Más que aceptar la probabilidad fantásticamente pequeña de que las fuerzas ‘ciegas’ de la naturaleza hubieran producido la vida, parece mejor suponer que su origen se deba a un acto intelectual deliberado». Esta sorprendente y polémica declaración constituía uno de los pilares fundamentales del pensamiento del célebre y reconocido astrofísico británico Fred Hoyle. Firme defensor de la teoría de la «Panspermia dirigida» (ver artículo anterior), Hoyle creía posible que una civilización extraterrestre hubiera «sembrado» la vida en nuestro planeta hace millones de años.
Este pensamiento heterodoxo no terminaba ahí. Una de sus obras más célebres, El Universo inteligente (Grijalbo, 1984), está plagada de sentencias similares, incómodas para buena parte de la comunidad científica. En una de ellas, Hoyle asegura: «El impulso religioso parece ser una característica exclusiva del hombre (…) Si prescindimos de los múltiples adornos que tradicionalmente se han añadido a la religión, su esencia corresponde a una consigna que llevamos en nuestro interior y que, de una forma muy sencilla, viene a decir: ‘Procedo de algo situado en el cielo’. Profundicemos en esa consigna y encontraremos mucho más de lo esperado».
Siguiendo la invitación de Hoyle, varios estudiosos han ido mucho más lejos, y creen haber encontrado evidencias de que, efectivamente, una civilización alienígena nos creó en un «laboratorio». Lo más curioso es que dichas evidencias se hallarían, según ellos, en diversos mitos y textos sagrados de la antigüedad.
LA BIBLIA MAYA
Entre los autores convencidos de la participación de seres extraterrestres en la creación de la humanidad estaba el desaparecido Andreas Faber-Kaiser. En su libro Las nubes del engaño (Planeta, 1984) examinaba la historia en busca de evidencias de esa «crónica extrahumana antigua». Según Faber-Kaiser, una de estas pruebas se encontraría en el Popol Vuh, el libro sagrado maya de los indios quichés. Para este investigador, algunos fragmentos de dicho texto podían interpretarse en clave extraterrestre: «Nada existía. Sólo había inmovilidad y silencio en la noche. Sólo los Constructores, los Dominadores, los Formadores, los Poderosos del cielo, los Progenitores, estaban en el agua, rodeados de claridad (…) Entonces dispusieron la creación y crecimiento de los árboles y los bejucos y el nacimiento de la vida y del hombre». En su libro, Faber señalaba que estos «Progenitores» serían en realidad «sembradores» de vida, procedentes de una civilización llegada de las estrellas.
Se trata sin duda de una hipótesis arriesgada, sobre todo teniendo en cuenta que los textos religiosos son siempre abundantes en metáforas, parábolas y referencias simbólicas. Sin embargo, no es menos cierto que algunos pasajes resultan intrigantes y sugerentes. Otro de estos textos sagrados, el Libro de Enoc (un apócrifo del siglo I a. C. sólo aceptado por la Iglesia ortodoxa etíope) sería, según varios autores, otro respaldo a la hipótesis de los sembradores cósmicos.
LOS VIGILANTES
Los capítulos 6 a 36 del Libro de Enoc recogen en sus páginas la llamativa historia de unos ángeles caídos, llamados «Vigilantes». A pesar de su condición semidivina, estos «ángeles» parecían tener unas inclinaciones bastante humanas, pues decidieron inmiscuirse en los asuntos terrenales, hasta el punto de tener contacto carnal con las mujeres de la Tierra: «Así pues, cuando los hijos de los hombres se hubieron multiplicado, y les nacieron hijas hermosas y bonitas, y los ángeles, hijos de los cielos, las vieron, y las desearon, y se dijeron entre ellos: ‘Vamos, escojamos mujeres entre los hijos de los hombres y engendremos hijos’ (…) Así pues, todos ellos eran doscientos, y descendieron sobre la cima del monte Hermon. Tomaron mujeres, cada uno escogió una, y comenzaron a ir hacia ellas y a tener comercio con ellas y les enseñaron los encantos y los encantamientos, y les enseñaron el arte de cortar las raíces y la ciencia de los árboles. Así pues, éstas concibieron y pusieron en el mundo grandes gigantes cuya altura era de tres mil codos». Estos gigantes son conocidos también como nephilim, y según el Libro de Enoc, fueron los culpables de que se pervirtiera la Humanidad.
Curiosamente, un relato prácticamente idéntico lo encontramos en el Antiguo Testamento. En el Génesis (6, 1-4), puede leerse: «Cuando los hombres comenzaron a multiplicarse sobre la Tierra y les nacieron hijas, los de raza divina hallaron que las hijas de los hombres eran agradables y tomaron por mujeres a todas las que quisieron. (…) Había gigantes en la Tierra, en aquellos años, y también después, porque cuando los de raza divina se unían con las hijas de los hombres, ellas les daban hijos, que son los valientes de otro tiempo, hombres famosos».
¿Podrían estar reflejando estos textos, tal y como sugieren algunos investigadores, una realidad que quedó disfrazada de mito con el paso de los siglos? ¿Podrían ser el recuerdo borroso de una mejora genética que los Vigilantes realizaron con los primeros homínidos?
DEL CIELO A LA TIERRA
Pero si alguien ha popularizado la idea de un «Génesis extraterrestre», ese ha sido el escritor de origen ruso Zecharia Sitchin. En su serie Crónicas de la Tierra (formada por siete libros), este autor desarrolla la teoría de que los Anunnaki (unas divinidades de la mitología sumeria y acadia) eran en realidad seres extraterrestres procedentes de un planeta desconocido, que él identifica con el llamado Planeta X (AÑO/CERO, 154).
Los Anunnaki (término que Sitchin traduce como «los que vinieron del cielo a la tierra») no sólo habrían ayudado a prosperar a la civilización sumeria –proporcionándoles valiosos conocimientos científicos–, sino que habrían creado o modificado el ADN de los humanos primitivos, hasta dar lugar con sus experimentos genéticos a la aparición del homo sapiens.
Tal y como detalla en su libro Génesis revisado (Obelisco, 2005), uno de estos Anunnaki, llamado Enki, también conocido como «el Hacedor», habría modificado genéticamente el ADN del homo erectus, al «cruzarlo» con el de los propios Anunnaki. El resultado seríamos nosotros. De este modo, Sitchin cree haber descubierto el auténtico origen del relato bíblico de Adán y Eva… Pero por desgracia, y a pesar de lo sugerentes que resultan las teorías de Sitchin, éstas no han tenido una buena aceptación en el seno de la comunidad científica. Según los expertos en textos sumerios, las traducciones de Sitchin están plagadas de errores e imprecisiones. Algo similar ocurre también con las lecturas «alternativas» planteadas por otros autores sobre los distintos textos sagrados.
Sin embargo, las notables similitudes en los mitos sobre la Creación, presente en culturas separadas temporal y geográficamente y su insistencia a la hora de mencionar a dioses creadores llegados del cielo podrían indicar que, efectivamente, nuestros auténticos «padres» proceden del cosmos.
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