Los mitos artúricos surgieron a partir del siglo XII. Diversos poetas europeos, imbuidos en su saber oculto que aglutinaba desde las mitología céltica al devenir del Santo Grial, popularizaron -a base a filtrar encriptados los procesos alquímicos, espirituales y trascendentes del ser humano- las hazañas del reyezuelo a quien se le atribuyeron gestas en busca del Santo Grial. Tal fue la influencia de aquellos relatos que el Rey Arturo se convirtió en un personaje de leyenda, en un símbolo medieval, en el caballero por excelencia…
En realidad, poco, muy poco se sabe acerca del Rey Arturo. Real o legendario, parece que gobernó en Gran Betraña en la primera mitad del siglo VI y que fue capaz de reagrupar, tras la dominación romana, diversos reinos. A partir de ahí, la realidad se mezcla con la ficción desde antes de su nacimiento. Y es aquí donde entra en escena el bardo Merlín, un mago y profeta heredero de una ciencia secreta que nació de la unión de un demonio y una virgen. Merlín, gracias a su magia, ayudó en sus conquistas al rey Uther Pendragon, tanto en las bélicas como en las licensiosas. De una de estas nació Arturo, fruto de la unión del rey con Igraín, esposa del duque de Tintagel. Merlín se hace cargo de retoño, que lo pone bajo la tutela de quienes le pueden instruir en el noble arte de la caballería, palabra que simbolizaba también la búsqueda eterna del hombre en pos de la verdad, que se hallaba en el Santo Grial, una de las obsesiones de los hombres medievales reflejadas en las épicas caballerescas.
Diecisiete años después, el rey falleció sin dejar un heredero legítimo. Entonces, Merlín -por encargo de los caballeros- busca un digno suceso. Aquí es donde hace su aparición Excalibur, la espada clavada en una piedra. Quien fuera capaz de desenvainarla, sería rey. Sólo Arturo lo logró y así se convirtió en rey, un rey capaz de reunir a diversos reinos que acabaría casándose con una mujer llamada Ginebra. Mito o realidad, lo cierto es que en el año 1120, en las ruinas de la abadía de Gloucester, al oeste de Inglaterra, se encontraron las tumbas de ambos. A pesar de ello, insistimos, la realidad y la ficción se mezclan en los relatos medievales que convirtieron al rey Arturo en un personaje definitivo de la caballería que sabría de la realidad del Santo Grial, la "reliquia" que, según diversas fuentes, fue custodiada por cátaros y templarios en las mismas fechas en las cuales aquellos poemas se hicieron populares. ¿Bebieron aquellos trovadores de fuentes ocultas en poder de los miembros de estas órdenes? ¿Reflejaron bajo el aspecto de mitos el significado, la ubicación y todos los detalles sobre el Grial?
La mesa redonda:
Si por algo es conocida la mistérica vida del Rey Arturo -Artus- es por haber fundado la Mesa Redonda, a medida mal expresada como "tabla redonda", fruto de una mala traducción del vocablo inglés "table", que significa mesa. La institución fue fundada para reunir a una fabulosa corte de héroes, estableciéndose entre ellos relaciones de perfecta igualdad. Por consejo de Merlín, Arturo erige la Mesa Redonda con doce asientos simbolizando al Cosmos. De la lectura subterránea de los libros de hazañas artúricas del ciclo bretón se deduce una profunda simbología: "Los doce asientos, además de la trasmigración del alma a través de las doce eras cósmicas o ciclos del gran zodiaco, representan las doce pruebas iniciáticas del hombre antes de la conquista del yo superior", asegura el escritor Carmelo Ríos. En el centro de la mesa se reservó un lugar para el Santo Grial, y a la derecha del rey Arturo quedó una silla vacante reservada para el Mejor Caballero del Mundo. Si alguien que no fuera digno de él osara en sentarse allí, moriría ipso facto.
Y he aquí que una noche de Pentecostés el círculo de la Mesa Redonda se cerró. En ella se sentó Galahad, hijo de Lancelot, hijo a su vez del Rey Ban y considerado el mejor caballero de Arturo, quien -tras superar una serie de pruebas iniciáticas que simbolizan la búsqueda del hombre hacia su propia esencia- accede, en otro plano de la realidad, al Castillo Venturoso, la morada del Santo Grial, cuya visión ignora ante la presencia de una joven de turbadora belleza que se asemeja a la mujer de Arturo, Ginebra. Y así, el hombre que estaba destinado a conocer el Santo Grial se vuelve indigno y queda desposeído de sus dotes de caballero. No es de extrañar que el mito, surgido tras los tiempos de los cátaros, metaforice el castigo al faltar a la pureza que buscaban los miembros de la orden, pureza que se convertía en el camino en busca del desprendimiento de la naturaleza maligna del hombre. Curiosamente, aquellos hombres puros podrían haber sido custodios del Santo Grial e inspiradores de los mitos artúricos.
Sin embargo, el caballero Lancelot se arrepintió y tuvo la oportunidad de contemplar, en la lejanía, el Santo Grial. No obstante, tanto él, como su hijo, son descendientes directos del hombre que según la tradición trajo a Europa el Santo Grial, José de Arimetea. ¿Tendrá esta alusión mítica algo que ver con lo aventurado por algunos audaces estudiosos que aseguran que un linaje real y divino se perpetuó en Europa? Ese linaje procedía del mismo Jesús, quien no habría muerto en la cruz. La posibilidad de que estas creencias estuvieran basadas en documentos ocultos y custodiados por las ordenes medievales ha sido defendida por muchos. ¿Son los mitos artúricos una simbolización de tales conocimientos?
La odisea de Parsifal:
A comienzos del siglo XIII los poetas franceses Chretien de Troyes y Robert de Boron primero, y especialmente el alemán Wolfram von Eschenbach después, dieron a conocer la odisea de Parsifal, que completaba los mitos artúricos iniciados un siglo antes por Godofredo de Monmouth, autor de "Historia de los reyes de Britania". Parsifal, que habitaba en un bosque, vio pasar a varios caballeros. Para él, eran ángeles y, desde entonces, luchó por unirse a la Mesa Redonda. Finalmente lo consiguió e inició su odisea caballeresca e iniciática en busca del Grial, que le hizo llegar al castillo del rey Pescador, en donde avista a una doncella portando el Santo Grial. Al igual que sus predecesores, no supera las pruebas y vaga errante por el mundo hasta que accede a la morada griálica, el Castillo Venturoso. Observa el Santo Grial y fallece… Y es que según la tradición, el iniciado debe "morir" para acceder a un mundo superior.
Pero sólo un caballero tuvo el honor de poseer el Grial en sus manos. Fue el citado hijo de Lancelot, Galahad, quien se sentó en la silla vacía a la diestra del Rey Arturo sin morir en el acto. Logró extraer la espada Excalibur y se convirtió así en el Mejor Caballero del Mundo, en el conocedor y poseedor de los secretos del Grial. Curiosamente, y al igual que los templarios, Galahad vestía con una túnica blanca estampada por una cruz roja y pertenecía a la Santa Orden del Sumo Melquisedec. Los doce caballeros celebraron una ceremonia cósmica en la cual el Santo Grial dio a los presentes lo que ansiaban, como si de una fuente de maná se tratara… Detengámonos aquí. Y lo hacemos porque una de las acepciones etimológicas que el poeta Eschenbach utiliza para designar al Grial puede traducirse por "piedra que vino de las estrellas". Sin embargo, el Santo Grial es, según la tradición, un cuenco, pero tal y como demostraron Johannes y Peter Fiebag "el Santo Grial de la Edad Media debió de ser la misma máquina de maná descrita por los israelitas en la Cábala". Y es que las descripciones de los autores que popularizaron los relatos artúricos describen al mítico "cuenco" como algo similar a una máquina capaz de producir alimentos llegada de las estrellas. "Wolfran von Eschenbacg dice que hubo una vez una tropa que regresó a las altas estrellas y… que trajeron el Grial a la tierra antes de regresar a su hogar. La máquina del maná y el grial bien podría tener un origen extraterrestre". Ahí es nada, pero lo cierto es que si el mítico objeto tenía una naturaleza tan prodigiosa y llegó a estar en poder de algunas órdenes medievales, el celo que del mismo guardaron éstas estaría más que justificado y -sólo para los iniciados- cifrarían los datos en aquellos textos artúricos que miembros de estas "sociedades ocultas" habrían inspirado a personas tan poco sospechosas de poseer dotes de hombre culto como Wolfram de Eschenbach, que ni sabía leer ni escribir.
Simbológicamente hablando, sólo el rey Arturo, en su vuelta al mundo, puede ofrecer las respuestas. Según la leyenda, ya moribundo, una nave misteriosa le transportó a la mágica isla de Avalón en donde tres reinas velan su sueño… hasta que regrese.
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