En la primera mitad de este año, cuando la pandemia de la covid-19 llevó a prácticamente todos los países del mundo a implementar medidas de cuarentena, confinamiento y distanciamiento social, uno de los efectos inmediatos que se documentaron fue una suerte de “descanso” para el planeta en cuanto a las consecuencias de la actividad humana. En particular, se documentaron fenómenos como cielos inusitadamente limpios o el avistamiento de animales salvajes en zonas urbanas. Con cierto optimismo se creyó entonces que el coronavirus había venido a mostrarnos la necesidad de darle un respiro a la naturaleza en sí, pues, evidentemente, la presencia humana está afectando ya muy notoriamente el equilibrio del planeta.
Dicha idea, sin embargo, aunque acertada, quizá fue demasiado optimista, pues ahora, ya a punto de que el año termine, un informe de la Organización Meteorológica Mundial (adscrita a la Organización de las Naciones Unidas) señala que los niveles de dióxido de carbono (CO2) en el mundo han alcanzado un nuevo máximo histórico, esto a pesar del confinamiento y la reducción de actividad vigentes a causa de la covid-19.
De acuerdo con las mediciones de la OMM, si bien a lo largo de 2020 hubo un descenso de entre 4.2% y 7.5% en la emisión de gases de invernadero debido sobre todo a la reducción drástica de los viajes y otras actividades asociadas, este rubro no afectó en el mediano y largo plazo las emisiones generales, las cuales continúan en aumento.
En septiembre pasado, por ejemplo, una estación de medición ubicada en la isla de Mauna Loa, Hawái, registró un promedio de 411.3 ppm (partes por millón) de dióxido de carbono presentes en la atmósfera, frente a 408.5 ppm registradas en septiembre el año pasado. En otro punto del planeta, en una estación ubicada en Cape Grim en Tasmania, la medición este año fue de 410.8 ppm de CO2, frente a 408.6 ppm registradas en 2019.
Esta tendencia es preocupante porque particularmente en 2019 el aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero fue mayor al promedio de toda la década anterior, y según se observa, no parece que este año vaya a ser diferente en ese aspecto.
Asimismo, el problema es que, como señaló Petteri Taalas, secretario general de la OMM al presentar el informe, el dióxido de carbono puede permanecer en la atmósfera terrestre durante siglos, concentrándose hasta alcanzar niveles que amenacen la continuidad de la vida en la Tierra. En ese sentido se calcula que la concentración de CO2 en la atmósfera terrestre está alcanzando actualmente niveles que se registraron entre tres y cinco millones de años atrás, cuando la temperatura del planeta fue aproximadamente 2ºC mayor a la de este momento y los niveles del mar eran entre 10 y 20 metros más que los que hay ahora. “Pero entonces”, dice Taalas, “no había [en la Tierra] 7.7 mil millones de habitantes [humanos]”.
Si bien a algunas personas este tipo de mediciones les pueden parecer ajenas, poco relevantes o sin ninguna relación con su vida cotidiana, vale la pena recordar que un aumento de la temperatura general del planeta está asociado con fenómenos como las olas de calor, inundaciones y sequías, las cuales a su vez impactan en actividades humanas tan esenciales como la agricultura o la pesca, lo cual puede conducir al empobrecimiento de millones de personas e incluso a situaciones más extremas como la hambruna.
En suma, este no es un fenómeno menor ni que debiera subestimarse tan fácilmente.
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