Es posible que dentro de 20 años todas las regiones de la Tierra sean objeto de los viajes turísticos. Me refiero a los parajes naturales que, aún hoy, son tan sólo un destino de expediciones de tipo científico, de exploración y aventura. Tal es el caso del territorio de la Gran Sabana de Venezuela.
Exploraciones de César Pérez de Tudela
Allí estás sobre las selvas, entre el río Orinoco y el Caroni, la región de los Tepuys, unas montañas de cuarzo y arenisca que se elevan cortadas verticalmente para internarse en los cielos cubiertos de nubes tropicales. Sus cimas son mesetas que parecen sugerir que no siempre fueron cimas, sino suelos que resistieron a la erosión de los milenios y cuyos alrededores se hundieron hasta quedar levantados cientos de metros sobre las actuales superficies selváticas.
El pasado se presenta en esta región de plantas insectívoras y montañas inexploradas como un museo de ciencias naturales. Algunas de estas curiosidades del Jurásico están en el cerro Autana –el más famoso de todos los Tepuys y por consiguiente el más explorado– a la cabeza de cientos de cerros y misteriosas montañas-mesetas como Roraima, Duida, Neblina, Auyantepui, Chimantá, Aracamuni, Sipapo, Tebasín, Kukanan… y muchos más, cuyo nombre ni siquiera se conoce.
Constituyen un espectáculo inalcanzable, hoy igual que ayer, cuando los primeros viajeros relataron con estupor su descubrimiento. Recuerdo lo que decía mi amigo e ilustre colega desaparecido Félix Rodríguez de la Fuente, divulgador del mundo animal, cuando relataba en la revista La Actualidad Española de la que éramos reporteros en los años setenta, el descubrimiento de la zona y especialmente del cerro Autana.
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