miércoles, 17 de septiembre de 2014
LA CONCIENCIA DE GAIA
¿Existe una conciencia colectiva incipiente que conecta el psiquismo de todos los individuos? ¿Incluye esta red psicoespiritual al resto de los seres vivos? ¿O lo que en realidad estamos detectando es el nacimiento de una mente planetaria que se corresponde con ese superorganismo que sería la Tierra?
Carl G. Jung lo propuso como teoría científica de lo que llamó «psicología profunda»: más allá de la conciencia y del inconsciente individual, todos compartiríamos una misma mente, el inconsciente colectivo.
La clave del cambio reside en la expansión de esta nueva conciencia. La misma que despunta desde el inconsciente y deja constancia de su enorme poder para modelar la realidad.
Si sucesos como el tsunami asiático, los atentados del 11-S y otros acontecimientos de impacto mundial son presentidos por esa nueva conciencia global y generan un patrón, entonces el experimento también avala la eficacia de instrumentos como la oración, la voluntad de generar energías benéficas o el rechazo de la violencia.
Si existe una interconexión psíquica global, todos los organismos son parte del superorganismo que sustenta esa mente colectiva. Los tres reinos -animal, vegetal y mineral- supondrían una jerarquía que no puede evolucionar adecuadamente con una actitud predadora.
Así como no es sensato sacrificar el hígado o los pulmones en beneficio del cerebro -que mal puede sobrevivir y funcionar sin un organismo sano-, tampoco puede serlo masacrar a las otras criaturas y al planeta con el pretexto de un «progreso» que nos ha conducido al borde del abismo.
No hay bienestar posible del «cerebro humano» de Gaia a costa de sus pulmones (deforestación salvaje), o de la temperatura de su cuerpo (disparada por el efecto invernadero) o del equilibrio de su flora microbiana (destrucción de la biodiversidad).
Sobre este punto, algunos científicos han formulado una advertencia que debe tomarse en serio.
Incluso sin aceptar que posea conciencia, como piensa Westbroek, si Gaia es un superorganismo autorregulable y el hombre pone en peligro su supervivencia, podría defenderse de la «infección humana», como hace nuestro cuerpo con los microorganismos que devienen patógenos, y aniquilar a nuestra especie para garantizar así la supervivencia de esa biodiversidad cooperativa que constituye la biosfera terrestre.
Por lo pronto, detectamos que la Tierra padece fiebre, escalofríos repentinos, convulsiones y peligrosos desequilibrios. Calcular cuándo acabará el hombre con los árboles o con el agua potable al ritmo de destrucción actual -una estimación rutinaria del tiempo que nos queda para reaccionar, en la cual a veces incurren hasta los ecologistas- es un despropósito suicida.
Mucho antes de que desaparezcan los últimos árboles habrá desaparecido la Humanidad. Es ésta la que se juega su futuro, no la vida. ¿Seremos capaces de entenderlo a tiempo?
(tomado de Revista AÑO CERO)
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