jueves, 13 de julio de 2023

Somos hijos de las estrellas (parte 2)

 

 

 


 

LA CLAVE ESTÁ EN LOS DÓLMENES

Sin embargo, la teoría de panspermia no es nueva. El filósofo griego Anaxágoras, allá por el siglo V a. C., ya sostuvo que la vida en el universo se habría disgregado en forma de semillas, algunas de las cuales habrían caído en nuestro planeta para fecundarlo. Empero, lo más sorprendente es que podemos encontrar reminiscencias de esta creencia en civilizaciones mucho más antiguas, las cuales habrían alcanzado esta sabiduría no por el método científico, sino por una especie de revelación intuitiva al estar en continuo contacto con la naturaleza. Una sabiduría que los seres humanos modernos hemos perdido al poner asfalto bajo nuestros pies, al contaminar el aire para dejar de ver el cielo y al talar casi todos los árboles para intentar detener la primavera.

Nuestros ancestros llegaron a intuir que el planeta que habitamos es algo así como una Gran Diosa generadora de vida, la cual, en algún momento del pasado, habría sido fecundada por el cielo, de manera que todos los seres, desde los árboles hasta los hombres, habríamos surgido de esa unión cósmica. Prueba de ello son las diferentes construcciones y templos megalíticos en los que nuestros antepasados representaron la fecundación de la tierra por el cielo o la luz.  

Sorprendentemente, la inmensa mayoría de los dólmenes que se reparten por Europa presentan esta característica. Datados hace 5.000 años como poco, estas edificaciones se componen de una serie de losas verticales –ortostatos–, las cuales soportan el peso de otra piedra más grande que hace las veces de techo. Debido a la complejidad de su construcción, se cree que fueron tumbas colectivas o incluso sepulcros de personajes de gran importancia para la sociedad de la época. 

Con todo, lo más curioso es que muchos de ellos dejan un hueco entre sus losas verticales para que coincida con la puesta o salida del sol, intentando que el primer o último rayo del día penetre dentro del receptáculo sagrado e ilumine la oscuridad del vientre de la diosa, intentando recrear así esa primera concepción de nuestra madre Tierra por el padre Sol. Aunque los arqueólogos no están de acuerdo, lo más probable es que el dolmen tuviese además otra función –similar a la de las pirámides egipcias y mayas–, la de ser cámaras de regeneración en las que los seres humanos podíamos meternos para nacer de nuevo y volver a ser uno con la Tierra.  (continuará)

añocero


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