"Tengo la sospecha de que la Tierra se comporta como un gigantesco ser vivo". James Lovelock trabajaba como científico para la NASA, a finales de los años 70, inventando sofisticados instrumentos para el análisis de la atmósfera marciana, cuando puso al tanto de su sospecha a su amigo William Golding, el autor de El señor de las moscas. Golding se mesó la barba y celebró el hallazgo de su colega. "Tenemos que encontrarle un buen nombre a lo que me cuentas. ¿Qué tal la hipótesis Gaia?".
Lovelock sintió un rayo fulminante, comparable sólo al que había experimentado cuando se le ocurrió la idea, contemplando la imagen de la Tierra fotografiada por los astronautas de las misiones Apolo. "¿Cómo no voy aceptar ese nombre, viniendo de un Premio Nobel?"
Y así fue como empezó a orbitar la teoría de Gaia, cuestionada en sus tiempos y aún hoy, aunque considerada como una aportación vital para una aproximación más holística al planeta, fundamental para entender la complejidad de los ciclos terrestres e hincarle el diente a esa asignatura tan polémica llamada "ciencia del clima".
A sus 94 años, Mr. Gaia (como popularmente le conocen) acaba de recibir un nuevo homenaje en el Museo de Ciencia de Londres, que en 2012 adquirió sus archivos y durante tres meses los ha exhibido en una exposición -Unlocking Lovelock- que coincide nada casualmente con su nuevo libro (A Rough Ride to the Future, algo así como Una carrera dura hacia el futuro).
Aprovechamos la ocasión para acercarnos a Lovelock, que vive la mayor parte del año lejos del mundanal ruido en las costas de Devon y Cornualles, en el sur de Inglaterra. Al viejo e irónico profesor le molesta ya el barullo de Londres, donde estos días recibe todo tipo de homenajes, "como si quisieran despedirme antes de tiempo".
Hablamos de entrada sobre sus funestas predicciones de hace apenas ocho años en La venganza de Gaia, y reconoce que se arrepiente en el fondo de haber escrito ese libro: "Yo mismo caí en el alarmismo y predije que nos estaríamos cociendo en una década. Lo cierto es que las temperaturas no han aumentado como se esperaba en la superficie terrestre, pero no podemos ser complacientes. Las temperaturas de los océanos sí han aumentado, y eso explica tal vez la sucesión de tormentas, inundaciones y episodios de clima extremo que estamos viviendo".
"Nadie puede tener la certeza total de lo que está ocurriendo", advierte el autor de Gaia. "Y en este debate hacen tanto daño los negacionistas como los fundamentalistas en el otro extremo. Aunque para mí no cabe duda que el hombre es responsable de esta evolución acelerada en los últimos 300 años, lo que se ha dado en llamar con acierto el Antropoceno".
"Llegados a este punto tenemos que ser realistas", advierte Lovelock. "Ningún gobierno -ni democrático, ni dictatorial- va a ser capaz de reducir con efectividad las emisiones de CO2 en un futuro inmediato. El proceso ya es imparable, y los intentos de llegar a un acuerdo mundial van a volver a caer seguramente en saco roto... Así que lo mejor que podemos ir haciendo ya es protegernos y adaptarnos a los cambios que nosotros mismos hemos provocado. ¿Cómo? Planeando no un desarrollo, sino una retirada sostenible".
"Tenemos que aprender a vivir de otra manera, así de claro", asegura con contundencia, mientras pasa las páginas de Una carrera dura hacia el futuro y se detiene en el capítulo dedicado a la evolución de la ciudades. "No es el momento de hacer política, sino de buscar soluciones pragmáticas. Por ejemplo, creando ciudades bien planificadas y resistentes al cambio climático, como Singapur. Lo que se surgió como un puerto insufrible a menos de cien kilómetros del Ecuador y con una temperatura media de 30 grados se ha convertido en un modelo de adaptación y resiliencia ante el cambio climático. Se supone que somos criaturas inteligentes e imaginativas, seguro que podemos hacerlo mejor".
Tan acuciante como el problema del clima, según Lovelock, es el de la sobrepoblación del planeta: "Somos muchos. La Tierra no va a poder soportar mucho más tiempo la presión de más de 7.000 millones de seres de nuestra especie. En el futuro, después de este período turbulento que nos espera, seremos inevitablemente menos. No me atrevo a decir cuántos... Pero nuestro futuro depende sin duda de lo que seamos capaces de hacer en las ciudades, con la idea de disminuir nuestro impacto y con el objetivo de garantizar el futuro de la especie humana".
Pocas frases le indignan más al "padre" de la teoría Gaia que aquella de "salvar el planeta"... "El planeta se salva por sí mismo, como lo lleva haciendo desde que empezó la vida. Lo que debería preocuparnos realmente es nuestro futuro, y abandonar la idea de que podemos salvar la Tierra".
El fin de la "era de la energía barata" puede precipitar aún las cosas, y aquí Lovelock se vuelve a desmarcar claramente de su legión de seguidores en la filas del ecologismo. ¿Sigue apoyando la energía nuclear después de Fukushima? "Por supuesto. Se han dicho muchas mentiras y se ha aprovechado como propaganda lo que ocurrió en Japón. ¿Cuántas personas murieron en el tsunami? Más de 20.000 creo. ¿Cuántas por radiación? Ninguna".
Sostiene Lovelock que la energía solar no va ser suficiente, y cree que el futuro debería estar a caballo entre los modelos antitéticos de Francia y Alemania (nuclear y renovables). Su resistencia pertinaz a la energía eólica -por su profunda relación con la campiña inglesa- ha menguado algo en la última década, y tampoco le parece mala solución el "fracking" (la extracción del gas natural por el controvertido método de la fractura hidráulica) para ampliar el mix energético.
Se sigue considerando "verde a la vieja usanza", aunque arremete contra una facción del ecologismo, "por haberlo convertido en una religión". Su rabiosa independencia, asegura, le permite desmarcarse y desdecirse todas la veces que haga falta, si alguien le convence de que ha cometido un error: "Así es como avanza la ciencia".
Le preguntamos por último si se siente "vindicado" por el reconocimiento de la Teoría Gaia, después de la críticas virulentas que sufrió hace medio siglo: "Fue una de esas ideas que uno no sabe que le crearán problemas como científico. Pero creo que hoy por hoy es evidente y lo estamos viendo sobre todo en la cienca del clima: la Tierra funciona como un gigantesco ser vivo capaz de autorregularse ante nuestros ojos. Por eso debemos renunciar a la idea de 'salvarla' con nuestra inteligencia y nuestra geoingeniería. ¡Salvémonos en todo caso nosotros! Y disfrutemos mientras estemos vivos".
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