Estos bellos amuletos capaces de filtrar nuestros sueños para resaltar únicamente lo positivo y protegernos de las pesadillas y traernos buena suerte se cuenta que tuvieron su origen en el pueblo nativo norteamericano de los Ojibwa, sobre los años 60.
Para los ojibwa, esta leyenda habla de su origen y nos explica la historia de una mujer araña. Su nombre era Asibikaashi, una dama encargada de velar por todo niño y persona de este mundo. Pero en ocasiones le era difícil llegar a toda criatura, así que un modo de conseguir que la magia protectora llegue a cualquier ser del mundo, es tejiendo un “cazador de sueños” para atrapar esas pesadillas, esos malos sueños que quedan pendidos y que el amanecer siempre hace desaparecer con su luz renovada. Simplemente precioso.
Para los Ojibwa, los atrapasueños eran casi su símbolo de identidad, mientras que para otros pueblos nativos aquellos objetos eran algo ridículo con simples fines comerciales con los que servirse para obtener dinero. Se elaboraban de un modo muy simple: atando hilos de fibra de ortiga alrededor de una argolla circular o en forma de lágrima, de modo que quedaran como una especie de tela de araña. Se hacían a mano con madera de sauce, y debían disponer de unos de diámetro, normalmente de color rojo.
Las críticas sobre los “cazadores de sueños” se basaban sobre todo en el hecho de que eran vendidos sin que la gente supiera muy bien cómo funcionaban o cual era su significado. Se compraban casi siempre por motivos estéticos, por sus atractivos colores, sus hebras o por la mayor o menor calidad de sus materiales.
Pero, a pesar de las críticas, los atrapasueños se comercializaron de modo masivo en todo el mundo. El fenómeno fue imparable incluso existiendo el malestar de algunos grupos nativos americanos. La popularidad de los atrapasueños ha llegado a tal nivel, que es habitual descubrirlo ya en tatuajes e incluso verlos colgando en el interior de los coches o en las entradas de casas y tiendas.
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