La convivencia de criaturas extraterrestres entre los humanos es más común de lo que cualquier persona con la imaginación más asombrosa pudiera llegar a imaginar. La razón por la cual no nos damos cuenta de su presencia se debe a que poseen un poder mental muy superior al nuestro que les permite controlar nuestras mentes primitivas y de este modo pueden pasar desapercibidos, inclusive viajando en un atestado tren subterráneo. El gran clarividente argentino Benjamín Solari Parravicini (1898-1974), tuvo una vida plagada de acontecimientos extraordinarios, uno de ellos fue su encuentro en el subterráneo de Buenos Aires con un extraterrestre de piel gris vestido completamente de negro. En sus escritos menciona dicha experiencia, refiriéndose a sí mismo como “el hombre de Leo” ya que ese era su signo del zodíaco, en tanto que al extraño pasajero lo bautizó como “el hombre de plomo”. Aunque Parravicini no dejó la fecha en que sucedió, quienes realizamos NUEVOS TIEMPOS creemos que fue entre la década del 50´y la del 60´.
EL HOMBRE DE PLOMO
El coche del subterráneo en la atosigada hora del salir de los empleados, aquella tarde marchaba lleno. En la estación Florida el hombre de Leo acompañado por su hermana Lola, treparon el convoy, luchando con la avalancha de gente atropellada que pugna por encontrar asiento o lugar cómodo. Puesto el coche en marcha el hombre de Leo que había quedado casi junto a la puerta de entrada, y alejado de la compañera, descubrió sentado, en el costado opuesto, junto a una ventanilla la presencia de un hombre sumamente raro, que de inmediato causó en él, un impacto desagradable. Llevaba éste, la cabeza cubierta por una gorra muy metida, al parecer de una tela (raso) fulgurante negra, la que enseñaba una visera prolongada que terminaba en pico dándole un aspecto “apengüinado”, enormes anteojos negros le cubrían la vista, una gruesa y amplia bufanda de tejida lana gris pizarra oscura envolvían totalmente el resto del rostro, no dejando ver ni tan siquiera la nariz. Vestía saco tipo “cazador” negro, hecho en la misma tela de la gorra, sobre pantalón negro y un par de guantes tejidos en grueso piolín también color pizarra cubrían totalmente las manos grandes las que llevaban reposadas una encima de la otra sobre un grueso bastón negro.
El hombre de Leo, que le observó todo detalle, notó que aquella persona, a pesar de la distancia que les separaba y la gente que se les interponía se sentía estudiado, de pronto la vista de ambos se cruzaron y este encuentro visual produjo en el hombre de Leo la sensación de una cruzada chispa eléctrica.
Llegado el convoy a la estación Diagonal, disminuyó allí en algo la gente, el “curioso hombre” ajeno a todo lo que a su alrededor sucedía permaneció impertérrito con la mirada clavada en el techo. Ya de nuevo el coche en marcha, el hombre de Leo le miró con cierta insistente fuerza y entonces se produjo algo que le desconcertó, el raro hombre, giró como molesto, con marcada rapidez la vista hacia la ventanilla, y en ese brusco movimiento dejó descuidado abrir la bufanda en un pequeño lugar cerca del cuello, quedando así a la vista un trozo de piel que cubrió de nuevo con destacado apuro. Ante lo que el hombre de Leo vio, quedó azorado, la piel era de color plomo.
Dibujo del extraño pasajero realizado por Benjamín Solari Parravicini.
Llegados a destino a la estación Tribunales, los hermanos bajaron y se juntaron en el andén, entonces Lola preguntó al hombre de Leo: ¿Viste el hombre de negro que viajaba con nosotros?. Te aseguro que me hizo mal su aspecto y mirada, porque por dos veces me clavó sus anteojos negros, y trastabillé.
En ese ínterin explicativo el coche ya había cerrado sus puertas, la pitada dada, y el tren comenzaba a correr su viaje hacia la estación Pacífico, entonces los hermanos le miraron de nuevo y ya alejándose el hombre de Leo dijo a Lola: Convéncete, ese hombre no es de la Tierra, y aquí se produjo lo inaudito, aquel ser raro, que por lógica no pudo escuchar desde el coche en marcha las palabras pronunciadas por el hombre de Leo, giró enérgicamente su rostro, miró a los hermanos y con la cabeza haciendo señales de asentimiento, se alejó perdiéndose.
¡Telepático!- exclamó el hombre de Leo. ¡Y no es de la Tierra!. Lola le tomó del brazo y se alejaron.
¡Ella temblaba!.
Benjamin Solari Parravicini
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