jueves, 23 de enero de 2020

Nuestro ADN es extraterrestre (2ª parte)

Uno de los grandes astrofísicos de todos los tiempos, Sir Alfred Hoyle, antiguo director del Instituto de Astronomía de la Universidad de Cambridge (Reino Unido), piensa más o menos lo mismo. En su libro El Universo Inteligente (Grijalbo, 1984) escribió: «Los evolucionistas confiesan que la probabilidad de que los átomos y las moléculas apropiadas se juntaran debidamente para formar tan solo una molécula proteínica sencilla es de una entre 10113 (es decir, de diez ¡seguido de 113 ceros!). Este es un número mayor que la cantidad total de átomos que se calcula para todo el universo. Los matemáticos consideran que cualquier suceso que tenga una probabilidad de ocurrir menor de una entre 1050 nunca sucede. Además, para la vida se necesita más que una simple molécula de proteína. Tan sólo para que una célula se mantenga activa son necesarias 2.000 diferentes proteínas, y la probabilidad de que todas ellas se presenten al azar es de sólo una entre 1040.000. Este cálculo desestima la afirmación de la creación espontánea». Por lo tanto, ¿de dónde surge nuestro modelo estrucutral? ¿Realmente proviene de una inteligencia externa y poseemos un ADN extraterrestre?

"Hay una Inteligencia coexistente con el universo, y esa Inteligencia y el universo se necesitan mutuamente"
Fred Hoyle defiende su tesis mediante una metáfora más que descriptiva: «La posibilidad de que los aminoácidos de una célula humana se puedan unir al azar es matemáticamente absurda. La falta de credibilidad de la casualidad es matemáticamente demostrable con esta analogía: ¿Cuáles son las posibilidades de que un tornado que pase por un montón de basura que incluya todas las partes de un avión, provoque que accidentalmente se junten y formen otro avión listo para despegar? (…) Esto significa que no es posible que la célula pase a existir por medio de coincidencias y, por tanto, tiene que haber sido creada. (…) La vida no puede haberse producido por casualidad. Hay una Inteligencia coexistente con el universo, y esa Inteligencia y el universo se necesitan mutuamente».

La materia no genera vida por sí misma:
A continuación, el astrofísico arremete contra la comunidad científica, que tiende a negar lo evidente a causa de una serie de dogmas centenarios que carecen de sentido: «En realidad, esta teoría –que la vida fue creada por alguna clase de inteligencia– es tan obvia que uno se asombra de que no sea aceptada como algo autoevidente. Las razones son psicológicas antes que científicas. La materia no puede generar vida por sí misma sin una intervención deliberada».
En cuanto a la manida hipótesis del «caldo primordial», Hoyle muestra su escepticismo, no carente de humor: «Si hubo un principio básico de la materia que, de alguna manera, condujo a los sistemas orgánicos hacia la vida, su existencia debería ser fácilmente demostrable en laboratorio. Por ejemplo, uno podría tomar una bañera donde preparar el caldo primitivo y llenarla con cualquiera de los elementos químicos de la naturaleza biológica que le plazca. Después se pueden bombear los distintos gases que más le gusten sobre esos elementos químicos, o a través de ellos, e irradiar con el tipo de radiación que se le ocurra. Dejemos a continuación que el experimento prosiga durante un año, y veamos después cuántas de las 2.000 enzimas (proteínas producidas por células vivas) han aparecido allí. Yo le daré la respuesta, así ahorrará tiempo, los problemas y los gastos para hacer el experimento. No encontrará nada en absoluto, excepto, posiblemente, un sedimento aglutinado, compuesto de aminoácidos y otros elementos químicos orgánicos simples». 
Espacio-Misterio

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