martes, 3 de marzo de 2015
El Perdón, “un cambio en el corazón”
Una bella leyenda árabe cuenta que, “cuando un gran amigo nos ofende, debemos escribir la ofensa en la arena, donde el viento del olvido y el perdón se encargarán de borrarla y olvidarla. En cambio, cuando un gran amigo nos ayuda, o nos ocurre algo grandioso, es preciso grabarlo en la piedra de la memoria del corazón, donde ningún viento de ninguna parte del mundo, podrá borrarlo.”
“La capacidad de perdonar” etimológicamente proviene de la palabra hebrea “rechem” que significa útero, quizás porque los antiguos hebreos querían dar significado así a la posibilidad de una nueva vida. Aquí surge la idea de asociación entre el perdón y la apertura a una nueva vida, a un nuevo comienzo.
En ocasiones cuando nos referimos a la salud, pensamos en nuestro cuerpo, no en la importancia de la salud mental.Pero, la manera de pensar influye en nuestra salud física.
Un elemento muy importante para sentirnos sanos es saber perdonar. El perdón es la puerta de entrada a la curación y es una manera poderosa de purificar nuestro propio corazón.
Pero, ¿qué difícil resulta perdonar a alguien que nos ha hecho daño?
Cuando no perdonamos sentimos una carga, un peso interior que perturba nuestra mente, porque recordamos la ofensa una y otra vez. Debemos examinar lo que permitimos que entre en nuestra conciencia y diariamente extraer lo que pretende quitarnos nuestro gozo y alegría. Esto resulta como cerrar la puerta de nuestra casa a un intruso. Debemos impedir que nos invadan pensamientos de ira o rencor, pues estos sentimientos no nos proporcionan alivio, sino que tienden a profundizar más las heridas.
Es fácil decirlo, pero ¿cómo lo hacemos?
Perdonar a alguien requiere mantener la mente libre de pensamientos negativos y albergar dentro de nosotros pensamientos benignos que nos ayuden a mantener una actitud espiritual dispuesta a que nuestras heridas del pasado sanen definitivamente.
Según el psicólogo Robert Enright, de la Universidad de Wisconsin-Madison, cuando estamos “consumidos” por el rencor, la presión sanguínea y el ritmo cardíaco pueden aumentar. En cambio, “cuando perdonamos, puede haber una disminución de la presión sanguínea”. Otros expertos creen que el estrés producido por los rencores acumulados puede disparar o agravar problemas como dolores de cabeza y de espalda, úlceras, arrugas y debilitamiento del sistema inmunológico, con más predisposición a resfríos, gripes y otras infecciones. “No hay dudas de que aferrarse a resentimientos y pensamientos de venganza puede hacernos envejecer”, asegura el doctor Gerald Jampolsky, fundador del Centro de Curación Actitudinal, en California.
Por lo tanto, para revertir ese cuadro, lo mejor es no recordar la ofensa y reconocer que ese hecho no puede tener ninguna influencia sobre nosotros. Cada vez que la persona que nos ofendió venga a nuestro pensamiento, debemos verla desde una perspectiva espiritual, como el reflejo del Amor. O sea, veremos entonces su naturaleza espiritual, y no lo que la llevó a hechos equivocados.
Un paso importante para aprender a perdonar es tener humildad. La falta de perdón se relaciona con orgullo, por eso la razón para perdonar se debe buscar en nuestra profunda convicción de no pagar mal por mal.
En el libro Escritos Misceláneos, de Mary Baker Eddy, hay un párrafo sobre eso: “¿Quién es tu enemigo a quién debes amar? ¿Es un ser viviente o una cosa fuera de tu propia creación? ¿Puedes ver a un enemigo, a menos que primero le hayas dado forma y luego contemples el objeto de tu propia concepción? ¿Qué es lo que te daña? ¿Puede lo alto, o lo profundo o cualquier otra cosa separarte del Amor que es el bien omnipresente que bendice infinitamente a uno y a todos?”
Perdonarse a sí mismo y a otros, además de ser un acto de humildad, es un ejercicio de bondad y nos permitirá depositar la confianza en el Amor divino para recibir fortaleza. Es una expresión de amor y es la base de toda sanidad en la mente y en el cuerpo.
Me encanta el ejemplo bíblico de Pablo: “Una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta…” (Filipenses).
¡Dejemos atrás el peso de los rencores, sigamos adelante, sanemos nuestra mente y corazón para gozar de una vida feliz!
María Damiani (noticiaspositivas)
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