miércoles, 21 de octubre de 2015

Entrevista a Brian Weiss: "Somos seres espirituales viviendo una experiencia humana" (1ª parte)

Hasta que esa extraña idea de la regresión a las vidas pasadas se le metió en la cabeza, Brian Weiss era, según los rígidos cánones academicistas, occidentales y machistas, un hijo soñado. El alumno perfecto. Un ciudadano modelo. El profesional envidiado por el resto de sus colegas.
Graduado magna cum laude en la Escuela de Medicina de la Universidad de Columbia, con un posgrado en la Universidad de Yale, Weiss fue uno de los jefes de psiquiatría más jóvenes del prestigioso hospital Mount Sinai, de Miami.
A simple vista, hay que admitirlo, es todo un catedrático. No obstante, cuando el diálogo cobra vida y entra en acción, sus modales, que han olvidado la solemnidad absurda pero que conservan la cortesía y el refinamiento, invitan a que uno se olvide por completo de que se está frente al controvertido doctor de trascendencia internacional, que decidió suspender la lista de espera de su consultorio cuando ésta ya superaba los cinco años.
“Era poco sensato planificar una visita médica con tanta anticipación”, aclara el autor de best sellers como Lazos de amor, El mensaje de los sabios o A través del tiempo, con millones de copias vendidas en todo el mundo.
Weiss, de 59 años, casado con su eterna Carole y dos hijos, no se comporta con la arrogancia de sus diplomas. Sin necesidad de fruncir de ceño en señal de jactancia, sus observaciones inspiran, acaso más por la sensibilidad que por la agudeza de las mismas, un respeto próximo al afecto.
“He recorrido un largo camino desde el día en que, médico de formación clásica, profesor de psiquiatría y escéptico empedernido, me di cuenta de que la vida humana es algo más maravilloso y profundo de lo que me había hecho creer incluso mi rigurosa formación médica”, cuenta este hombre que, si bien ha sido bautizado como el gurú de la reencarnación en Occidente, aún conserva la vestimenta arquetípica del académico contemporáneo: la camisa tiesa, abotonada casi hasta el tope, un discreto chalequito de fina trama y los pantalones pinzados que se prolongan en un reluciente par de zapatos náuticos. Todo eso, claro, en perfecta armonía con el puntilloso corte de pelo y los inexorables lentes de diseño italiano.
Su mensaje, certero como un rayo, saldrá disparado reiteradamente en dirección opuesta al del tradicional discurso cientificista: “Si una persona evoluciona en un ser más cariñoso, más compasivo y menos violento, es que ha tomado la dirección adecuada. Y aquí, lo que importa, no es la velocidad sino la dirección del camino que se elige.”
De temperamento decididamente sosegado, su semblante parece imperturbable. “Estuve meditando esta mañana”, confiesa Weiss, como develando un secreto.
Más seguidor de Carl Jung que de Sigmund Freud, a pesar de que utiliza muchas técnicas del maestro vienés en sus tratamientos -la hipnosis, por ejemplo-, advierte que las psicoterapias, al no tener raíces espirituales, no sirven para liberar la verdadera naturaleza de los seres humanos.
Y convencido de que cada vez que creamos grupos, nosotros y ustedes, estamos generando violencia, potencialmente, recuerda que sólo existe un grupo: el espíritu humano.
“Todo está conectado. Las almas no tienen raza, religión, sexo o nacionalidad; son almas, una forma pura de energía amorosa. Tenemos que aprender esto y enseñárselo a los chicos”, propone, apoyándose en una cita del místico cristiano Pierre Teilhard de Chardin: “No somos seres humanos atravesando una experiencia espiritual; somos seres espirituales viviendo una experiencia humana”.
Según su experiencia, la psicología sólo funciona si el terapeuta logra conectarse con el paciente en un plano de verdadero afecto. “Lo que cura -insiste Weiss- es la relación, no la técnica.” Y resalta: “Puede que Freud no considerase sus teorías definitivas, pero para sus discípulos son dogmas de fe. Jung, en cambio, era un inconformista que se anticipó a su tiempo; comprendía lo misterioso, lo espiritual, lo intuitivo, pero lo rodeaban personas ávidas de dogmas.”

-En sus libros, usted también suele hablar de la intuición, algo que casi hemos olvidado de utilizar en nuestra vida diaria.

-La arremetida contra la mente comienza desde que somos muy pequeños. Se nos educa con valores familiares, sociales, culturales y religiosos que reprimen nuestros conocimientos innatos. Y si nos resistimos a esa acometida, se nos amenaza con el miedo, la culpa, el ridículo, la crítica y la humillación. O, también, pueden acecharnos el ostracismo, la retirada del amor o los abusos físicos y emocionales. Nuestros padres y profesores, nuestra sociedad y cultura pueden enseñarnos falsedades peligrosas. Y a menudo lo hacen. El mundo actual es una clara prueba de ello, pues se encamina a tropiezos y golpes, imprudentemente, hacia una destrucción irreversible. Pero si se lo permitimos, los chicos pueden enseñarnos la salida.

-¿Es cierto que las mujeres son más intuitivas que los hombres?

-Es así, están más abiertas a todos estos conceptos: espiritualidad, inspiración... Las madres siempre se han basado en su intuición. Por eso, creo que los científicos de hoy están equivocados. Si la ciencia y la tecnología, que se nos están escapando de las manos, no comienzan a desarrollarse en el contexto de nuestra sabiduría intuitiva, entonces estamos frente a un peligro. Porque, mal empleados, pueden destruir el mundo.

-¿Y por qué cree que a la comunidad científica le cueste tanto aceptar esas facultades que todos llevamos dentro?

-Porque existe un descreimiento generalizado sobre todo aquello que no puede verse o demostrarse por métodos científicos convencionales. Y eso está mal, es erróneo. Nos enseñaron que todo eso es supersticioso, o no científico, o inferior. Y no es así. Tenemos sentidos más allá de los cinco sentidos. Y uno de ellos es la intuición. No sólo en el arte, los grandes descubrimientos científicos también surgen intuitivamente, y no necesariamente desde de la lógica pura. El mismo Einstein lo decía. Tiene que haber un balance entre lo racional y lo intuitivo. Algo que, en mi caso, tardó años en llegar. Hasta que conocí a Catherine. Además, para recuperar ese equilibrio, no podemos olvidar que el amor es el componente fundamental de la naturaleza, que conecta y une a todas las cosas y las personas. Y la energía del amor es, en potencia, más fuerte que cualquier bomba y más sutil que cualquier hierba. Lo que sucede es que aún no hemos aprendido a aprovechar esa energía tan básica y tan pura.

-¿Podríamos decir, entonces, que intuición y poesía son casi sinónimos?

-Sin duda están emparentados. Los griegos hablaban de las musas. Los poetas, los músicos y los artistas en general trabajan mejor cuando se dejan llevar por el cerebro derecho, es decir, por la intuición, lo espiritual, lo no lineal; y no siempre ocurre lo mismo cuando se guían por el cerebro izquierdo, el lógico, el racional. Le hemos dado una excesiva importancia a la razón, a un punto tal que casi hemos negado nuestra intuición, que era, precisamente, el sentido predominante del hombre.

Cuando conoció a Catherine, la paciente cuya historia se cuenta en su primer libro "Muchas vidas, muchos maestros", Weiss ya había publicado más de cuarenta trabajos científicos y colaboraciones en publicaciones médicas, y había adquirido reconocimiento internacional en psicofarmacología y química cerebral. Con voz tenue, explica que durante más de un año había intentado aliviar los ataques de pánico de su paciente por medios de técnicas psiquiátricas convencionales hasta que, durante una sesión de hipnosis, bien freudiana, todo cambió.
La memoria de Catherine, en lugar de revolver por los cajones de su infancia, fue incluso mucho más lejos de lo que un escritor de cuentos fantásticos hubiera imaginado jamás: Catherine, ese mojón fosforescente en el camino de Weiss, se vio a sí misma, en otro cuerpo, 4.000 años atrás.
“Como hasta ese día era totalmente incrédulo a todos aquellos campos faltos de rigor científico, como la parapsicología, y además no sabía nada sobre las vidas pasadas o la reencarnación, ni me interesaba saberlo, al principio no consideré la vivencia de Catherine como una regresión -explica Weiss-. De todas formas, continuamos con la hipnosis en las sesiones siguientes porque notaba una clara mejoría en sus síntomas.”
A partir de entones, Weiss comenzó a investigar y a documentarse sobre el tema durante 15 largos años de silencio profesional. “Sabía que con tan sólo inferir algo, mis colegas me tomarían por demente”, recuerda, esbozando una sonrisa con un leve toque de picardía.
Pero cuando por enésima vez se convenció de que sus hallazgos eran efectivamente ciertos, decidió publicar, no sin un cierto grado de resquemor, cada detalle de las regresiones de sus pacientes. Y de las propias.

No hay comentarios: