domingo, 12 de octubre de 2025

Los Últimos Tiempos

 

 

 

 

La mayoría de las personas identifica equivocadamente los “Últimos Tiempos” con el “Fin del Mundo”. Esto se debe no solo a que la palabra “último” evoca lo postrero y más remoto, sino a que en occidente prevaleció la interpretación post-agustiniana que no se explicaba la concreción de que Jesucristo vaya a reinar por “mil años” en este mundo.

Pensando que un “milenarismo” radical podía llevar a cierto materialismo, la teología puso más énfasis en la explicación de que el Reino de Cristo se desarrolla incoadamente en el interior del hombre y de que solo se realizará plenamente en el Cielo.

Pero ésta es precisamente una lectura materialista que tergiversa la interpretación en su conjunto siendo que, en el género apocalíptico, “mil años” significa lapso de tiempo “largo”, además de que existen pasajes paralelos que apuntan a la realización espacio temporal del Reino y de que no se ven razones para descartar que ese Reino pueda durar efectivamente mil años.

Por el contrario, los primeros Padres de la Iglesia concebían los Últimos Tiempos como el período de purificación que precede al retorno glorioso de Cristo, quien volverá para derrotar el mal y reinar en el mundo por un período de tiempo amplio.

En este sentido, los Últimos Tiempos son el periodo de la siega donde el trigo y la cizaña son separados después de haber crecido juntos a lo largo de la historia. Los Últimos Tiempos son la purificación global antes del retorno de Cristo. Los Últimos Tiempos son el final de la historia humana como la conocemos hasta ahora, antes de que el mundo y la naturaleza humana sean completamente renovados, cumpliéndose así el designio original de Dios.

Las palabras de San Mateo “como no la ha habido ni la habrá jamás”, referidas a la Gran Tribulación (Mt 24, 21), infieren claramente que la historia humana continuará después de los Últimos Tiempos y que una purificación de este tipo no volverá a suceder.

Sorprendentemente, el Papa Juan Pablo II rescató la interpretación original cuando, en una de las primeras catequesis de este milenio (14-02-2001), al analizar el Apocalipsis a la luz del gran teólogo San Ireneo, Padre de la Iglesia del siglo II, explicó que la “recapitulación” de todas las cosas en Cristo se realizará en esta historia y en esta Tierra, si bien totalmente transformadas.

Dice el Papa, citando en algunas partes el propio Catecismo de la Iglesia Católica, “Al final de esta batalla, cantada en algunas páginas admirables por el Apocalipsis, Cristo cumplirá la «recapitulación» y quienes estén unidos a Él formarán la comunidad de los creyentes que ya no será herida por el pecado, por las manchas y por el amor propio que destruye y hiere la comunidad terrena de los hombres. La visión beatífica, en la que Dios se manifestará de modo inagotable a los elegidos, será la fuente inmensa de felicidad, de paz y de comunión mutua”.

Las palabras “comunidad de los creyentes” se refieren necesariamente a nuestra realidad espacio temporal, ya que en el Cielo no existe la virtud de la fe. Las palabras “visión beatífica” denotan a qué punto la naturaleza humana quedará transformada después de la Parusía.

Como resultado de una hermenéutica errada, muchos esperan que la manifestación gloriosa de Jesucristo acontezca en coincidencia con el Fin del Mundo y el Juicio Final. Pero teológicamente eso está equivocado.

Según el Apocalipsis, el Juicio final y definitivo se dará, sí, al final de la historia humana, pero la Parusía o retorno glorioso de Jesucristo se coloca al inicio de un largo período de paz y de bienestar universal, que es inaugurado por la condescendiente aparición del Señor de la historia al final de la Gran Tribulación, purificación global que sella los Últimos Tiempos.

En sentido amplio, podemos estar seguros de que los Últimos Tiempos comenzaron ya con el retorno de los judíos a la tierra prometida, hecho que fue profetizado cientos de años antes de Cristo. Pero, en sentido estricto, los Últimos Tiempos son únicamente los siete años finales, los de la “Gran Tribulación” descrita por los profetas Daniel, Isaías, Zacarías, por los Sinópticos y por Pablo de Tarso.

En efecto, los acontecimientos de mayo de 1948 y la guerra de 1967 nos dieron la certeza de estar viviendo ya los Últimos Tiempos en sentido amplio, quedando únicamente por determinar el sentido estricto, es decir, el comienzo de la Gran Tribulación, comúnmente conocida como la “semana de Daniel” en la que un día corresponde a un año.

Algunos analistas opinaron que los tratados de paz del 13 de septiembre de 1993, firmados por Yitzhak Rabin y Yassir Arafat, era el acontecimiento que marcaba el inicio de la Gran Tribulación. Pero el tiempo se encargó de desmentir dicha tesis, pues pasaron más de siete años y no se verificó ninguno de los acontecimientos pronosticados en las Escrituras. Más bien, desde el asesinato de Rabin, el 4 de noviembre de 1995, se empezó a configurar el preludio de ese periodo, siendo los Acuerdos de Paz de Oriente Medio no el inicio de la Tribulación, sino el prolegómeno de una pesadilla eufemísticamente llamada “proceso de paz” que sólo condujo a la disputa y a crecientes e inconfesables violaciones.

archivo Misión Rama 

 

 

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