sábado, 15 de agosto de 2020

EDITORIAL: Mayo-Julio y Agosto 2017

 


La conciencia no es un instrumento. Es nuestro propio ser, el

contexto de nuestras vidas, de la vida misma. La expansión de la

conciencia es la más arriesgada de cuantas empresas se pueden

acometer en este mundo. Ponemos en peligro el statu quo.

Arriesgamos nuestra comodidad. Y si carecemos de los nervios

necesarios para resolver los conflictos consiguientes, ponemos en

peligro nuestra propia salud mental.


Una experiencia mística, por breve que sea, puede confirmar en

su empeño a quienes se sienten atraídos hacia la búsqueda espiritual.

La experiencia directa de un nivel más amplio de la

realidad requiere inexorablemente un cambio en la propia vida.

Podemos andarnos con componendas durante un cierto tiempo, pero

al final nos damos cuenta de que querer seguir en la ambivalencia es

como pretender que la ley de la gravedad sólo tenga aplicación en

algunos casos o en ciertos lugares.

Las experiencias místicas contemporáneas de muchas personas

en diversas partes del mundo se han centrado en los últimos años en

una visión colectiva que crece en intensidad: la sensación de una

transición inminente en la historia humana, una evolución de la

conciencia tan significativa como cualquier otro paso en la larga

cadena de nuestra evolución biológica.


La expansión de la conciencia es la piedra angular del cambio espiritual,

y es la oportunidad que tenemos como humanidad de ver la verdad, que tantas veces se nos ha ocultado. Para eso hay que eliminar el miedo y despertar el Ser Real. Debemos abrir nuestra mente y cambiar nuestra postura rígida en la vida; solo así, lograremos despertar a la Humanidad y llevarla a la 4º Dimensión. ¡Qué así sea!


Hnos. Del Boletín


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