La
mayoría de las personas identifica equivocadamente los “Últimos
Tiempos” con el “Fin del Mundo”. Esto se debe no solo a que la
palabra “último” evoca lo postrero y más remoto, sino a que en
occidente prevaleció la interpretación post-agustiniana que no se
explicaba la concreción de que Jesucristo vaya a reinar por “mil
años” en este mundo.
Pensando
que un “milenarismo” radical podía llevar a cierto materialismo,
la teología puso más énfasis en la explicación de que el Reino de
Cristo se desarrolla incoadamente en el interior del hombre y de que
solo se realizará plenamente en el Cielo.
Pero
ésta es precisamente una lectura materialista que tergiversa la
interpretación en su conjunto siendo que, en el género
apocalíptico, “mil años” significa lapso de tiempo “largo”,
además de que existen pasajes paralelos que apuntan a la realización
espacio temporal del Reino y de que no se ven razones para descartar
que ese Reino pueda durar efectivamente mil años.
Por
el contrario, los primeros Padres de la Iglesia concebían los
Últimos Tiempos como el período de purificación que precede al
retorno glorioso de Cristo, quien volverá para derrotar el mal y
reinar en el mundo por un período de tiempo amplio.
En
este sentido, los Últimos Tiempos son el periodo de la siega donde
el trigo y la cizaña son separados después de haber crecido juntos
a lo largo de la historia. Los Últimos Tiempos son la purificación
global antes del retorno de Cristo. Los Últimos Tiempos son el final
de la historia humana como la conocemos hasta ahora, antes de que el
mundo y la naturaleza humana sean completamente renovados,
cumpliéndose así el designio original de Dios.
Las
palabras de San Mateo “como no la ha habido ni la habrá jamás”,
referidas a la Gran Tribulación (Mt 24, 21), infieren claramente que
la historia humana continuará después de los Últimos Tiempos y que
una purificación de este tipo no volverá a suceder.
Sorprendentemente,
el Papa Juan Pablo II rescató la interpretación original cuando, en
una de las primeras catequesis de este milenio (14-02-2001), al
analizar el Apocalipsis a la luz del gran teólogo San Ireneo, Padre
de la Iglesia del siglo II, explicó que la “recapitulación” de
todas las cosas en Cristo se realizará en esta historia y en esta
Tierra, si bien totalmente transformadas.
Dice
el Papa, citando en algunas partes el propio Catecismo de la Iglesia
Católica, “Al final de esta batalla, cantada en algunas páginas
admirables por el Apocalipsis, Cristo cumplirá la «recapitulación»
y quienes estén unidos a Él formarán la comunidad de los creyentes
que ya no será herida por el pecado, por las manchas y por el amor
propio que destruye y hiere la comunidad terrena de los hombres. La
visión beatífica, en la que Dios se manifestará de modo inagotable
a los elegidos, será la fuente inmensa de felicidad, de paz y de
comunión mutua”.
Las
palabras “comunidad de los creyentes” se refieren necesariamente
a nuestra realidad espacio temporal, ya que en el Cielo no existe la
virtud de la fe. Las palabras “visión beatífica” denotan a qué
punto la naturaleza humana quedará transformada después de la
Parusía.
Como
resultado de una hermenéutica errada, muchos esperan que la
manifestación gloriosa de Jesucristo acontezca en coincidencia con
el Fin del Mundo y el Juicio Final. Pero teológicamente eso está
equivocado.
Según
el Apocalipsis, el Juicio final y definitivo se dará, sí, al final
de la historia humana, pero la Parusía o retorno glorioso de
Jesucristo se coloca al inicio de un largo período de paz y de
bienestar universal, que es inaugurado por la condescendiente
aparición del Señor de la historia al final de la Gran Tribulación,
purificación global que sella los Últimos Tiempos.
En
sentido amplio, podemos estar seguros de que los Últimos Tiempos
comenzaron ya con el retorno de los judíos a la tierra prometida,
hecho que fue profetizado cientos de años antes de Cristo. Pero, en
sentido estricto, los Últimos Tiempos son únicamente los siete años
finales, los de la “Gran Tribulación” descrita por los profetas
Daniel, Isaías, Zacarías, por los Sinópticos y por Pablo de Tarso.
En
efecto, los acontecimientos de mayo de 1948 y la guerra de 1967 nos
dieron la certeza de estar viviendo ya los Últimos Tiempos en
sentido amplio, quedando únicamente por determinar el sentido
estricto, es decir, el comienzo de la Gran Tribulación, comúnmente
conocida como la “semana de Daniel” en la que un día corresponde
a un año.
Algunos
analistas opinaron que los tratados de paz del 13 de septiembre de
1993, firmados por Yitzhak Rabin y Yassir Arafat, era el
acontecimiento que marcaba el inicio de la Gran Tribulación. Pero el
tiempo se encargó de desmentir dicha tesis, pues pasaron más de
siete años y no se verificó ninguno de los acontecimientos
pronosticados en las Escrituras. Más bien, desde el asesinato de
Rabin, el 4 de noviembre de 1995, se empezó a configurar el preludio
de ese periodo, siendo los Acuerdos de Paz de Oriente Medio no el
inicio de la Tribulación, sino el prolegómeno de una pesadilla
eufemísticamente llamada “proceso de paz” que sólo condujo a la
disputa y a crecientes e inconfesables violaciones.
archivo Misión Rama