martes, 2 de marzo de 2021

CONOCIMIENTO del CIELO (2)

 


En el continente americano, la astronomía alcanzó sorprendentes niveles de perfección. En Naxatum, la más antigua de las ciudades mayas conocidas, dos templos servían como punto de observación para las puestas de sol durante los solsticios de verano e invierno. En Chichén ltzá, durante el equinoccio de primavera, el juego de luces y sombras que provoca el Sol en la balaustrada de la pirámide principal produce la aparición de la imagen de una serpiente de cascabel con plumas que dudosamente puede ser fruto de la casualidad.

En México, Guatemala y Honduras se desarrolló un intrincado calendario astronómico de una exactitud excepcional. En el Códice de Dresde aparece reflejado cómo los mayas hicieron un registro completo de la aparición de Venus como estrella de la mañana y de la tarde, con su ciclo de 584 días. Los mayas eran conscientes de la proporcionalidad del año de Venus y del llamado año vago terrestre de 365 días. Ocho años vagos corresponden exactamente a cinco años de Venus, representando un ciclo de 2.920 días, tras los cuales Venus retorna al mismo lugar del cielo en la misma época del año.

Además, los astrónomos mayas calcularon la duración del año solar en 365,242 días. Y dieron al mes lunar un valor exacto de 29,5302 días, con un insignificante error de 0,00039.

Sería absurdo pensar que toda esta serie de complejos cálculos tuviera, únicamente, una función agrícola. Basta pensar en los esfuerzos realizados en la ciudad mexicana de Teotihuacán, donde se desvió el curso de un río para adaptar su trazado a un plan establecido según la orientación astronómica ¡de las Pléyades! Este grupo de estrellas experimentaba una salida helíaca (aparición de los astros dentro de la hora anterior al amanecer) el día exacto en que se producía el primero de los dos pasos anuales del Sol por el cenit, un día de enorme importancia para señalar las estaciones ya que entonces el Sol no proyecta sombras cuando está a la altura del mediodía. Dada la importancia de las Pléyades en el saber popular mesoamericano, este grupo estelar parece constituir la clave astronómica según la cual se planificó la orientación de Teotihuacán, Tenayuca, Tepozteco y Tula.

 

Los edificios de Chichén ltzá, en Yucatán, muestran un planteamiento similar. La Torre del Caracol es probablemente el más famoso de todos los edificios astronómicos de la América antigua. Se trata de una torre circular con cuatro puertas, cada una de ellas orientada hacia un punto cardinal. Se abren tres ventanucos al oeste, al suroeste y al sur. Dos de estas ventanas marcan perfectamente los extremos septentrional y meridional del trayecto de Venus a lo largo del horizonte. Además, las puestas solares en los días equinocciales se adaptan limpiamente a la banda estrecha de cielo que puede verse desde la alineación interior derecha y exterior izquierda de la primera ventana. Según la leyenda, fue el enigmático dios Quetzalcoatl quien levantó el templo mayor piramidal de Chichén ltzá.

Las construcciones individuales de los asentamientos mexicanos también tienen significado astronómico. Dichos edificios podrían haberse desviado deliberadamente de la simetría para poner énfasis en algún suceso importante (la salida de algún astro, por ejemplo) relacionado con el horizonte. Una de las construcciones menos corrientes desde este punto de vista es el conocido como edificio de Monte Albán, un lugar elevado habitado por los antiguos aspotecas, cerca de la ciudad de Oaxaca. Su planta tiene forma de flecha. Mientras todos los demás edificios tienen sus ejes dirigidos sensiblemente hacia los puntos cardinales, la escalera del edificio está orientada al noreste. Los bajorrelieves de la pared oeste mostraban claramente el símbolo de los palos cruzados. Es el mismo instrumento de observación dibujado en los códices. En el año 275 a.C., fecha en que se construyó, apuntaba hacia la salida de Capella, la sexta estrella más brillante del cielo, que experimentaba una salida helíaca precisamente el mismo día del primer paso anual del Sol por el cenit de Monte Albán, el 9 de mayo de aquella época. Cuando esto sucedía, los sacerdotes descendían al pasadizo del llamado edificio P para hacer sus observaciones solares.(continuará)

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