jueves, 13 de septiembre de 2012
Un poco de Historia: El arca de Dios
El milagro, sin duda, corresponde a Steven Spielberg. Gracias a las aventuras de “su” Indiana Jones en el largometraje En busca del Arca perdida, la reliquia más sagrada del pueblo judío se ha convertido, de la noche a la mañana, en el objeto arqueológico más deseado de nuestros días. Es lógico: si ese cajón de oro y madera es lo que la Biblia dice que es, se trata de algo que se fabricó según instrucciones directas de Yahvé y con unas capacidades que rayan en lo tecnológico. Sólo ese aspecto explica por qué existen tantas y tan diversas hipótesis para tratar de dar con su paradero. Pero, ¿qué base tienen?
Vayamos por partes: la primera referencia escrita a este objeto se halla en las páginas del Éxodo. Después, al Antiguo Testamento menciona hasta doscientas veces más el Arca, lo que da una idea de la importancia que tuvo para el “pueblo elegido”. Incluso asegura que Moisés depositó las Tablas de la Ley en su interior; en una caja que medía 125cms de largo por 75cms de ancho y otros 75 de alto, toda ella forrada de oro, por dentro y por fuera. Ese mismo texto asegura que contenía también un recipiente con maná y la vara de Aarón, el hermano de Moisés.
No es extraño, pues, que a partir de esos detalles de su estructura -que combinaba material conductor (oro) y aislante (madera)-, algunos expertos crean que el Arca fue un objeto tecnológico peligroso. La propia Biblia recoge la tragedia vivida por una tal Uza, que murió fulminado al tocar el Arca sin tomar las debidas precauciones. En Samuel II, capítulo 6, se cuenta así: “Cuando llegaron a la era de Nacón, los bueyes tropezaron y Uza alargó la mano al Arca de Dios para sujetarla. El Señor se encolerizó contra Uza por su atrevimiento, lo hirió y murió allí mismo junto al Arca”.
La Biblia dice que en el Arca descansaba una llama -la Gloria de Shekinah- que, al parecer; era una especie de “fuego espiritual”. Para protegerse de las iras de aquel fuego, durante el Éxodo el Arca siempre viajó dentro del Tabernáculo, una tienda móvil que hacía las veces de templo. De las instrucciones que Yahvé dictó a Moisés para “amueblar” aquel templo de campaña (Éxodo, 25) se deduce que fue diseñado, casi con seguridad, siguiendo una geometría sagrada como la usada para construir la Gran Pirámide o el Templo de Karnak en Tabas. Y lo mismo puede decirse del Tabernáculo permanente que el rey Salomón mandó construir en su gran templo, en Jerusalén.
Y allí se instaló el Arca. No cabe duda de que los objetos más valioso que se custodiaron en el Templo de Salomón fueron el Arca y las reliquias que ésta contenía, y allí permanecieron hasta... Bueno, es justo ahí donde surgen las dudas. Para muchos, el Arca no se movió hasta que el formidable ejército de Nabucodonosor arrasó Jerusalén en el 586 a.C. Otros, en cambio, creen que desapareció en tiempos del propio Salomón, cuando su hijo Menelik -fruto de la relación que mantuvo con la reina de Saba- la robó para afrentar a su padre. Y estos son sólo dos extremos de una madeja compleja de hipótesis entorno a la desaparición y paradero del Arca.
El tesoro de los templarios
La toma de Jerusalén por Godofredo de Bouillon, en 1099, abrió las puertas de la ciudad a peregrinos venidos de todos los rincones de Europa, deseosos de conocer la Ciudad Santa. Para evitar que las crecientes hordas de peregrinos fueran acosadas por unos afrentados musulmanes, en 1115 el nuevo rey de Jerusalén, Balduino II, hizo un llamamiento a las familias nobles europeas para que mandaran caballeros a proteger los caminos. Hacia 1118 un caballero francés, Hugo de Payns, se presentó ante el monarca y solicitó su beneplácito para cumplir, junto a ocho caballeros más, el mandato real. Como recompensa a su ofrecimiento se les concedió el derecho a alojarse en los establos construidos sobre las ruinas del templo de Salomón. ¿Qué mayor gloria podían pedir?
Al cabo de diez años, algunos de estos caballeros regresaron apresuradamente a Francia. Nunca se explicaron los porqués de esta “huida”, aunque algunos suponen que el motivo fue el hallazgo de algunas reliquias judías bajo el suelo del templo y la necesidad de trasladarlas a Francia. El escritor Louis Charpentier cree que Hugo de Payns y los ocho caballeros que lo acompañaron encontraron el Arca junto a otras piezas de gran valor, y arguye como prueba el relieve esculpido en una columna del Pórtico de los Iniciados de la Catedral de Chartres. En él se aprecia un arca sobre dos ruedas transportada por un hombre, que atraviesa un campo lleno de cadáveres. Para otro autor, Fernando Díez Celaya, se trata de la escenificación de una batalla de los templarios contra los árabes en Jerusalén, donde aquellos, tras haberse apoderado del Arca, la habrían utilizado como arma.
Todo indica, sin embargo, que esta caja sagrada no fue el único botín capturado por el Temple. Los masones Christopher Knight y Robert Lomas refieren, en The Hiram Key, que los templarios también buscaron (¡y encontraron!) manuscritos de la Comunidad de Qumrám sobre Jesús y sus sucesores cuyo contenido no podían revelar porque cuestionaban seriamente ciertos dogmas defendidos por la Iglesia. Además, parece que esos textos incluían patrones y medidas arquitectónicas sagradas que, poestriormente, utilizarían en la construcción de catedrales, según defiende Charpentier en su clásico estudio El misterio de la catedral de Chartres. Sea cual fuere el botín, parece que fue llevado a la región francesa del Languedoc, el último bastión de los cátaros antes de su aniquilación por las tropas del rey Luis IX en 1243. De la Revista “Más Allá: de la Ciencia”.
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