El desarrollo de la ingeniería genética podría ofrecer en breve una noticia de impacto mundial: que nuestros creadores extraterrestres han encriptado un mensaje en nuestro ADN.
Paul Davies es un astrofísico que ha ocupado diversos cargos académicos en algunas de las universidades más prestigiosas del mundo y, en 2005, aceptó la presidencia del Grupo de Trabajo de Postdetección del SETI –diferentes proyectos que buscan pistas sobre la existencia de vida extraterrestre–, de la Academia Internacional de Astronáutica. Incluso un cometa se ha bautizado con el nombre de «6870 Pauldavies» en su honor. Pero este cosmólogo es fundamentalmente conocido por su labor de divulgación científica en radio, prensa, televisión y a través de sus numerosos libros relacionados con el origen del ADN e ingeniería genética.
En una de sus obras, Un silencio inquietante (Crítica, 2011), plantea la posibilidad de que una civilización extraterrestre pudiera haber construido millones de virus, en cuyo interior habría introducido, mediante técnicas de ingeniería genética, miles de bits de información codificada en el ADN o en el ARN de cada uno de los mismos. Estos virus, una vez «empaquetados» en sondas del tamaño de un guisante o menores, habrían sido lanzados ad infinitum por la galaxia, portando una ingente cantidad de información.
Cuando una de estas micronaves –o quizá un enjambre de ellas– hallara un planeta con vida celular, liberaría el virus, cuyo ADN infectaría cualquier célula con la que entrara en contacto, insertando el mensaje en la misma. Ésta, a su vez, replicaría y transmitiría el «recado» a todas sus generaciones futuras. De este modo, el virus acabaría extendiéndose por todo el ecosistema hospedador, y su información se preservaría durante millones y millones de años, hasta que inteligencias complejas se desarrollaran en ese ecosistema, consiguiendo finalmente secuenciar genomas. En ese momento, podrían dar con el mensaje oculto.
Quizá, plantea Davies, nuestros genetistas están a punto de dar con esa información codificada en el ADN terrestre. Concretamente, el mensaje se encontraría en el llamado «ADN basura», que es aproximadamente el 95% del ADN de cualquier ser vivo de la Tierra. Los genetistas se refieren a este enorme segmento por dicho nombre porque no han hallado su utilidad última, lo que desde luego no excluye que la tenga. Por tanto, en vez de «basura», sería más correcto denominarlo «ADN desconocido».
Ingenieros genéticos alienígenas
De hecho, en los genomas de ratones y humanos se han descubierto lo que parecen ser secciones idénticas de ADN desconocido. Este hecho sugiere que dichas secciones se han conservado al menos desde hace unos 40 millones de años, cuando se separaron los antepasados comunes de ratones y humanos. Por tanto, es posible que algunos fragmentos de este ADN desconocido se replicaran y conservaran durante millones de años, protegiendo sin la más mínima alteración el susodicho mensaje alienígena.
Tal como apunta Davies, esta especulación científica plantea una serie de inconvenientes, para nada insalvables, excepto por el hecho de que la civilización extraterrestre que hubiera lanzado los virus hacia la Tierra, tendría que conocer de antemano la existencia en nuestro planeta de ADN, pues éste podría ser tan sólo una de las muchas formas de codificar la información genética. Sin embargo, esta circunstancia deja de ser un problema si la finalidad de los «ingenieros alienígenas» no fuera la de infectar con virus una célula viva ya existente, sino crear la vida. Por tanto, esos virus con ADN y ARN serían en sí mismos el origen de la vida en la Tierra.
Añocero
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