sábado, 2 de julio de 2022

Secretos Medievales (1ª parte)

 

 


 

El concepto de “Edad Media” no procede de la época a la que alude. Fue creado con un claro sentido peyorativo por los autores del Renacimiento italiano. Se referían así al “largo período de barbarie” comprendido entre la época clásica y la rinascitá –el renacimiento– que se produjo en su época. Los italianos de los siglos XV y XVI creían que el arte, la ciencia y la cultura habían llegado a su máximo esplendor en la época clásica de los griegos y los romanos. Después, pensaban, sólo hubo atraso y oscuridad durante mil años. Sin embargo, son demasiados años como para que no se hiciera nada bueno ni útil en aras del progreso humano.

Cualquier aspecto sombrío que afectase a ese período era sacado a relucir para demostrar la ignorancia y el “retraso mental” de los que hacían gala los hombres medievales. Bajo ese prisma, se hacía llamar “gótico”, es decir, ”propio de los bárbaros godos”, al arte de las catedrales, monasterios y construcciones civiles que aún hoy admira el mundo entero. No sólo se aprecia una cierta inquina mal disimulada en esos cronistas, sino también una injusticia histórica manifiesta. ¿Cómo se puede llamar “bárbaros” a los arquitectos y artistas que levantaron las seos de Chartres, León, Burgos, Compostela, Reims, la Mezquita de Córdoba o la Alhambra de Granada, entre muchas otras? ¿Cómo tildar de “oscuros” los años que produjeron figuras como Tomás de Aquino, Fibonacci, Anselmo de Canterbury, Avicena, Nicolas Flamel o Roger Bacon, o que vieron aparecer los Cantares de Gesta franceses, el Poema de Mío Cid, el Libro de Buen Amor o los deliciosos poemas provenzales y catalanes del amor cortés que invadieron Europa?
¿Cómo tildar de ignorantes y bárbaros los mil años de historia en que la ciencia se desarrollaba en Europa al compás de los hallazgos griegos y orientales, que llegaron a Europa a través de los musulmanes gracias a la Escuela de Traductores de Toledo? Nosotros no seríamos lo que somos, ni como Estados modernos ni como individuos, si no hubiera sido por la Edad Media.

Es verdad que en esa época tuvieron lugar las ocho terribles cruzadas “oficiales”, amén de otras cuantas “extraoficiales” e insólitas –como la de los niños del año 1212–, una época en la que hubo varias pestes bubónicas, en la que tuvo lugar la guerra de los Cien Años entre Francia e Inglaterra… Sucesos y acontecimientos que no permitían dedicarse al noble arte de la creación, sino más bien al de la destrucción. Por si fuera poco, hubo una glaciación a pequeña escala a finales de la Edad Media en la que se helaron sus habitantes –y probablemente también las ideas de algunos de ellos– que provocó que tiritaran los dientes y temblaran los proyectos científicos. Se la ha denominado la “pequeña Edad de Hielo” y se trató de un período frío que empezó a mediados del siglo XIV y terminó hacia la mitad del XIX, nada menos.

Época de adelantos y retrocesos

La lista de invenciones técnicas de este tiempo es bastante extensa. En la Edad Media se inventaron o perfeccionaron las gafas, las lentes, el ajedrez, el parchís o la bicicleta. A esa época debemos logros como el compás perfeccionado, la pólvora, el papel –siglos XII-XIII–, el reloj mecánico, los espejos de vidrio, la imprenta, la bomba hidráulica, la saladura del arenque, la fundición, las esclusas en los canales, y un largo etcétera. Los cambios técnicos tuvieron lugar en el transcurso de toda la Edad Media, y han representado una valiosa aportación a la civilización científica del futuro. Y junto con ellos, también se inventaron otros artilugios mucho más heterodoxos: autómatas que obedecían a sus dueños, cabezas parlantes que podían ser consultadas ante cualquier problema, palomas mecánicas que volaban, coches movidos por el viento…
Todo esto dibuja una Edad Media llena de extravagantes genios, algunos ya olvidados hoy día y otros que están resurgiendo de sus cenizas gracias a las novelas históricas. Se han empeñado en decirnos que la mayoría de los sabios medievales creían que la Tierra era plana o que América era un continente desconocido antes de la llegada de Cristóbal Colón. Todas estas afirmaciones se ha demostrado en la actualidad que son falsas, pero aun así se siguen repitiendo sin cesar una y otra vez. Muchos no quieren reconocer que el desarrollo de la civilización medieval fue esencialmente la suma de cuatro elementos: la herencia de la antigüedad grecolatina, el aporte de los pueblos germánicos, la religión cristiana y la genialidad de personas o gremios que, en más de una ocasión, fueron a contracorriente.

René Guénon, entre otros, ha afirmado que ese saber hermético, esotérico y cosmogónico procedente de las culturas egipcia, griega y romana, habría sido custodiado a lo largo de los siglos medievales por una cadena de sociedades secretas y órdenes de caballería como los templarios o la Fede Santa –los “Fieles del Amor”–, ésta última con la que se vincula a Dante.

(Año cero)


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