El sábado 20 de junio se celebra en todo el mundo el Día Internacional de las personas refugiadas y desplazadas. Personas que han huido de conflictos armados como el de Siria, Sudán del Sur, República Centroafricana, Colombia y, más concretamente, en los niños y niñas víctimas y supervivientes de estas realidades que ven truncada su infancia, su derecho a jugar, su derecho a ir al colegio, a no sufrir abusos ni violencia, a vivir en paz, en definitiva, su derecho a ser niños.
El número de refugiados y desplazados internos ascendió a 51,2 millones en 2014, la cifra más alta desde la Segunda Guerra Mundial. Dado el auge de conflictos como el de Siria, es de esperar que la cifra haya aumentado este año considerablemente. La mitad de estos desplazados forzosos son niños y niñas, un total de 25 millones que luchan cada día por recuperar su infancia. Pero además de esta cifra, merece la pena mencionar, que en el mundo hay 230 millones de menores, que a pesar de no ser refugiados o desplazados, viven en zonas afectadas por conflictos. Actualmente en África se identifican 8 conflictos armados que han provocado hasta ahora el desplazamiento forzoso de más de 14 millones de personas. Tan solo en Sudán del Sur, más de un millón de niños y niñas no han conocido otra realidad que la de las zonas de desplazamiento y los campos de refugiados
Y es que en situaciones de emergencia y de conflicto, la educación es vital para proteger a niños, niñas y jóvenes, promover oportunidades de aprendizaje y de recreación, ofrecer orden, estabilidad y esperanza. En los países afectados por conflictos armados, la educación puede jugar un papel muy relevante en promover una cultura de paz, educando en valores, tolerancia y convivencia.
Sin embargo, tal y como muestra el documento “Derecho a jugar y aprender sin jugarse la vida. El impacto de los conflictos en la educación de niños y niñas” del total de niños y niñas refugiados y desplazados internamente, más de un 36% no tiene acceso a la escuela. Esta proporción es especialmente preocupante en los Estados Árabes, donde alcanza el 87%, como consecuencia, en gran medida, de las graves secuelas que el conflicto sirio está causando en la vida de los niños y niñas del país. De los 4,8 millones de niños sirios en edad escolar, aproximadamente 2,2 millones están sin escolarizar dentro del país. Dos tercios de los niños y niñas refugiados sirios, unos 500.000 tampoco tienen acceso a la escuela.
En estos contextos de violencia generalizada, asistir a la escuela resulta muchas veces imposible por la destrucción de las infraestructuras e instituciones escolares y la falta de recursos humanos. Al mismo tiempo, la pobreza y la inestabilidad en la que se encuentra la población que forzosamente se ha visto desplazada y refugiada a causa de crisis o conflictos disminuyen sus posibilidades y las de casi una generación entera de acceder a una educación de calidad. También, en la última década, ha habido un aumento de la violencia contra escuelas, estudiantes o docentes. En muchos países, acudir a la escuela se ha convertido en una actividad de altísimo riesgo en la que los niños y, sobre todo, las niñas, se juegan, literalmente, la vida.
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