Después de dos siglos de presencia en Occitania, el catarismo fue arrasado ferozmente por iniciativa de la Iglesia, entonces radicada en Avignon, a cuyo frente se encontraba el pontífice Inocencio III, y por los ejércitos del rey Felipe IV de Francia. Quéribus fue la última fortaleza cátara en caer en manos de los cruzados, en 1255. Tras el horror de las masacres y el olor a sangre y el fuego de las hogueras, vino algo todavía peor: la ley impuesta por los inquisidores, basada en un método selectivo, que traería consigo el exterminio de pueblos y aldeas enteros. A comienzos del siglo XIV, con la muerte en la hoguera de Guillaume Bélibaste, último perfecto del catarismo occitano, el balance final superó el millón de asesinatos. ¿Pero, por qué tanta crueldad? Para acercarnos a este holocausto, vamos a acceder a los entresijos del pensamiento del catarismo y los fundamentes de su religión.
El primer germen de esta filosofía fue Zaratustra (El de la luz dorada), pensador persa, gran maestro de la ética y fundador del mazdeísmo, una corriente filosófica y religiosa basada en el concepto de la dualidad. Un dios bueno, como principio del Bien: Ahura Mazda; y un dios malo, como culpable del Mal: Asira-Manyú. Las torres del silencio (dajmas) de los templos mazdeístas mantienen siempre encendido un fuego, en constante representación del Bien, contra los espíritus malignos. En ellas se colocan los cadáveres, sin enterrar, para que sean las alimañas las que ayuden con el ciclo natural que conduce al más allá. Los musulmanes, tras la Hégira de Mahoma, relegaron a un segundo término el mazdeísmo, y los nuevos templos islámicos no tardaron en alzarse sobre los cimientos de los anteriores zoroastristas, porque lo sagrado no es el edificio, sino el enclave sobre el que se asienta.
Siglos después, Mani, natural de Babilonia y fundador de la religión maniquea, recogió las enseñanzas de Zaratustra, aceptando que la gnosis (conocimiento de la naturaleza verdadera, al que el hombre debe dirigirse para realizar la Gran Obra) era la vía de salvación y pregonando la reencarnación del alma humana. La finalidad de la religión maniquea consistía en alcanzar la separación completa entre la luz espiritual y las tinieblas de lo material. Mani criticó al cristianismo, entre otras cosas, porque sus ministros, los apóstoles, no fueron los autores directos de sus correspondientes evangelios. San Agustín, padre de la Iglesia, se nutrió de la filosofía maniquea. Para él, el Mal era, sencillamente, la ausencia del Bien
A partir del descubrimiento del belga Théo Vencheleer de textos originales como el Ritual Cátaro escrito en occitano, que se encontraba en la biblioteca del Trinity College de Dublín, y el Interrogatio Iohannis, salvado milagrosamente de la persecución de los inquisidores, se produjo un cambio sustancial en las investigaciones. Hasta aquel momento, todos los estudios estaban basados en los documentos inquisitoriales y en las crónicas de los vencedores. Finalmente, con el hallazgo de los rollos del mar Muerto y los manuscritos evangélicos apócrifos de Nag Hammadi, el giro resultó definitivo.
Los descubiertos en el citado mar Muerto son los que han recibido mayor difusión. Tras largos años de investigaciones, a los que hay que añadir todo tipo de teorías, especulaciones e interpretaciones, se llegó finalmente a la conclusión generalizada de que los escritos pertenecían a la secta de los esenios. A partir de aquí, las opiniones están divididas entre aquellos que afirman que ello fue la base del nacimiento del cristianismo, y los que lo niegan argumentando que dicha religión apareció un par de siglos más tarde. Pero una corriente filosófico-religiosa no nace de la noche a la mañana; precisa de una base embrionaria, de un desarrollo y finalmente de su establecimiento, y ello sólo es posible con la ayuda del paso del tiempo.
Con los hallazgos de Nag Hammadi, menos conocidos y anteriores a los del mar Muerto, pues los primeros se produjeron en 1945 y los segundos en 1947, aparecen los textos denominados gnósticos. Se trata de los primeros Evangelios Apócrifos que, a modo de un guiño histórico, están sugiriéndonos que en ellos se encuentran las primeras corrientes –que serían llamadas dualistas mucho más tarde–, y en consecuencia heréticas para los Padres de la Iglesia.
Allí se encuentran las bases de todas las “herejías” que llegarían a convulsionar los intentos de la Iglesia para unificar criterios y llegar a constituir sus bases doctrinales. Desde Zoroastro hasta el catarismo, fueron muchas las figuras que basaron sus ideas y conceptos en esos textos. Pero lo más sorprendente del caso fue que de todas estas corrientes heterodoxas, el catarismo no sólo se basaba en un auténtico gnosticismo, sino que los propios Evangelios canónicos servían de base para su doctrina, sobre todo el de San Juan. Los cátaros aportan el libro de Los Dos Principios, atribuido a Jean de Lugio, el Ritual Cátaro o el Manuscrito de Florencia, como prueba para demostrar que eran auténticos cristianos. Unos pocos versículos bíblicos serán suficientes para comprobar por qué sus ideas –y más aún su comportamiento– ha sido tachado de radical.
El gnosticismo, y en consecuencia el catarismo, rechazaban el Antiguo Testamento. En él se descubren dos entidades antagónicas, una cruel y vengativa, y otra muy distinta, misericorde y bondadosa. Algo no encaja, y por ello, el llamado dualismo encuentra suficientes razones en las que basar sus argumentos.
Aparentemente, según reflejan las Sagradas Escrituras, Jesús estaba en contra de esa iglesia y de sus representantes. Con ello se enfrentaba al Jehová del Antiguo Testamento y a toda tradición hebrea tergiversada y alejada del verdadero mensaje. No es de extrañar que dijera en su momento, que no había venido para cambiar la ley sino para que se cumpliera.
Extracto de Revista Año Cero
miércoles, 14 de mayo de 2014
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