Lentulus, Gobernador de los Jerosolimitanos al Senado de Roma y al
Pueblo, saludos.
En nuestros tiempos ha aparecido y existe todavía
un hombre de gran virtud llamado Jesús Cristo y por las gentes
Profeta de la verdad.
Sus discípulos le apellidan Hijo de Dios,
el cual resucita a los muertos y sana a los enfermos.
Es de
estatura alta, mas sin exceso; gallardo; su rostro venerable inspira
amor y temor a los que le miran; sus cabellos son de color de
avellana madura y lasos, o sea lisos, casi hasta las orejas, pero
desde éstas un poco rizados, de color de cera virgen y muy
resplandecientes desde los hombros lisos y sueltos partidos en medio
de la cabeza, según la costumbre de los nazarenos.
La frente es
llana y muy serena, sin la menor arruga en la cara, agraciada por un
agradable sonrosado. En su nariz y boca no hay imperfección alguna.
Tiene la barba poblada, mas no larga, partida igualmente en medio,
del mismo color que el cabello, sin vello alguno en lo demás del
rostro. Su aspecto es sencillo y grave; los ojos garzos, o sean
blancos y azules claros. Es terrible en el reprender, suave y amable
en el amonestar, alegre con gravedad.
Jamás se le ha visto
reír; pero llorar sí.
La conformación de su
cuerpo es sumamente perfecta; sus brazos y manos son muy agradables a
la vista. En su conversación es grave, y por último, es el más
singular y modesto entre los hijos de los hombres.
Parece, pues, oportuno reproducir un documento publicado
en 1933, en el Almanaque de Tierra Santa. Se trata, de una carta de
Publio Léntulo, gobernador de Judea, que fue el antecesor de Poncio
Pilatos, traducida de su original en latín, que se conserva en casa
de S. S. Cesarini, en Roma:
"Tengo entendido, OH, César! (...), hay por
aquí un hombre que practica grandes virtudes, y se llama Jesucristo,
a quien las gentes tienen por un gran Profeta y sus discípulos dicen
que es el Hijo de Dios. (...).
"Todos los días se oyen cosas maravillosas
de este Cristo; resucita a los muertos y sana a los enfermos con una
sola palabra. Es un hombre de buena estatura, hermoso rostro y tanta
majestad brilla en su persona que, cuantos le miran, se ven obligados
a amarlo. Sus cabellos son de color de avellana no madura, extendidos
hasta las orejas y, sobre las espaldas, son del color de la tierra,
pero muy resplandecientes. La nariz y los labios no pueden ser
tachados de defecto alguno: la barba es espesa y semejante al
cabello, algo corta y partida por en medio. (...)
"Tiene los ojos como los rayos del sol, y
nadie puede mirarle fijamente al rostro por el resplandor que
despide. (...).
Tiene las manos y los brazos muy bellos. Su
conversación agrada mucho, pero se le ve muy poco y, cuando se
presenta, es modestísimo en su aspecto; en fin, es el hombre más
bello que se puede ver e imaginar; muy parecido a su madre, que es la
mujer más hermosa que se ha visto por estas tierras. Si Vuestra
Majestad, ¡OH César!, desea verlo, como me escribiste en cartas
anteriores, dímelo, que no faltará ocasión para enviarlo. En
letras asombra a toda la ciudad de Jerusalén. Él nunca. ha
estudiado, pero sabe todas las ciencias. Muchos se ríen al verlo,
pero en su presencia callan y tiemblan. Dicen que jamás se ha visto
ni oído a hombre semejante. (...). Algunos se me quejan de que es
contrario a V. Majestad. Me veo molestado por estos malignos
hebreos.( ...).
"En Jerusalén, (…) séptima, luna
undécima."