.
EL PODER OCULTO EN EE UU
Brzezinski creía que había llegado la hora de recortar espacio de poder a las democracias y a los gobiernos en beneficio de las empresas. Además, preconizaba la caída del bloque soviético y anticipaba que la nueva realidad política debería adaptarse, en el futuro, a los cambios que en las sociedades iba a provocar la tecnología. Una vez que Rockefeller decidió que Brzezinski sería el ideólogo de la Comisión Trilateral, estableció las líneas de trabajo del grupo durante las dos jornadas de reunión en la citada mansión de Pocantico Hills en 1972. La mansión, también conocida por el nombre de Kykuit o simplemente como «el país Rockefeller», ocupa catorce kilómetros cuadrados, en mitad de los cuales se encuentra un inmenso edificio neoclásico de cuarenta habitaciones, si bien en sus alrededores hay otras edificaciones, archivos familiares, instalaciones estudiantiles e incluso un refugio nuclear. Ahí han vivido varios miembros del clan, que disfrutaban de invitar a personajes notables a las fastuosas cenas que se servían en los salones.
Todos los presidentes desde Johnson probaron las exquisiteces culinarias del servicio, pero también estuvieron allí Nelson Mandela, Kofi Annan, el rey Hussein de Jordania, Felipe González, etc. Un año después, David Rockefeller mantuvo encuentros con veintitrés presidentes de diferentes países del mundo para presentarles la idea. El objetivo era facilitar los lazos económicos y políticos entre los tres bloques en torno a los cuales debería erigirse un mercado financiero mundial: América del Norte, Europa y Japón. Por supuesto, había una agenda secreta. El planteamiento era que esos tres bloques formaran un eje, pero siempre bajo el control de EE UU. Del mismo modo, el apoyo a los países subdesarrollados se fundamentaba en convertirlos en títeres de los más avanzados, es decir, en «democracias gobernables». De hecho, en una de las primeras reuniones de la Trilateral, Brzezinski, ya nombrado director del grupo en Estados Unidos, predijo que el conflicto futuro ya no sería entre los países comunistas y el mundo occidental, sino entre los países desarrollados y los que no lo están. Así lo afirmó en la reunión mundial de la Comisión Trilateral de 1975 en Tokio. Y es que el pensador polaco había señalado que una de las misiones de la sociedad discreta era manejar los chantajes al Tercer Mundo.
Lo que la Comisión Trilateral preparó —con veinticinco años de adelanto— fue la llegada de la globalización. Sin embargo, sus planteamientos sirvieron para dibujar la globalización en sentido opuesto a cómo todos lo interpretamos en un primer momento. No buscaban un mundo sin fronteras, sino un mundo en el cual todos los países pudieran convertirse en un mercado natural para las empresas de los más poderosos. Después de la reunión de 1972 en la mansión Rockefeller y antes de que el grupo se presentara a la opinión pública en julio de 1973, el millonario y el «sabio» se reunieron en numerosas ocasiones —otra vez en el silencio de Pocantico Hills— para buscar a un candidato que se pudiera convertir en presidente de EE UU. Efectuaron varios informes y entrevistaron a numerosos candidatos hasta que dieron con el casi desconocido Jimmy Carter, que por aquel entonces había manifestado su deseo de ser candidato por el Partido Demócrata pero que, en realidad, apenas tenía apoyos. Todo cambió tras la decisión del contubernio trilateral y, de pronto, empezó a caer sobre la candidatura de Carter una lluvia de millones para financiar su campaña. Se había puesto en marcha la agenda secreta de los conspiradores… Ganó las elecciones y poco después el «Cartergate» estalló —aunque de forma controlada y sin estridencias—, cuando los medios de comunicación descubrieron que hasta veintiséis miembros de su equipo pertenecían a la Trilateral.
Durante el gobierno de Carter, el vicepresidente Walter Mondale, el secretario de Estado Cyrus Vance, el secretario de Defensa Harold Brown y el secretario del Tesoro Michael Blumenthal fueron miembros de la multinacional de ideas creada en la mansión del millonario. Es decir, cinco de los seis cargos más importantes del gobierno estaban en manos del poderoso think-tank. El que falta en la lista es el puesto de secretario de Seguridad Nacional. El sexto más importante y, en no pocas ocasiones, el auténtico motor de la política internacional. Durante la época de Carter ese cargo fue a parar a Zbigniew Brzezinski. ¿Alguien puede dudar de la influencia de este grupo en el poder político?" ( Extracto de «El gobierno invisible» de Bruno Cardeñosa )

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