domingo, 24 de mayo de 2020
EDITORIAL: MAYO-Agosto 2016
Según Sócrates “los griegos dedicaban toda su vida a la conquista, a la búsqueda de poder, a la adquisición de honores y a la posesión de riquezas”. Pero, ¿hemos revertido este concepto en tantos años? o ¿continuamos en la actualidad asociando la felicidad como una dicha que depende de la fortuna?
La búsqueda de la felicidad es una de las aspiraciones que persigue el ser humano a lo largo de su vida. La felicidad es un reflejo de ella, un estado de plenitud interior que nace de la forma de interpretar la vida. La salud no es sólo la ausencia de enfermedad sino también, según la Organización Mundial de la Salud, disfrutar del mayor grado posible de bienestar físico, psicológico y social. Un estado de bienestar, armonía y equilibrio físico, mental y emocional es la clave para lograr la tan deseada felicidad. Las personas más felices, en general, sufren menos alteraciones cardio y cerebrovasculares y, como su sistema inmune se refuerza, disminuyen las posibilidades de contraer enfermedades.
Todas estas ventajas pueden reafirmarse sobre la base de una vida más espiritual. La espiritualidad, en su sentido más amplio, es un ingrediente importante para la felicidad. En verdad, la felicidad genuina tiene un fundamento espiritual, pues no es algo externo, se encuentra dentro de uno mismo. Para ser feliz externamente, primero hay que reflexionar sobre el interior y entrenar la manera de pensar con pensamientos buenos y alegres.
La autora estadounidense y reformadora cristiana Mary Baker Eddy escribió algo en este sentido: “ La felicidad es espiritual, nacida de la Verdad y el Amor. No es egoísta; por lo tanto, no puede existir sola, sino que requiere que toda la humanidad la comparta”.
Entonces, ¡para ser feliz hay que dar! Tener una vida rica en gratitud, en generosidad y en Amor nos acerca a los demás.
¡Qué así sea! Hnos.. Del boletín
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