El concepto de “Edad Media” no procede de la época a la que
alude. Fue creado con un claro sentido peyorativo por los autores del
Renacimiento italiano. Se referían así al “largo período de
barbarie” comprendido entre la época clásica y la rinascitá –el
renacimiento– que se produjo en su época. Los italianos de los
siglos XV y XVI creían que el arte, la ciencia y la cultura habían
llegado a su máximo esplendor en la época clásica de los griegos y
los romanos. Después, pensaban, sólo hubo atraso y oscuridad
durante mil años. Sin embargo, son demasiados años como para que no
se hiciera nada bueno ni útil en aras del progreso
humano.
Cualquier aspecto sombrío que afectase a ese
período era sacado a relucir para demostrar la ignorancia y el
“retraso mental” de los que hacían gala los hombres medievales.
Bajo ese prisma, se hacía llamar “gótico”, es decir, ”propio
de los bárbaros godos”, al arte de las catedrales, monasterios y
construcciones civiles que aún hoy admira el mundo entero. No sólo
se aprecia una cierta inquina mal disimulada en esos cronistas, sino
también una injusticia histórica manifiesta. ¿Cómo se puede
llamar “bárbaros” a los arquitectos y artistas que levantaron
las seos de Chartres, León, Burgos, Compostela, Reims, la Mezquita
de Córdoba o la Alhambra de Granada, entre muchas otras? ¿Cómo
tildar de “oscuros” los años que produjeron figuras como Tomás
de Aquino, Fibonacci, Anselmo de Canterbury, Avicena, Nicolas Flamel
o Roger Bacon, o que vieron aparecer los Cantares de Gesta franceses,
el Poema de Mío Cid, el Libro de Buen Amor o los deliciosos poemas
provenzales y catalanes del amor cortés que invadieron Europa?
¿Cómo
tildar de ignorantes y bárbaros los mil años de historia en que la
ciencia se desarrollaba en Europa al compás de los hallazgos griegos
y orientales, que llegaron a Europa a través de los musulmanes
gracias a la Escuela de Traductores de Toledo? Nosotros no seríamos
lo que somos, ni como Estados modernos ni como individuos, si no
hubiera sido por la Edad Media.
Es verdad que en esa época
tuvieron lugar las ocho terribles cruzadas “oficiales”, amén de
otras cuantas “extraoficiales” e insólitas –como la de los
niños del año 1212–, una época en la que hubo varias pestes
bubónicas, en la que tuvo lugar la guerra de los Cien Años entre
Francia e Inglaterra… Sucesos y acontecimientos que no permitían
dedicarse al noble arte de la creación, sino más bien al de la
destrucción. Por si fuera poco, hubo una glaciación a pequeña
escala a finales de la Edad Media en la que se helaron sus habitantes
–y probablemente también las ideas de algunos de ellos– que
provocó que tiritaran los dientes y temblaran los proyectos
científicos. Se la ha denominado la “pequeña Edad de Hielo” y
se trató de un período frío que empezó a mediados del siglo XIV y
terminó hacia la mitad del XIX, nada menos.
Época de
adelantos y retrocesos
La lista de invenciones técnicas
de este tiempo es bastante extensa. En la Edad Media se inventaron o
perfeccionaron las gafas, las lentes, el ajedrez, el parchís o la
bicicleta. A esa época debemos logros como el compás perfeccionado,
la pólvora, el papel –siglos XII-XIII–, el reloj mecánico, los
espejos de vidrio, la imprenta, la bomba hidráulica, la saladura del
arenque, la fundición, las esclusas en los canales, y un largo
etcétera. Los cambios técnicos tuvieron lugar en el transcurso de
toda la Edad Media, y han representado una valiosa aportación a la
civilización científica del futuro. Y junto con ellos, también se
inventaron otros artilugios mucho más heterodoxos: autómatas que
obedecían a sus dueños, cabezas parlantes que podían ser
consultadas ante cualquier problema, palomas mecánicas que volaban,
coches movidos por el viento…
Todo esto dibuja una Edad Media
llena de extravagantes genios, algunos ya olvidados hoy día y otros
que están resurgiendo de sus cenizas gracias a las novelas
históricas. Se han empeñado en decirnos que la mayoría de los
sabios medievales creían que la Tierra era plana o que América era
un continente desconocido antes de la llegada de Cristóbal Colón.
Todas estas afirmaciones se ha demostrado en la actualidad que son
falsas, pero aun así se siguen repitiendo sin cesar una y otra vez.
Muchos no quieren reconocer que el desarrollo de la civilización
medieval fue esencialmente la suma de cuatro elementos: la herencia
de la antigüedad grecolatina, el aporte de los pueblos germánicos,
la religión cristiana y la genialidad de personas o gremios que, en
más de una ocasión, fueron a contracorriente.
René
Guénon, entre otros, ha afirmado que ese saber hermético, esotérico
y cosmogónico procedente de las culturas egipcia, griega y romana,
habría sido custodiado a lo largo de los siglos medievales por una
cadena de sociedades secretas y órdenes de caballería como los
templarios o la Fede Santa –los “Fieles del Amor”–, ésta
última con la que se vincula a Dante.
(Año cero)
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