jueves, 9 de junio de 2016

Los vigilantes de la humanidad (2ª parte)

GUERRAS ENTRE DIOSES
Enoc dejó escrito aquello que el ángel le transmitía: «Me dijo: ‘Mira Enoc estas tablillas celestiales, lee lo que está escrito allí y señala cada dato’. Miré las tablillas celestiales y leí todo lo que estaba escrito y lo comprendí todo; leí el libro de todas las acciones de la humanidad y de todos los hijos de la carne que están sobre la Tierra, hasta las generaciones remotas» (1-Enoc 81: 1-2). El «elegido de los cielos» confió todos los documentos a su hijo Matusalén: «Preserva hijo mío, Matusalén, el libro de la mano de tu padre y entrégalo a las generaciones del mundo. Te he dado sabiduría a ti y a tus hijos para que ellos la entreguen a sus hijos por generaciones, sabiduría que está por encima de sus pensamientos» (1-Enoc 82: 1).
Los textos sumerios ya describen estas «tablillas mágicas» como unos codiciados objetos de poder, puesto que aquellos ángeles o dioses que se hicieran con ellas, tendrían la capacidad de gobernar el mundo. En un relato llamado El Mito de Zu leemos como uno de los súbditos del poderoso Enlil, un Anunnaki –deidad sumeria y acadia– llamado Pazuzu o Zu, que significa «Aquel que Sabe», consigue robar las Tablillas Celestiales y pone en jaque a todo el Consejo Anunnaki, desatándose una guerra sin tregua. Cuando Zu se hace con las tablillas, se cree con la capacidad de hacer cualquier cosa: «Tomaré la Celestial Tablilla de los Destinos, gobernaré los decretos de los dioses, estableceré mi trono, seré el amo de los decretos celestiales, comandaré a los Igigi –dioses menores de la tradición sumeria– en su espacio».
Mediante las Tablillas Celestiales, Enoc puede experimentar visiones de sucesos que acontecerían cientos y miles de años en el futuro. En sus textos llegó a vaticinar la construcción de la Torre de Babel, el ascenso al cielo del profeta Elías en un carro de fuego, e incluso el Gran Diluvio Universal que se cerniría sobre la Tierra 1.000 años después. Cuando hubieron transcurrido esos treinta días, Enoc se preparó para partir y 2.000 individuos se reunieron para despedirlo: «Cuando Enoc había hablado con las personas, el Señor envió oscuridad sobre la superficie de la Tierra, y había oscuridad, y ésta cubrió a aquellos hombres que estaban de pie junto a Enoc, y ellos tomaron a Enoc y lo llevaron hacia el Cielo, donde se encuentra el Señor; y él lo recibió y lo colocó delante de su rostro, y la oscuridad se disipó de la Tierra, y la luz regresó» (2-Enoc 67: 1).

ÁNGELES REBELDES
Como guinda final, y siempre siguiendo las instrucciones del Señor, en el lugar donde Enoc había sido arrebatado hacia lo alto se rindieron varios sacrificios de animales: «Matusalén y sus hermanos, y todos los hijos de Enoc, se dieron prisa y erigieron un altar en el sitio llamado Achuzan, desde donde Enoc fue tomado hacia el cielo. Y ellos sacrificaron bueyes y convocaron a todas las personas, y compartieron el sacrificio delante del rostro del Señor» (2-Enoc 68: 6-7).
La más reveladora profecía de Enoc, la referida a un diluvio sobre la Tierra, llegaría después de tres generaciones más de su estirpe. Sin embargo, un problema latente dentro de la jerarquía de Yahvé seguía haciendo estragos: sus ángeles descendían a la Tierra para copular con las terrestres, cegados por su belleza y deseos de procrear. Los secretos de la gran deidad peligraban día a día, pues estos Vigilantes revelaban a las esposas que habían tomado unos conocimientos prohibidos que podrían elevar a los hombres a la categoría de dioses. Y eso era algo que Enlil-Yahvé no podía permitir. Sólo a través de una solución drástica solventaría el conflicto. Una solución que acabaría con la vida de la especie humana sobre la Tierra…
En el Libro 1 de Enoc leemos que un total de 200 ángeles se rebelaron. Incluso se citan los nombres de estos Vigilantes que tomaron por esposas a las terrestres: «Vayamos y escojamos mujeres de entre las hijas de los hombres y engendremos hijos». Pero Shemihaza, que era su jefe, les dijo: «Temo que no queráis cumplir con esta acción y sea yo el único responsable de un gran pecado».
Ellos le respondieron: «Hagamos todos un juramento y comprometámonos todos bajo un anatema a no retroceder en este proyecto hasta ejecutarlo realmente». Entonces, los doscientos juraron unidos bajo anatema, y todos ellos descendieron sobre la cima de un monte que llamaron Hermón. «Estos son los nombres de sus jefes: Shemihaza, quien era el principal, y en orden con relación a él, Ar’taqof, Rama’el, Kokab’el, –‘el, Ra’ma’el, Dani’el, Zeq’el, Baraq’el, ‘Asa’el, Harmoni, Matra’el, ‘Anan’el, Sato’el, Shamsi’el, Sahari’el, Tumi’el, Turi’el, Yomi’el, y Yehadi’el. Estos son los jefes de decena» (1-Enoc 6: 1-8).
De la unión entre estos ángeles y las mujeres nacieron gigantes, los llamados Nefilim, que en hebreo significa «caídos» o «derribados». En traducciones griegas se le da el significado de gigantes, al igual que en arameo. Sin embargo, ciertos eruditos defienden que Nefilim procede del término arameo NEPHILA, que significa «Aquellos que son de Orión», ya que en arameo Orión es Nephila. ¿Acaso procedían los Anunnaki de la Constelación de Orión tal y como propone el investigador Robert Bauval, quien defiende la teoría de que las pirámides egipcias están alineadas siguiendo dicha constelación?

CUANDO LOS NEFILIM DOMINARON LA TIERRA
El caso es que en varias excavaciones en Oriente Medio han sido encontrados diversos esqueletos de grandes dimensiones, lo cual significa que estos gigantes realmente existieron, aunque no necesariamente tendrían que ser los restos de los Nefilim, sino más bien de seres humanos con reminiscencias genéticas de estos seres. Los Nefilim y Anunnaki medían entre tres y seis metros, de modo que el hallazgo de un esqueleto de estas características supondría un antes y un después en la forma de concebir la historia humana. Volviendo al relato que nos ocupa, o que más enfureció a Yahvé fue que los ángeles revelaran secretos a sus esposas terrestres: «Shemihaza enseñó encantamientos y a cortar raíces; Hermoni a romper hechizos, brujería, magia y habilidades afines; Baraq’el los signos de los rayos; Kokab’el los presagios de las estrellas; Zeq’el los de los relámpagos; –‘el enseñó los significados; Ar’taqof enseñó las señales de la Tierra; Shamsi’el los presagios del Sol; y Sahari’el los de la Luna, y todos comenzaron a revelar secretos a sus esposas» (1-Enoc 8: 3).
Los conocimientos prohibidos también incluían armas para defenderse, por lo que hemos de suponer que prácticamente todos los secretos de la herrería y la fundición fueron revelados por estos seres, tanto para aprender a utilizarlos en defensa propia como para artesanía y decoración: «Y Asa’el enseñó a los hombres a fabricar espadas de hierro y corazas de cobre y les mostró cómo se extrae y se trabaja el oro hasta dejarlo listo, y en lo que respecta a la plata a repujarla para brazaletes y otros adornos. A las mujeres les enseñó sobre el antimonio, el maquillaje de los ojos, las piedras preciosas y las tinturas. Y entonces creció mucho la impiedad y ellos tomaron los caminos equivocados y llegaron a corromperse en todas las formas». Como el lector puede apreciar, a Enoc le dictaron que cualquier conocimiento dado al ser humano es malicioso, oscuro y pecaminoso. Básicamente, el Señor condena todo avance técnico o moral que la humanidad pueda desarrollar por sí misma.

CASTIGO ETERNO PARA LOS INSURRECTOS
Enoc es claramente víctima de un «lavado de cerebro», puesto que no se le permite dudar lo más mínimo de que la Ley del Señor es incuestionable. Cualquier oposición a la misma significa la muerte. Sólo la sumisión y la ferviente fidelidad constituye el único camino de la salvación. Así expresa Enoc la táctica amenazante de su Dios para con los hombres y los ángeles pecadores: «El Dios eterno andará sobre la Tierra, sobre el monte Sinaí aparecerá con su gran ejército y surgirá en la fuerza de su poder desde lo alto de los cielos. Y todos los Vigilantes temblarán y serán castigados en lugares secretos, y todas las extremidades de la Tierra se resquebrajarán, y el temor y un gran temblor se apoderarán de ellos hasta los confines de la Tierra. Las altas montañas se resquebrajarán y derrumbarán, y las colinas se rebajarán y fundirán como la cera ante la llama. Y la Tierra se dividirá y todo lo que está sobre la Tierra perecerá y habrá un juicio sobre todos». Sin duda, toda una apología de terror y amenaza al servicio de un falso Dios que se proclama único y todopoderoso. Para capturar a esos doscientos ángeles rebeldes, Yahvé disponía de siete lugartenientes, de entre los cuales destacaban cuatro: Miguel, Sariel, Rafael y Gabriel. El Señor les encomendó que castigaran duramente a los ángeles caídos, pero especialmente interesante resulta la orden que transmitió al arcángel Miguel: «Y a Miguel le dijo el Señor: ‘Ve y anuncia a Shemihaza y a todos sus cómplices que se unieron con mujeres y se contaminaron con ellas en su impureza, ¡que sus hijos perecerán y ellos verán la destrucción de sus queridos! Encadénalos durante setenta generaciones en los valles de la Tierra hasta el gran día de su juicio’» (1-Enoc 10: 11-12).
Lo mismo leemos en 2 Pedro: «Dios no sólo no perdonó a los ángeles que pecaron, sino que arrojándoles al infierno, los entregó a prisiones de oscuridad para ser reservados al juicio». Los ángeles del Señor, tras una escaramuza contra los rebeldes, los apresan encerrándolos en un mundo paralelo, una especie de «zona de destierro» donde permanecen en estado latente –muertos en vida, por así decirlo– mientras esperan su sentencia en el Día del Juicio Final.
La palabra «Infierno», presente en el párrafo de Pedro anteriormente citado, viene del término griego Tartaroo, que se traduce como «El abismo más profundo del Hades». ¿A qué lugar se refiere exactamente el citado texto? ¿Estamos ante una exageración fruto de la desbordante imaginación de los autores? Es curioso que, incluso en la mitología romana, Tártaro es el lugar a donde van a parar los enemigos de los dioses. En su obra La Eneida, el
En tablillas sumerias se relata la llegada al Golfo Pérsico, hace unos 400.000 años, de unos seres de otro mundo conocidos como Anunnaki, que posteriormente los textos bíblicos denominarán de diferentes maneras. Según la historia revelada por dichas tablillas, estos extraterrestres crearon a la raza humana para esclavizarla, pero los encargados de su control –un equipo de alienígenas llamados los Vigilantes– se sublevaron contra sus superiores y acabaron mezclándose entre los terrestres y transmitiéndoles conocimientos prohibidos… En el presente reportaje mostramos las evidencias que apuntan a la hipótesis ET para explicar el origen de nuestra especie.
Tras un riguroso estudio de las inscripciones cuneiformes asirio-babilónicas, en 1876 George Smith publicó El Génesis Caldeo, una obra en la que el asiriólogo inglés sacaba a la luz una incómoda verdad: los textos hebreos que conforman la Sagrada Biblia, y en especial los que hacen referencia al Génesis, son una copia casi idéntica de la epopeya de la creación babilónica Enuma Elish, así como de muchos otros «mitos» presentes en tablillas de arcilla sumerias de más de 6.000 años de antigüedad…
Eso significaba que existía un texto escrito en dialecto babilónico como mínimo 1.000 años anterior a los escritos bíblicos. Pero había más: la versión sumeria sobre los orígenes de la humanidad se diferencia de éstos en su literalidad y concreción, llegando incluso a mostrar la identidad real de algunos personajes bíblicos de la importancia del propio Yahvé, el Dios judeo-cristiano. Su equivalente sumerio era Enlil, Dios del Viento y las Tormentas y máximo mandatario de una raza conocida como los Anunnaki (Aquellos que del cielo a la tierra descendieron), que habrían llegado a nuestro planeta hace más de 400.000 años para establecerse cerca de las aguas del Golfo Pérsico, civilizando con el tiempo toda la Mesopotamia meridional con sus imponentes ciudades y templos.
Las tablillas nos revelan que había un total de 23 deidades veneradas en el panteón sumerio, entre las cuales destacaba el dios Enki, Señor de la Tierra, a quien se adjudicaba la creación del ser humano mediante una hibridación genética con los homínidos. Enki y Enlil eran hermanos en constante rivalidad. Mientras el primero era conocido como «el más sabio de los dioses» y un experto científico y genetista, Enlil era una especie de canciller militar sediento de poder y conquista, cuya principal característica era su odio hacia los seres humanos. Estas deidades se regían por una curiosa escala jerárquica: Anu, dios del Cielo, gobernaba las esferas celestes, Enlil lideraba los dominios de la Tierra Media, Enki era el Señor del Abzu (el Abismo de las Aguas) y Nergal comandaba el Inframundo. Pero los encargados de realizar los trabajos más duros eran los llamados Igigi, cuya traducción sería «Los Observadores» o «Aquellos con Grandes Ojos». En las figuras que los representan, observamos el detalle de unas pronunciadas cuencas oculares que vienen a designar su función de vigilantes, quizás porque estaban enfundados en opulentos visores.
En el Génesis bíblico estos Igigi guardan la misma etimología al ser mencionados como «los Vigilantes» o «los Custodios del Señor»… (revista AÑO CERO). poeta romano Virgilio describe este Infierno como un espacio gigantesco en el punto más profundo del Inframundo, siempre envuelto por un río en llamas al que designa como Phlegethon, y sellado por paredes triples para que sus cautivos no puedan escapar.

DESENMASCARANDO A LOS DIOSES
Teniendo en cuenta que conocemos el aspecto reptiliano de estas «entidades celestiales» gracias a las figuras y representaciones de distintas culturas, nos preguntamos por qué los «ángeles buenos» se muestran con el mismo aspecto de un ser humano. La respuesta es simple. Si usted quisiera manipular a una colonia de hormigas para ganarse su confianza e infiltrarse en su nido, ¿se presentaría ante estos animalillos con forma humana o de hormiga? Todos estos dioses Anunnaki tenían una pinta muy parecida: atributos reptilianos, elevada estatura y piel escamosa. Gracias a su psiquismo pudieron engañar a nuestros ancestros, mostrándose bajo la apariencia que se les antojaba en función de sus intereses. Si querían infundir miedo, su aspecto era grotesco y reptiliano; pero si deseaban seducir y engañar, aparecían como bellos humanos.
Así es como estas entidades, erróneamente elevadas a la categoría de dioses, consiguieron que sólo los vencedores escribieran la historia. Pero ¿qué fue de los vencidos? ¿De aquellos de entre sus filas que quisieron ayudar a salir al ser humano de la Matrix Holográfica en la que vivimos? Como es de suponer, el mal acaba siempre por delatarse a sí mismo, con sus amenazas y ambiciones. Quizás aún estemos a tiempo de reescribir la historia con la ayuda de los vencidos, desenmascarando a los vencedores… 
Este reportaje fue publicado en la revista AÑO CERO

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