Una entidad de luz custodia las selvas del Manú y habla
del sentido de conectar con un Retiro de la Hermandad Blanca.
EL mensaje de Cecea al otro lado del Mecanto
Así
llegó la noche, y cerca de las 7:00 p.m. nos dispusimos a realizar una
meditación para conectarnos con la Hermandad Blanca. Nimer se ofreció a
dirigirla, pidiéndonos acostarnos sobre los plásticos, y de esta forma
facilitar la relajación. Realmente lo que Nimer deseaba era llevar una
práctica de viaje astral, lo cual hizo pero sin decir lo que se
proponía.
De un momento a otro me vi abandonando el cuerpo en una
proyección totalmente consciente. Era como si alguien me estuviese
“jalando”, encontrándome flotando sobre mis compañeros y luego
atravesando la jungla en dirección a las nacientes del Sinkibenia, el
lugar donde se cree está Paititi. Luego, recuerdo que llegaba a una gran
cascada que caía con fuerza desde gran altura. La atravesé y allí
observé a una mujer joven y hermosísima, con un velo blanco y cabellos
canos, brillante, y parecía mezclarse con el agua de la cascada. Era
impactante observarla.
—¿Qué buscas Nordac? —me habló la mujer con una voz dulce y maternal, llamándome por mi nombre cósmico.
—Respuestas —contesté firme, sintiendo al mismo tiempo cómo su mirada me envolvía en una indescriptible sensación de paz.
—Las respuestas están en todas partes… —respondió despacio y sonriente.
—Bueno, me refiero a las respuestas que necesita el grupo —repuse.
—Entonces búscalas en el grupo…
—Sí… Lo que ocurre es que quisiéramos saber cuál es nuestro siguiente paso luego de llegar aquí —intervine reflexivo.
—El siguiente paso es retornar… Ya llegaron y han cumplido el objetivo…
—¿Cumplido el objetivo? —Inquirí, mientras la observaba confundido levitar sobre una gran roca.
—Cuando
tomaron la decisión de abandonar todo lo que los ataba al mundo de
afuera por acceder al nuestro y contribuir con ello al cumplimiento de
la Misión, sellaron con creces vuestra parte.
—Pero, ¿no teníamos que llegar más allá de lo que se había hecho en los viajes anteriores?
—Amados, en verdad les decimos que nunca antes en la Misión alguien llegó tan lejos como ustedes… ¿Comprendes?
Cecea era quien me hablaba. Entonces comprendí que no podíamos evaluar
un viaje como éste por las distancias físicas, como si se tratase de una
carrera de aventura donde luego se confronta quién se internó más en la
selva, o quién vivió mejores experiencias. En realidad se buscaba otra
cosa…
—Lo que dijo Alcir era un acertijo, un juego de palabras para probarnos, ¿verdad? —consulté.
—No exactamente. Alcir les habló con verdad y ustedes despertaron. Ahora retornarán al mundo, pero sin pertenecer a él…
—¿Y
que sucedió con la información que nos entregarían? —preguntaba en
relación a los diferentes mensajes que afirmaban la recepción de un
importante archivo que custodia la Hermandad Blanca del Paititi.
—La
poseen. Hemos depositado siete esferas de energía que contiene
información relativa al Plan Cósmico y el programa de contacto en cada
uno de ustedes. En Pusharo comprobarán lo que han recibido y empezarán a
entender. Deben saber que ahora vuelven con la luz en vuestros corazones y nuestro total apoyo en su misión. Ya pueden regresar…
Luego
de escucharla quedé muy contento, pero con cierta preocupación del
mensaje recibido, ya que haría añicos nuevamente el esquema mental del
grupo.
—¿Deseas una corroboración? —intervino Cecea, interceptando mis pensamientos—. Vuelve,
y al abrir los ojos verás la nave que materializaremos sobre ustedes,
para que así estén seguros y no tengan dudas de lo que les decimos…
En
unos instantes más me encontraba en mi cuerpo, sin poder olvidarme cada
palabra de la Guardiana de la Puerta. Entonces abrí los ojos y ante mi
rostro demudado, de la nada “apareció” una nave —un objeto circular
intensamente encendido en luz blanca—, exactamente sobre el grupo,
emitiendo sus poderosas luces como llamando nuestra atención. Sin
esperar mucho avisé a los muchachos, a pesar que aún seguían en estado
de meditación, siendo Carlos y Maribel quienes vieron igual de
sorprendidos la contundente manifestación de los Guías. Luego de unos
segundos más —todo fue muy rápido¾ el objeto “desapareció” de nuestra
vista, como si hubiese sido “tragado”. Realmente espectacular.
Inmediatamente
compartí la experiencia con el grupo, percatándonos, y aún más para mi
asombro, que no fui el único que recibió el mensaje de Cecea. La “Dama
de Dávalos” había transmitido el mismo mensaje a otros miembros del
grupo.
Fue cuando compartíamos todo esto que se mostró un segundo objeto, que
inicialmente se hallaba suspendido sobre nosotros, como un lucero entre
las estrellas, para luego moverse a gran velocidad describiendo una
línea sinuosa y errática, siendo Nimer y Camilo los primeros en
advertirlo. La emoción del grupo era muy grande. Todos empezamos a
comprender lo que habíamos hecho. A entenderlo todo… Habíamos enfrentado
la “Gran Prueba” que mencionó Alcir: habíamos ingresado al verdadero
Retiro Interior. Por ello, el Maestro intraterrestre nos diría en
Pusharo que las respuestas las hallaríamos dentro y no afuera.
Luego
de reflexionar en todo esto nos acostamos, con la claridad de que el
viaje aún no terminaba. Intuíamos que en Pusharo, a nuestro regreso del
Mecanto, algo grande ocurriría; además, la misma Cecea lo había
anunciado.
Muro de Pusharo
Pasamos
una tarde silenciosa en el campamento base de Pusharo. Nos
encontrábamos a puertas de vivir lo que algunos denominábamos “la
experiencia de cierre” de tan impresionante aventura. Dejándonos llevar
por una intuición poderosa, nos dirigimos al muro de los petroglifos
cerca de las 6:30 p.m., silentes, atentos, percibiendo en cada paso la
proximidad de los Maestros.
Cuando ya
nos encontrábamos cerca de la roca, “algo” se cruzó frente a nosotros,
alarmando de inmediato a quienes íbamos delante. Fue tan rápido que no
pudimos percatarnos de los detalles, pero la impresión que algunos de
nosotros tuvimos, era como la apariencia de un pequeño ser con manto
blanco. Extraño.
Una
vez que reanudamos la caminata a los petroglifos, recordaba que el
mismo Casiano (nativo del lugar) afirmó haber visto “niños de blanco”
acercarse al campamento. Además, ese mismo día, cuando nosotros nos
hallábamos en el muro meditando —por la mañana al retornar de nuestra
incursión al otro lado del Mecanto—, nuestro guía machiguenga observó
dos luces salir del cañón y aproximarse a las tiendas, como buscando
algo, para luego marcharse a gran velocidad en dirección a Aguaroa. “Las luces eran como sus linternas” —decía el nativo al describir su experiencia—.
Casiano
es un hombre sensible, bondadoso y amable. Realmente parece un niño, y
quizá por ello fue testigo de todas estas manifestaciones, como si fuese
un mensaje para el grupo. Pensaba en ello cuando llegamos a los
petroglifos. Y realmente la presencia que se sentía allí era impactante.
Luego
de una meditación al pie de la roca sagrada, cada uno se fue acercando
al muro, muchos arrodillándonos y pegando nuestra frente y manos en él,
para dejarnos fluir y penetrarlo psíquicamente. Sentíamos que los
Maestros nos hablarían, que estarían allí. Y no nos equivocamos.
Rápidamente
nos vimos atravesando una intrincada red de túneles que nos llevaban a
ciudades espléndidas en el mundo subterráneo, todas comunicadas entre
sí. Seres sabios con apariencia de ancianos en túnicas blancas y doradas
nos hablaban de su más preciado tesoro: El conocimiento.
Entre
las informaciones que recibimos en ese inolvidable viaje de agosto del
2000, se nos dijo que Cecea, la Guardiana de la Puerta, tenía sus
orígenes en Sirio. Y en relación a las esferas de energía que ella
depositó en nosotros, se nos dijo que se trataban de emanaciones de
información del Disco Solar del Paititi. Pero no sólo eran archivos de
información, sino una especie de “llave” o “contraseña”, que al
exponerse ante la energía de ciertos lugares sagrados de la Hermandad
Blanca, se “activa”, permitiendo acceder a los más profundos secretos y
verdades protegidas desde hace mucho.
Se nos habló, además, que a
partir de marzo del 2001 terminaríamos de asimilar, recordar y
comprender todo lo recibido, y que el lugar clave para ello sería el
Monte Sinaí en Egipto, por cuanto en él se encuentra oculto un antiguo
objeto sagrado que jugaría un papel gravitante para el futuro de la
humanidad (Nota: el viaje a Egipto se hizo y ciertamente fue importante
para seguir hilando todas estas revelaciones).
La Gran
Triangulación de agosto de 2000, que había logrado tres expediciones
simultáneas a Paititi, la Cueva de los Tayos y la Sierra del Roncador
¾por primera vez en toda la historia de la Misión¾ generaría importantes
cambios en nuestro proceso como grupo de contacto. No era descabellado
el pensarlo, teniendo en cuenta que diferentes mensajes de los Guías
siempre aludieron a estos tres lugares y su marcada importancia para
Sudamérica y el mundo. Algo sucedería al haber penetrado,
simultáneamente, en sus territorios sagrados (Nota: una de las
consecuencias de estos viajes y el paso que dimos en ellos fue la
posterior visita a una base orbital extraterrestre en febrero de 2001).
Sentimos
como si hubiésemos abierto una puerta a nuevas experiencias e
informaciones claves en nuestro proceso de contacto. Si no estábamos
equivocados, debíamos estar preparados para ir rompiendo todos aquellos
esquemas mentales que teníamos sobre la Misión, ya que iríamos
despertando nuevos conocimientos que delinearían con mayor precisión el
camino que ya veníamos transitando. Sentíamos que se produciría una
definición y auto selección colectiva.
Al concluir nuestra
experiencia de proyección en Pusharo, estas sensaciones, imágenes, e
incluso las propias palabras de los Maestros, resonaban intensamente en
nuestras mentes. Y, para coronar la situación, a mitad de nuestras
primeras percepciones sobre lo que habíamos vivido en el muro, los
matorrales empezaron a moverse… Unos firmes pasos quebraban el silencio.
Entonces observamos personas con togas blancas abrirse paso entre la
jungla, como rodeando al grupo, observándolo todo. Parecían estar hechos
de luz. Caminaban despacio a nuestro alrededor mientras sus cuerpos nos
irradiaban de una energía especial.
Pero uno de estos personajes
no se movía. Vestido también de blanco, aquel hombre se encontraba de
pie donde el muro se inicia, y definitivamente, se le podía notar con
claridad, a pesar de hallarse ubicado tras unas lianas. Cuando me
acerqué hacia él, dejándome llevar sólo por un impulso, noté que a
diferencia de las contundentes proyecciones holográficas que rodeaban al
grupo, este personaje se hallaba allí ¡físicamente! Era Alcir.
Entonces
llamé a Maribel, que estaba a mi lado y que ya había detectado la
presencia. Luego Carlos se integró y los tres nos aproximamos, viendo
cómo el Maestro, que irradiaba una poderosa energía ¾al punto que hacía
estremecer nuestros cuerpos¾ se alejaba a paso lento, como
despidiéndose, ascendiendo la escarpada que conduce a una trocha que
lleva hasta la misma cima del muro ¾unos 30 metros de altura¾,
sacudiendo los matorrales para abrirse paso. Al parecer, sólo quería que
le viéramos. Que estaba cerca, observando. No fue poco…
Decidimos
entonces reunirnos los siete y no dispersarnos como suele suceder en
experiencias como esta. Nimer también se nos acercó, visiblemente
emocionado, pero no por las presencias, sino por una luciérnaga que se
posó en su mano ¾y que nos mostró¾ luego de vivir un extraordinario
encuentro con Cecea en el muro. Era gratificante comprobar que toda esta
experiencia ¾a nuestro juicio la más importante del viaje¾ la vivía
todo el grupo como una verdadera unidad.
Tan rápido como
aparecieron aquellos hombres de blanco, se marcharon. Su proximidad,
inexplicablemente, había producido un cambio en todo el lugar. Y también
en nosotros. No sabría definirlo.
Al salir del muro, escudriñé el
cielo abierto que se nos mostraba aquella noche. A voz en cuello le
pedí a los Guías ¾los sentía cerca¾ que se mostrasen al grupo como una
señal que respaldara el cumplimiento final de los objetivos del viaje y
todo cuanto se nos dijo en el muro. Inmediatamente una nave encendió y
apagó sus luces, como pequeños fogonazos, en una manifestación concreta y
palpable.
¡Yo no lo vi! ¡Que se muestren otra vez! ¾Decían algunos a coro.
Honestamente
no imaginé que lo volverían hacer, pero ni bien solicitamos una nueva
señal, la nave se mostró en acto seguido, con sus intensas luces, y
entonces todos la vieron. Si bien es cierto en estos años de Misión
hemos aprendido que un avistamiento sólo confirma que hubo contacto, y
que no respalda necesariamente el contenido de los mensajes ¾y esto hay
que tenerlo siempre en cuenta¾, aquí la situación era muy distinta, por
cuanto interactuábamos directamente con los Guías. La conexión era
clarísima.
Contentos y visiblemente entusiasmados regresamos al campamento.
Al
día siguiente regresaríamos al mundo que dejamos y en el cual aún
teníamos mucho por hacer. Se nos había entregado un mensaje poderoso…
Reflexión:
Paititi
no es sólo una supuesta ciudad perdida inca perdida en la selvas del
Manú. Se trata de un santuario de la misteriosa Hermandad Blanca.
Diversos grupos espirituales y de contacto han acudido a este lugar
recóndito del Perú desde los años 50, procurando llegar a sus puertas.
Pero nadie lo ha conseguido. Y ello no sucederá porque aún no es el
momento. Primero debemos ingresar en nuestro propio “Retiro Interior
personal”.
Sé que puede sonar
ridículo viajar a un lugar tan alejado y peligroso para vivir
experiencias espirituales y simbólicas que perfectamente podrían darse
en cualquier otro punto menos comprometido. Si embargo, lidiar con esos
ríos, piedras, lluvias torrenciales y largas caminatas, vuelve humilde
al caminante y le hace ver cosas que en otros contextos no comprendería.
Eso hace Paititi. Pero el viaje de agosto de 2000 no fue sólo
“simbólico”. Hubo un encuentro físico con Alcir que advertía, a manera
de acertijo, lo que implica “ingresar a la Hermandad Blanca”. La
experiencia con Cecea en el astral también fue extraordinaria. Y la
aparición de las naves, siempre ocurrió en los momentos exactos y de
forma contundente. Todo este despliegue para recordarnos hacia adónde
debíamos orientar nuestros esfuerzos.
(Publicado originalmente en el libro “El Legado Cósmico”, de Ricardo González).