Sorprendentemente, la astronomía conocida por las grandes civilizaciones supera con mucho lo que parecería lógico. Esto, unido a las múltiples leyendas y mitos referidos a visitas de dioses que legaron a los hombres sus secretos conocimientos sobre el universo, nos obliga a preguntarnos si el anciano saber astronómico pudo ser traído a la Tierra por OTROS seres.
El hombre del paleolítico era nómada. A fin de orientarse en su constante deambular, tuvo que fijar unos puntos de referencia y lo consiguió mediante la observación del Sol y de las estrellas.
Pronto comprendió que los movimientos de los astros estaban relacionados con asombrosos acontecimientos. La naturaleza se comportaba apacible o violentamente dependiendo de la posición que el Sol tuviera en el horizonte. Los truenos, los relámpagos, las tormentas y todo aquello que le atemorizaba, guardaba relación con la mayor o menor presencia de este astro, por lo que divinizó como dador de la vida. Por otra parte, la constatación de que los ciclos estacionales se repetían hizo que el ser humano comenzase a medir el tiempo. La observación llevó al hombre a percatarse de que el Sol no aparece siempre por el mismo sitio. Sólo hay dos días al año en que sale por el este y se pone por el oeste (en el hemisferio norte): durante los equinoccios de primavera (21 de marzo) y de otoño (21 de Septiembre). En ellos, el número de horas del día es el mismo que el número de horas de la noche, o sea, 12. El resto del año, el Sol naciente se mueve como un péndulo por el horizonte, hacia la izquierda o hacia la derecha del este geográfico.
Este desplazamiento marca un arco en el horizonte cuyos límites son los días del solsticio de verano, el día más largo del año (21 de Junio) y el solsticio de invierno, el día más corto (21 de diciembre).
Estos conocimientos eran marcados por los egipcios con dos obeliscos situados frente al templo, cuya fachada principal se orientaba al este, en una línea imaginaria que pasaba entre los dos monumentos. Desde un punto determinado del templo, el sacerdote-astrónomo podía mirar el horizonte y conocer la llegada de estos días clave, a medida que el Sol naciente se aproximaba a uno u otro obelisco. Pero no era sólo esto lo que los antiguos conocían del cielo...
CONOCIMIENTOS DEL CIELO
Beroso vivió en tiempos de Alejandro Magno y fue sacerdote en el templo babilonio de Bel Marduk. Fue historiador, astrólogo y se dice que inventó, entre otras cosas, el cuadrante solar semicircular. En su libro Historia del Mundo describe un mítico contacto con seres venidos del cielo. Los mesopotámicos atribuían su conocimiento de las ciencias y las artes a un animal con capacidad racional llamado Oannes, el Enki de los sumerios, que salvó a los seres vivos del diluvio, cuando se desbordó el Eufrates. Oannes surgía del Golfo pérsico durante el día para instruirles y retornaba al agua por la noche.
Las
obras de Beroso y otros autores se conservaban en la Biblioteca de
Alejandría, creada por Demetrio de Falera, que escribió una obra
titulada Acerca de las luces que se ven en el cielo, en la que
trataba de los puntos luminosos que se observaban ocasionalmente en
el firmamento y que nada tenían que ver con las estrellas. Otras
obras, como la iluminación de Bel, escrita por el rey Sargón hace
5.000 años, recogen observaciones astronómicas con cálculos para
predecir eclipses solares o lunares. Desgraciadamente, los
manuscritos que podrían arrojar luz sobre toda esta sabiduría
sirvieron para alimentar durante varios meses el fuego de los baños
públicos de El Cairo, en el primer tercio del siglo VII de nuestra
era, ya que, se afirmaba, iban en contra de la religión islámica.
A
pesar de pérdidas como ésta, parte del conocimiento astronómico de
la antigüedad ha llegado hasta nosotros a través de griegos,
romanos y árabes, que lo heredaron de los egipcios.(continuará)
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