sábado, 9 de abril de 2022

Todo Acto Genera Consecuencias

 

 

 



Ese año las lluvias habían sido particularmente intensas en toda la región. Una gran corriente del río se  llevó la choza de un campesino, pero cuando cesaron, habían dejado en la tierra una valiosa joya. El buen hombre vendió la alhaja y con la suma que le entregaron reconstruyó su choza y el  resto se lo regaló a un niño huérfano y desvalido del pueblo. La riada había arrasado también  otro poblado y un campesino, para salvar la vida, tuvo que encaramarse a un tronco de árbol que  flotaba sobre las turbulentas aguas. Otro hombre, despavorido, le pidió socorro, pero el campesino se lo negó, diciéndose a sí mismo: “Si se sube éste al tronco, a lo mejor se vuelca y me  ahogo”.

Los años pasaron y estalló la guerra en ese reino. Ambos campesinos fueron alistados. El campesino bondadoso fue herido de gravedad y conducido al hospital. El médico que le atendió con gran cariño y eficacia era aquel muchachito huérfano al que  él había ayudado. Lo reconoció y  puso toda su ciencia y amor al servicio del malherido. Logró salvarlo y se hicieron grandes amigos de por vida.

El campesino egoísta tuvo por capitán de la tropa al hombre a quien no había auxiliado. Le envió a primera línea de combate y días después halló la muerte en las trincheras.

Las consecuencias siguen, antes o después, a los actos. La generosidad engendra generosidad y  el egoísmo, egoísmo. Debemos cultivar los cuatro bálsamos de la mente: amor, compasión, alegría  por la dicha de los otros y ecuanimidad.

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